Un recorrido por Roma recrea los pasos de García Márquez
Ayer se realizó un recorrido guiado de los pasos del escritor Gabriel García Márquez en la capital italiana, adonde llegó en 1955 para ejercer el periodismo, lo que creía “el mejor oficio del mundo”.
El colombiano llegó a Roma como corresponsal del periódico colombiano El Espectador, que recaló en la ciudad eterna. Su idea era seguir de cerca el estado de salud del papa Pío XII, aquejado de una “crisis de hipo”, y cuya muerte se esperaba pronto.
El pontífice murió tres años después de lo esperado y el ‘Gabo’ ya no estaría en Roma para contarlo, pues su estancia en la capital italiana no excedió del año y medio, recordó la periodista Valeria Campana, encargada de este paseo literario organizado por el Instituto Cervantes.
En los informes que Márquez envió sobre el pontífice mostró su particular modo de contar. “Mezcla elementos extravagantes y sobrenaturales”, apuntó Campana sobre unos escritos en los que de la pluma de quien señalara en 1954 a la superstición como hobby salieron líneas como: “Durante toda la audiencia no sé por qué asociación de ideas tuve la neta impresión de que exhalase perfume de lavanda”.
De primeras, el periodista se alojó en un hotel de la Vía Nazionale, del que recordaría el “olor intenso de los orines fermentados” que se percibía desde la ventana de su habitación.
Después habitó una pensión en Vía Cola di Rienzo, en el barrio de Prati (cerca del Vaticano). Apasionado cinéfilo, se apuntó a un curso de cine en el Centro Experimental de Cinematografía, en Cinecittá, la “fábrica de sueños de los años cincuenta”, donde se proyectaban en aquella época las películas italianas neorrealistas de la posguerra que tanto le gustaban, según Campana.
Del curso se aburrió y no lo acabó, como tampoco terminó la universidad en Bogotá. Lo que sí le entusiasmó fue el trabajo que realizó como tercer asistente del director Alexandro Blasetti en la película Lástima que sea un canalla, que protagonizaba Sofía Loren. Aunque su labor no consistiese más que en “sostener una cuerda en la esquina para que no pasaran los curiosos”, según escribió. (I)