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El Telégrafo
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Un hombre inmenso

Un hombre inmenso
13 de febrero de 2014 - 00:00

En las reuniones habaneras más informales y plácidas, en cualquier momento, podía saltar el nombre de Santiago Feliú. Y no como para hablar de su situación personal o de los malestares de su vida en las condiciones de Cuba. Al contrario, siempre saltaba para evocar un pensamiento, una conexión con un sentimiento profundo o para trasladar las mejores pasiones a la poesía.

Fui a verlo para una entrevista y terminamos abrazados. En su casa no había más espacio que para la música y la lectura. Su concentración existencial era para eso, a veces con dejadez o apasionamiento febril, pero también con rabia y búsquedas.

Si el motivo de la entrevista era para la publicación de un libro que luego se titularía Cuba: los años duros, para Santiago fue la ocasión para hablar de América Latina, en el momento de mayor presencia del neoliberalismo, cuando todo parecía oscuro y perdido, cuando los aparecimientos públicos de Fidel Castro constituían motivo de atención de toda la izquierda regional en la búsqueda de respuestas.

Vivimos, me dijo, en dos dimensiones distintas y unidos por un mismo idioma.

No coincidimos en todo en aquella ocasión. Vivimos, me dijo, en dos dimensiones distintas y unidos por un mismo idioma. Y en ese instante ya canturreaba una canción poco divulgada en nuestro continente: Planeta Cuba. Y que ahora, con su muerte, tiene un hondo y trascendente legado político y que en lo medular dice:

“Evasivos de la realidad, emigrantes y antiimperialistas, militantes de la dignidad, solidarios y anticomunistas.

Abajo los bloqueos de la mente, ya merecemos más que aguantar, que soñar, que sobrecumplir.

No hay tiempo. 

Por la Virgen de la Caridad, por la sangre de San Ernesto, sigue Cuba, sigue de verdad, sigue Cuba, sigue resistiendo”.

Pero sobre todo Santiago fue un hombre inmenso, con una ternura infinita en cada poro y comprometido con las mejores causas de la humanidad sin ejercer militancias vacías ni tampoco fanáticas.

Se ha ido temprano a un viaje al que estamos obligados todos. Demasiado temprano. Como si supiera que en adelante solo le quedaban recuerdos y memorias. Ya había hecho bastante.

Una canción suya bastará para salvarnos de todas las angustias. Y si hay que escoger una, por supuesto, ahí está Para Bárbara, con la que entonamos los mejores amores y pasiones: “Si de mi voz florece la canción,/motivo de tu dar;/si de tus ojos nace la bondad/de abrirme en el verso un palpitar:/ no me dejes ir”.

Cuando vino a Quito, hace casi diez años, testimonió cuánta gente por acá tenía de él toda la dicha de tararear sus canciones, evocar sus versos y sentir su personalidad como la de esos hombres infaltables, como el ‘Che’, a quien tanto Santiago amaba.

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