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El Telégrafo
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Un ataque sensorial que enfrentan cinco actores en desespero

Un ataque sensorial que enfrentan cinco actores en desespero
13 de diciembre de 2012 - 00:00

Con ropa y cara de mayordomo el actor Francisco Aguiñaga guiaba por las habitaciones de una casa añosa del centro de la ciudad a los periodistas que llegaron a la rueda de prensa de “Actores en desespero I”, obra que se estrena hoy a las 20:30 en el Teatro Centro de Arte.

Aguiñaga no participa en la obra, pero era parte de la performance en esa rueda de prensa en que los actores interpretaban un breve fragmento de lo que se verá hoy, en una propuesta de teatro experimental donde cada uno es su propio director.

La obra está compuesta por cinco representaciones individuales que intentan, más allá de narrar una historia, crear una experiencia sensorial a partir de las puestas en escena de los cinco actores, al parecer dominados por entes extraños.

Aguilar fue el primer actor que mostró su performance durante el recorrido. El guía señalaba que estaba poseído por el espíritu de Kaká, un clown que pretende “enseñarnos a vivir de forma distinta”.

Con una tonada que bien puede ser el fondo musical de un filme navideño, Kaká, tenso al inicio, se relaja para “someterse a las normas del sistema”, dice el actor, mientras limpia el espacio con un plumero y lee el periódico con sonrisa vacía.

La siguiente parada fue la habitación ocupada por Cuesta, o por su ente, que tiene una coreografía basada en una novela de Ray Bradbury, “Crónicas marcianas”, que sintoniza con la vivencia paranormal que a la actriz le interesaba interpretar, a la que le llega un ataque existencial: Sentada en lo alto de una escalera, pregunta “si no estoy aquí, ¿por qué los estoy escuchando?”.

Era el turno de Rivera, que habló de su personaje como un coctel de fobias propias, que se desarrolla en una narrativa experimental.

Se mueve con un fondo de balada triste, como si estuviese en un limbo, batiendo los brazos como alas, con una extrañeza fluida, propia de la nada, de quien acaba de ser consciente de su corporeidad. Es un fragmento, según el actor, “un poco cinematográfico: empieza por el final y se cuenta en flashbacks”.

Faltaban Grassi y Velasteguí. Iban con retraso. ¿Qué pasó? “Por el momento sus almas no se han hecho presentes”, explicaba Aguiñaga, sin dejar nunca su papel. Y llegaron.

Velasteguí, con la máscara de un cuervo, respira rápido mientras toma una sierra que no está ahí, que es tácita y suena al ritmo de sus exhalaciones mientras corta el vientre de un maniquí. Terminada la muerte de los inertes, contempla el cuerpo con un gesto ambiguo, “de deseo oculto o de arrepentimiento”.

Grassi mira desesperada a todos lados. Tiene puesta una peluca lacia que difiere de sus rizos característicos -“la peluca es en realidad mi personaje”-. Grita que alguien está muriendo, que no les cree nada.

Este papel es, junto con el de Cuesta, uno de los dos fragmentos con diálogo en la obra. “Se rehúsan a reconocer que todo salió mal. Piensan que el mundo sigue funcionando”, dice Grassi, que basa su papel en la única sobreviviente de una tragedia.

Cada vez lo dice más demente, con los ojos más abiertos. Sólo cuando Aguiñaga pide que “no se dejen cautivar”, es que uno nota que empieza a perderse en trance. La obra “Actores en desespero I” se presenta hoy y mañana desde las 20:30 en el TCA. El valor de la entrada es $ 10.

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