Títeres: una cura para el analfabetismo emocional
El XIII Festival Internacional de Títeres “Con bombos y platillos” concluyó en una mezcla de alegría este 28 de mayo, en Quito. Los espectadores abarrotaron la Sala Demetrio Aguilera Malta de la Casa de la Cultura (CCE) para ver la última obra de este certamen: “Araujo Teodoro y Ofelia Florinda”, del colectivo brasileño Beto Hinca Teatro de Marionetas.
La historia cuenta el alejamiento de dos adolescentes enamorados, su amor no cesa con el paso de los años y se reencuentran al entrar en la senectud. Al final de la función, el actor Beto Hinca convocó al escenario a la coordinadora del certamen, Yolanda Navas (Titiritainas) y le obsequió la títere “Ofelia”, protagonista de su trabajo. “He dejado Ofelias en Cali, Compostela y Quito, pero solamente en manos de personas especiales para mí”, aclaró Beto. Mientras tanto, Yolanda, emocionada dijo que aquel detalle fue “un maravilloso gesto de amor” y definió la mística que encierran los títeres: “son nuestras proyecciones; es todo lo que no puedo ser, mi libertad, mi impunidad, el ser maravilloso que vive más allá de mí”. También es titiritera y escribe guiones para teatro de marionetas que se basan en historias que -sostuvo- ha soñado.
El teatro de títeres es un arte muy antiguo, hace 2000 años apareció en Egipto y se estima que la cultura Maya practicó esta tradición antes que los europeos; para los mayas el títere era un objeto sagrado por el que hablaban sus dioses. El arte de los títeres tiene, entre otros, en Giorgio Brunello (Italia), Philipp Genty (Francia) o Los Saltimbanqui (México), a sus exponentes más vanguardistas. La Rana Sabia, con 40 años de experiencia en este ámbito, constituye el grupo local más destacado del país.
En la actualidad se realizan mundialmente encuentros en honor a este arte. Recientemente el ayuntamiento de Cádiz creó el Museo Iberoamericano Títeres de Cádiz con la exhibición “Títeres del mundo”, que comprende una colección de 350 marionetas de lugares como la isla de Java, Ghana, Turquía, México y Rusia.
Las funciones se realizaron sin interrupciones -excepto el 24 de mayo porque de acuerdo a la cuenta en Facebook del festival: “los titiriteros merecían un descansito”. Día tras día, tanto el Teatro Prometeo como la Sala Demetrio Aguilera Malta estuvieron copados de gente. El festival tuvo la participación de España (Cachirulo), Argentina (Pizzicato), Ecuador (La Rana Sabia, Tiritainas, Teatro del Fauno), Italia (Laborincolo), Brasil (Beto Hinca Teatro de Marionestas) y Uruguay (Libremano Mateluna). “Quisimos invitar a dos países más pero no nos alcanzó”, contó una de las organizadoras, Yolanda Navas. El Municipio de Quito auspició este festival.
Los colectivos variaron en historias, estilos, escenografías y con humor -que fue una constante en sus obras- abordaron diversos temas como la Batalla del Pichincha, el amor, la relación entre abuelos y nietos, los juegos tradicionales y el medio ambiente. Personajes como Pinocho, Abdón Calderón o satanás captaron la atención de los asistentes.
Entre las escenas memorables de las obras que se interpretaron en el festival están: un soplido del público elevó a un niño agarrado a su cometa, envolviéndolo en haces del atardecer (Libremano Mateluna); el diablo hizo lo imposible para que no bautizaran a su primogénito (Teatro del Fauno); Pinocho remó por altamar para salvar a Geppetto (Títeres Cachirulo). Estas escenas no solo son divertimentos, sino que también tienen carácter poético.
El teatrino se arma como un cubo forrado de telones negros, en ese escenario, silencioso y agreste, los títeres aparecen para encender la imaginación -a la que se confunde con la magia- de los espectadores.
Los muñecos están hechos de poliexpan o pasta de madera. Se los puede confeccionar entre uno o dos días. Una de las técnicas más comunes es “la varilla” que da versatilidad para desplazar al títere. A través de estos elementos sencillos los titiriteros representan situaciones cotidianas del ser humano en una dimensión extraordinaria. Los títeres invitan a la participación del público y lo educan sobre el manejo de las emociones. Sidny Zárate -de 9 años-, gobernada por la timidez y el temor a equivocarse, no suele participar mucho en sus clases. Durante la función Pinocho (Cachirulo), sin embargo alertó al protagonista: “quieren robarte Pinocho”. Este tipo de teatro invita a tantear nuevas posibilidades de entender, apreciar, ser y construir el mundo.
Los titiriteros, habitualmente, preparan sus presentaciones anticipadamente. El colectivo uruguayo Libremano Mateluna planeó el acto “El regalo” durante un año. Sucede que existe una coreografía dentro del teatrino que se desconoce y requiere atención, para hacer de esta propuesta un hecho artístico y estético. Aunque la preparación no suele ser suficiente cuando el acto se hace puertas afuera. “Una vez estuvimos trabajando en un parque de Galicia y, de repente, vino una ráfaga de viento, que desarmó todo el teatrino, la gente me ayudó a recoger el show que se desparramó en todas las direcciones”, contó Carmen Domech (Títeres Cachirulo). Este episodio es un desastre habitual en el oficio, coincidió el resto de los colectivos que participó. Entre otras experiencias, Navas, agregó que, en el aeropuerto de Buenos Aires, durante un despiste, le robaron la valija en que llevaba los títeres y tuvo que rehacerlos en cuatro días para presentarse en un festival en la provincia de Misiones.
Mauricio Rivas, estudiante de Turismo, señaló que pasaba por ahí y entró porque no tenía mucho que hacer: “me llevé un mensaje interesante, ignoraba que un títere podía aclararme los problemas; por la calidad del festival este evento internacional, debió tener más atención para llegar a todos los públicos”. Ya lo dijo el poeta argentino Roberto Juarroz, “buscar una cosa es siempre encontrar otra. Así, para hallar algo, hay que buscar lo que no es”.