Salvador Allende: El gran desconocido
“Algún día América Latina tendrá una voz de continente, una voz que será respetada y oída, porque será la voz de los pueblos dueños de su propio destino”. (Salvador Allende en entrevista con el filósofo francés Regis Debray, publicada en Punto Final, marzo/71 ).
A cuarenta años de distancia, Allende se anticipaba al proceso integracionista y revolucionario que vive hoy Latinoamérica.
Salvador Allende Gossens nació en 1908 en Valparaíso, en una familia acomodada pero con ideas liberales -tenía un bisabuelo que había combatido junto a Bolívar en Boyacá y Carabobo-. Fue un viejo zapatero anarquista de origen italiano, Juan Demarchi, quien le enseñó a jugar ajedrez, amar los libros y también a repensar la realidad desde una perspectiva diferente.
En Santiago, donde comenzó a estudiar medicina en 1926, vivía junto a otros estudiantes en un barrio muy modesto “por las noches leíamos El Capital, a Lenin y también a Trotsky, no teníamos fronteras”.
Una experiencia efímera protagonizada por oficiales del ejército (la República Socialista) sentó las bases para la creación, en 1933, del Partido Socialista, que Allende fundó “porque queríamos construir una fuerza política marxista con un marcado acento latinoamericanista, de ahí el hacha indígena sobre el mapa distingue la bandera roja del Partido Socialista chileno”, que su carrera política despegó.
La trayectoria política de Salvador Allende, que se extendió por 40 años (1933-1973), podría ser dividida en dos fases:
En la primera etapa (1933-1951) su labor estuvo encaminada a estructurar su partido: desde la secretaría regional de Valparaíso, secretario general y miembro de su Comité Central. También participó en la función pública: como diputado, ministro de salubridad y senador. Fue una fase de preparación, dedicado a producir leyes que alivien las carencias de la gente.
En 1952 arranca el segundo período. Allende compite por primera vez a la presidencia apoyado por una coalición de partidos de izquierda.
La Ley Indígena promulgada en 1971 planteaba la devolución de la tierra a los mapuchesLa campaña le permitió recorrer Chile de punta a punta. El contacto con humildes obreros, campesinos, amas de casa, mujeres y hombres mapuches, habitantes de pueblos perdidos en la costa y la cordillera, reafirmó su compromiso político. En discursos -que eran verdaderas clases pedagógicas- les explicaba la razón de su pobreza, la necesidad de liberarse de países poderosos que saqueaban los recursos naturales del país, de repartir la tierra. El líder comunista Carlos Contreras, que lo acompañó en esa gira, aseguraba que la gente entendía cuando Allende les hablaba de las acciones y responsabilidades que les tocaría asumir en la revolución creadora y constructiva que transformaría a Chile.
Cuando la campaña terminó, Allende emergería como el líder indiscutible de la izquierda chilena. A partir de ahí su posición se radicalizaría. En 1954, en plena guerra fría, viajó a la Unión Soviética y a China Popular, en abierto desafío a los Estados Unidos.
“Nuestra victoria en la lid electoral nos protege de cualquier intervención -interna o externa-” (Allende)Eran los años sesenta: Cuba, Vietnam, Corea, son los nuevos focos de libertad y hacia allá va Allende. Se adhirió de inmediato con la Revolución Cubana. En 1960, ante el Senado de su país, hizo una encendida defensa de la isla, amenazada por EE.UU., “desde aquí puedo decir que la agresión contra Cuba es una agresión a la tierra, a la sangre y a la historia de América Latina”.
Corea lo sorprendió por el nivel de desarrollo económico alcanzado a pesar de la guerra.
Vietnam reafirmó lo que había sentido y palpado en Cuba: un pueblo unido, con conciencia política, cuyos dirigentes tienen la fuerza moral, el prestigio, y el ascendiente de Ho Chi Minh es un pueblo invencible, dijo Allende a Debray.
Estas acciones hablan por sí solas de una postura independiente, con un claro viso revolucionario.
El 4 de septiembre de 1970 ganó la presidencia en una campaña animada por los cantos de la Nueva Canción Chilena, pero, sobre todo, por la movilización de miles de trabajadores. “Caminamos al socialismo por el rechazo voluntario, a través del voto popular, del sistema capitalista”, dijo Allende en su primer discurso ante el Congreso en 1971. Pero el camino no era fácil, tenía en contra al Congreso (luego del retiro de la Democracia Cristiana), al Poder Judicial, a los militares y a la prensa.
No obstante, el gobierno de la UP lograría trazar las líneas maestras de la vía al socialismo para asegurar la independencia económica: entre 1970 y 1973 nacionalizó el cobre, el salitre, el carbón y estatizó la banca. Se profundizó y culminó la reforma agraria, que incluía la restitución de sus tierras a los mapuches, mediante la Ley Indígena.
Allende sostenía que “la lid electoral, el foco guerrillero, la lucha urbana, la insurgencia”, eran vías válidas para la lucha revolucionaria, que los pueblos transitaban de acuerdo con su propia realidad.
Aunque no descartaba un ataque imperial, estaba seguro de que el triunfo por las urnas deslegitimaría cualquier intromisión -interna o externa-. Asimismo, confiaba en la solidaridad continental: “No tenemos ninguna actitud agresiva contra el pueblo norteamericano; pero si EE.UU., una vez más, hace tabla rasa de la autodeterminación, de la no intervención, se va a encontrar con un pueblo y un continente dignos”.
EL HOMBRE VELADO TRAS LAS LLAMAS
Mario Amorós, periodista español con una vasta obra sobre el gobierno de la Unidad Popular y su líder, comenta sobre el expresidente: “Allende es un mito atrapado aún entre las llamas de La Moneda. Cada 11 de septiembre el eco imperecedero de su esperanzadora apelación postrera a las Grandes Alamedas retorna desde el fondo de la historia. Vuelve a resplandecer su heroica resistencia, casi inerme, ante la traición de los generales golpistas y la abyecta conducta de sus instigadores civiles. No obstante, la evocación casi exclusiva de su sacrificio oscurece su labor como Presidente de la República y ha condenado al olvido su compromiso político que buscaba superar el capitalismo y construir el socialismo con pleno respeto al pluralismo, los derechos humanos y las libertades democráticas. Salvador Allende es un gran desconocido, incluso en Chile”.
“QUERÍA VIVIR EL PROCESO DE LA ESPERANZA”
Matilde Mora Witt, educadora y ensayista ecuatoriana recuerda: “Fui a Chile en 1973 porque quería vivir el proceso que despertaba tanta esperanza entre los jóvenes de mi generación. Pude darme cuenta de la enorme aceptación del Gobierno de Allende por un multitudinario acto por el 4 de septiembre, a solo días del golpe. Estudiantes, obreros, jubilados salieron a defender al gobierno popular, la consigna era: ‘Llueve sobre Santiago’, pero llovía solo balas. Los militares se enfrentaban entre sí, porque hubo muchísimos soldados que combatieron a favor del Presidente y fueron eliminados por los golpistas. Pero lo más atroz eran los bandos: ‘Chileno denuncia a cualquier extranjero, puede ser un posible enemigo de nuestro pueblo’, decían. ‘Si hasta un día antes eramos queridos, y ahora teníamos que ocultarnos’”.
LA DESUNIÓN DE LA IZQUIERDA AYUDÓ AL GOLPE
Juan Mas, periodista ecuatoriano que vivió en Chile durante el gobierno de la Unidad Popular, dice: “No pretendo hacer ninguna interpretación del fenómeno, solo dar algunos datos sobre este período de la historia chilena: El asesinato del comandante del Ejército, René Schneider, antes de que Allende asuma, fue el primer aviso del golpe del 73. El desabastecimiento, la violencia, el mercado negro, todo era parte del plan armado por los Estados Unidos y la derecha chilena. Ayudados por la desunión de la izquierda, cuando los del VOP asesinaron a Pérez Zujovic, y la DC se abrió de Allende, se vio para dónde iba el asunto. La represión empezó antes del golpe: Los militares entraban a cualquier lugar buscando “terroristas”, gracias a la Ley de Control de Armas aprobada por el Congreso. Luego del golpe varios ecuatorianos fueron asesinados por la dictadura de Pinochet”.