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Roth no sabe “cómo dejar las letras”

Roth no sabe “cómo dejar las letras”
24 de octubre de 2012 - 00:00

Nueva York, Estados Unidos.-

A pocos meses de que celebre su cumpleaños número ochenta, Philip Roth no suelta la pluma que le ha valido el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012 pese a confesar que “si pudiera dejar de escribir lo haría”.

“Tengo 79 años, ¿si (escribir) es tan frustrante y difícil para mí, qué me ha llevado a seguir haciéndolo?  Y la respuesta es muy tonta, es que no sé cómo parar. Si pudiera dejar de escribir lo haría, pero no sé cómo hacerlo”, explica Roth en una entrevista con EFE en su apartamento en el barrio neoyorquino del Upper West Side.

No contento hasta que no resuelve “los desafíos literarios” que se le presentan, Roth va hilando puntada a puntada las primeras ideas impulsado por una “perseverancia” y un “afán de perfeccionismo” con los que va descubriendo un libro que al principio se antoja “turbio y nublado”.

Luchando contra ese proceso agónico, este eterno candidato al Nobel ha publicado ya 31 novelas, en las que ha escudriñado con maestría el alma humana, que lo han convertido en el máximo exponente de la herencia de la gran literatura estadounidense, en línea con Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Saul Bellow.

Nacido en Newark (Nueva Jersey) el 19 de marzo de 1933 en el seno de una familia de origen judío emigrada de Ucrania, Roth publicó su primer libro, “Adiós, Colón” (1959), poco después de haber cumplido los 26 años, “por ambición, para ver si podía hacerlo y por un deseo de hacerlo tan bien como pudiera”.

Desde entonces no ha podido dejar de ponerse a prueba a sí mismo escribiendo obras como “Pastoral Americana” (1997), con la que se llevó el premio Pulitzer y que precedería a “Yo me casé con un comunista” (2000) y “La mancha human” (2001), que conformaron una laureada trilogía sobre la historia reciente de Estados Unidos.

Pero detrás de su prolífica carrera literaria, se esconde un novelista que en muchas ocasiones se ha planteado dejar de escribir. “En los viejos tiempos ponía la mano sobre mi máquina de escribir y decía, ‘¿a dónde voy para dimitir, cómo renuncio?’. Pero no hay ningún sitio. Si hubiera una oficina en el centro de Nueva York donde los escritores pudieran ir a dimitir, habría una cola que le daría la vuelta a la manzana”, asegura.

Su larga lista de premios, entre los que destacan el National Book y el Nacional de la Crítica, no le sirven de motivación para seguir escribiendo, pero sí para despertar “al niño que uno tiene dentro”, porque “realzan su deleite por la sorpresa, el reconocimiento, la apreciación y un poquito de amor”. Celebra el Príncipe de Asturias con el que se convierte en el cuarto estadounidense en obtenerlo tras Arthur Miller (2002), Susan Sontag (2003) -que lo compartió con Faterna Mernissi- y Paul Auster (2006).

Augura firmemente la muerte del lector: “Los lectores van a desaparecer. Seguirá habiendo novelistas que seguirán escribiendo, pero serán leídos por menos y menos gente. Tiene que ser así, simplemente hay demasiadas pantallas”, dice Roth, el único escritor vivo cuya obra es editada en su totalidad por The Library of America, uno de los mayores reconocimientos   para un escritor en Estados Unidos.

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