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El Telégrafo
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Rosana Matecki, cineasta venezolana-canadiense

Matecki: "El arte es un arma contra la desazón"

Matecki: "El arte es un arma contra la desazón"
Foto: César Muñoz / ET
03 de febrero de 2020 - 00:00 - Jéssica Zambrano

La cineasta venezolana Rosana Matecki ha vivido más de 20 años en Montreal. También es canadiense y buena parte de su último proyecto cinematográfico lo financia el país norteamericano. En 2010 tuvo la idea de regresar a Margarita, la isla en la que nació, en la que hace pesca subacuática. De ese intento de retorno nació  el documental Historia de un día, un filme en el que los personajes nacen y mueren, con escenas cotidianas de un pueblo caribeño en un país en ruinas.

Como parte del proyecto 8D de Ochoymedio para exhibir las cinematografías de Ecuador y Venezuela, Matecki presentó este documental en Quito, Guayaquil y Manta.

En 2018, Ochoymedio ganó fondos concursables para este proyecto y también para la coproducción del documental Las casas muertas, otra historia donde los protagonistas son los campesinos venezolanos.

¿Qué pasa en el campo de Venezuela, con estos personajes que parecen atemporales?

Para mí hay un proceso de tierra, de raíz que es lo que salva, como la ancestralidad indígena, no como un panfleto. Creo que todo tiene una conexión. Acabo de venir de filmar de un país como Venezuela que es super inseguro, pero la gente que no tenía nada cree en lo comunitario. Lo que tienen lo pueden compartir. No es un espacio naíf, es la sencillez que hace que haya menos arrogancia. Yo quiero traer ese anonimato a la luz.

¿Cómo logras ensamblar esta historia sin que se note tu presencia en la vida de los personajes?

Ellos actúan su propia vida. Me interesaba marcar los procesos ceremoniales, los procesos de vida. Es muy Rulfo, me gustan los personajes anónimos que te proponen una luz en la oscuridad. Estuve trabajando el indigenismo no como una mirada etnógrafa; estaba muy claro que era una persona que estaba mirando y observando ese proceso y buscando las atmósferas de lo valioso. Es un proceso de mirada, es una película que nace y muere.

¿Cómo encuentras a tus personajes?

No desde la vanidad, pero la historia no son ellos, soy yo. Es mi necesidad. Me interesan los derechos de la mujer, la vejez. La mujer no se puede enamorar de un tipo joven, por ejemplo. Los hombres tienen todo preaprobado. A mí me seduce la vejez, pero no quiero envejecer como mi madre.

Yo tengo una necesidad de pasión. Estos personajes que tienen que trabajar para poder vivir se convierten en una fuerza y eso es lo que veo. A mí me aterra cómo la sociedad llevó al viejo directamente a la muerte porque es un cuerpo transformado.

Simone de Beauvoir decía que la vejez es el fracaso de la sociedad contemporánea. Los viejos no tienen chance. Es mi proceso, no los utilizo, a través de ellos navego en mi necesidad de explorar lo que siento con esa historia. Y el proceso de confianza es mágico.

Historia de un día tiene financiamiento del Consejo Nacional de Cine de Venezuela, pese a que está implícita la crisis del país, ¿no hubo un proceso de censura?

Hubo un momento en que aunque existía el régimen actual había mucha plata para el cine. Juan Carlos Lozada fue un buen gestor. Aprobamos una ley de cine en la que el dinero de la distribución de cine iba a las películas venezolanas. Ya no funciona así.

Esta película se ha gestado rápido (la que coproduce con Ochoymedia).

Canadá está metidísima, pero no es fácil porque con Venezuela la gente aún se tapa la nariz. Todavía la gente de izquierda prefiere taparse la nariz a reconocer el dolor. Es muy doloroso porque no hay una dictadura buena ni de derecha ni de izquierda.

El espacio que se le dio a Cuba y a Chile, a colegas que yo quiero muchísimo para hacer su cinematografía no es el mismo que se nos da a nosotros.

Están terminando la película en la que usas lo que ocurrió en tres pueblos de Venezuela para describir la metáfora del país, ¿cómo llega esta historia?

Esta es una película sobre Venezuela, sobre el dolor de tener un país no país, Venezuela es un país fallido. A través de tres pueblos que se  hicieron en los años 80 para hidroeléctricas, hago la metáfora de país porque es una gran ironía. Quería ir 30 años atrás para hablar de este régimen. Para mí el arte puede transformarse en un arma contra la desazón.

Vi ahí la posibilidad de contar el dolor sobre lo que siento que es algo irreversible. Siento que el país murió, mis referentes murieron y el país no va a ser el mismo y qué hacemos con eso. Estos tres pueblos fueron desterrados, los desplazaron en nombre del progreso, uno de ellos desaparece con la sequía y aparecen las ruinas. A través de ese proceso ellos van y buscan la memoria, excavando. Somos el reflejo de un sueño. (I)

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