Reconocimiento a Felipe (Quino)
A ese Felipe atormentado, en lucha solitaria y permanente contra los mandatos de la escuela, le debemos una hazaña monumental: sacar a los deberes de su santuario y poner en duda su propia razón de ser, cuando nadie, o muy pocos, se atrevían a hablar mal de ellos. Millones de niños y niñas atormentados, como él, han padecido y siguen padeciendo el tormento de los deberes.
Ese Felipe incomprendido, sin amigos ni padres cómplices, quedó catalogado de vago, mal alumno, procrastinador, perezoso, flojo de espíritu, bueno para nada. Tendido en la silla o sobre la mesa, le vimos batallar con su falta de voluntad, con su resistencia a someterse a las rutinas escolares. ¿Quién se permitía, en la década del 60, dudar de las bondades de los deberes y de la inevitabilidad de niños esclavizados para cumplirlos?
En las últimas décadas, muchas cosas cambiaron, algunas para bien. Entre ellas, la reputación de los deberes. Hoy están en la mira como enemigos de la infancia y de la buena pedagogía, y gozan de creciente antipatía entre niños, familias, educadores y especialistas en todo el mundo.
Felipe, el antihéroe, resultó un adelantado. Un tímido niñito argentino que, desde las tripas y sin saber una pizca de Neurociencia, se anticipó a investigaciones y análisis que hoy ponen en entredicho incluso la utilidad de los deberes y que están obligando en muchos lados, cuando menos, a reducir la carga.
Lastimosamente, Felipe ya no está para verlo. En 1973 Quino decidió dejar de dibujar a Mafalda y sus amigos. Felipe no pudo reivindicarse ni disfrutar los nuevos vientos escolares. Vaya nuestro reconocimiento a su intuitiva, solitaria y sufrida resistencia a los deberes. (O)