La vocación política del intelectual no cabía en el molde eslavo
Raúl Roa y el ‘socialismo de la esclavitud’ (I)
Raúl Roa García (1907-1982) formuló una de las críticas más fuertes hechas desde la izquierda cubana, antes de 1959, contra el socialismo soviético.
La montaña de anécdotas que cubre la memoria de Roa oculta otra condición de su personalidad: la de ser uno de los pensadores cubanos más lúcidos del siglo XX. Roa fue ministro de Relaciones Exteriores de la Cuba revolucionaria después de 1959, y es conocido por justas razones como ‘Canciller de la Dignidad’, pero su pensamiento previo a esa fecha es bastante ignorado hoy por varias generaciones de cubanos y de latinoamericanos.
Roa publicó la mayoría de sus obras de reflexión entre 1935 y 1959. Sus discursos como ministro de Relaciones Exteriores, y los textos que escribió hasta su muerte en 1982, son imprescindibles para conocer el carácter de la ideología revolucionaria cubana y las conflictividades por las que atravesó en las décadas del 60 y 70 del siglo pasado, pero sigue siendo necesario reconstruir su discurso como una de las corrientes socialistas que llevó a la Revolución de 1959.
Roa vivió más que muchos de sus compañeros de generación como para poder observar el curso histórico de la dominación burocrática en la URSS y poder erigirse en duro crítico del ‘padrecito rojo’, como le llamaba a Stalin, a diferencia, por ejemplo, de su entrañable amigo Rubén Martínez Villena.
La vocación socialista de Roa no cabía en el molde eslavo. Los trabajos reunidos en su primer libro, Bufa subversiva, reseñan con admiración la lucha de los comunistas contra Machado, y apenas hace visibles diferencias ideológicas entre él y sus compañeros fraternos de lucha, cualquiera fuese su filiación, pero Roa no ingresó al partido de los comunistas del patio, y el tono y la profundidad de sus críticas fueron en aumento constante tras las políticas seguidas por este partido con posterioridad a 1938.
La diferencia ideológica entre Roa y el primer Partido Comunista de Cuba era profunda. Para Blas Roca, secretario general de este partido a partir de 1934, “la doctrina en que basa su programa y su acción Unión Revolucionaria Comunista (nombre del partido comunista entonces) es el marxismo, la teoría elaborada por Marx y Engels y genialmente aplicada y desarrollada en Rusia por Lenin y por Stalin”.
Por el contrario, para Roa, Marx había sido “expurgado, corregido, monopolizado, rusificado y contradicho por el propio Stalin a fin de justificar la política imperialista del zarismo y la invasión soviética de Polonia conjuntamente con las huestes de Hitler”.
Roa no se contaría entre aquellos que pusieron los ojos en blanco cuando Jrushov dio a conocer los crímenes de Stalin en 1956: “José Stalin fue en vida un nuevo zar para los imperios rivales y el fementido abanderado de un hermoso ideal para millones de proletarios y para los que aún alientan la esperanza de un socialismo fundado en la libertad”, escribió en 1953 a la muerte del ‘padrecito’.
Roa se sabía distante, desde temprano, de los que se enteraron de la satrapía y murieron, con gesto lánguido, de desilusión. En medio de la Guerra Fría, entendió cómo la libertad estaba en un lugar distinto al imaginario de los bandos contendientes: más allá de ‘la cortina oriental de hierro’ y de ‘la cortina occidental de sables’. Frente a ellas, defendió ‘la única tercera posición virtualmente factible y operante’: “La otra, carente de raíz y meta, sirve, de manera exclusiva, los designios e intereses del imperialismo soviético, patológica excrecencia de una revolución socialista degenerada”.
Así, su crítica al totalitarismo soviético no hizo el juego a los contendientes del ‘Mundo libre’ vs. los del ‘Mundo comunista’, allí donde los primeros lograron cubrir con el concepto de anticomunismo lo que muchas veces era antiestalinismo, mientras los segundos monopolizaron para sí el uso y disfrute de un socialismo normado en singular: el existente en la URSS.
Para Roa, la experiencia histórica del socialismo, al ‘subordinar los fines a los medios’, y gracias a su ‘concepción autoritaria del poder’, conducía ‘a la degradación y a la esclavitud’. El socialismo existente en la URSS ‘no se diferenciaba del fascismo en su radical desprecio a la dignidad humana’. Por ello, ‘el camino de la libertad era la última salvación del socialismo’.
En este horizonte, Roa reafirmaba la dimensión axiológica del marxismo —su contenido de justicia— con lo que se colocaba contra la matriz economicista del marxismo soviético, preocupado más por la producción que por la justicia. “La plusvalía es más un concepto moral que una categoría económica —explicaba Roa-. Su verdadera significación estriba en implicar una condena inapelable de la expropiación del trabajo ajeno no pagado. Sin ese ‘supuesto moral’, ¿cómo se explicaría ya no la acción política de Marx, sino también el tono de violenta indignación y de amarga sátira que se advierte en cada página de El Capital?”.
El discurso de Roa era frontal sobre el carácter del régimen soviético y su radical diferencia con el proyecto del socialismo. Para el autor de En pie, Stalin había instaurado un régimen totalitario en la URSS a la muerte de Lenin. Sin embargo, su impugnación no partía de los presupuestos del trotskismo, ni del marxismo revolucionario en la línea de Rosa Luxemburgo o Antonio Gramsci.
Su crítica parte de un proyecto definible como ‘socialismo democrático’, estructurado a partir de ‘los valores que le infunden objeto y sentido a la vida humana: soberanía del espíritu, estado de derecho, gobierno representativo, justicia social y conciencia’, valores contrarios para Roa a los que emergen de ‘la antinomia amigo-enemigo como esencia del poder’.