El también crítico fue maestro de martín caparrós
Piglia: "Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas"
En el inicio todo era incierto, había la manía de mirarse doblemente para comprobar que uno es el mismo, que permanece. Ricardo Piglia fue Emilio Renzi. Y Ricardo Emilio Piglia Renzi fue el escritor argentino que pobló de pensamiento literario cada párrafo que escribió. No solo era estilo, no solo era ficción, no solo era historia. Lo que él dejó, ante todo, fue una forma de pensar la literatura.
“Yo ya leía, pero sin método”, dijo Ricardo Piglia cuando recordaba sus años de juventud, en un perfil que le hizo Leila Guerriero en 2010 para El País y que luego apareció en Plano Americano. Él había tenido una “noviecita” en Adrogué -donde nació el 24 de noviembre de 1941-, cuyo padre era anarquista y leí mucho. En una de sus caminatas con su enamorada, ella le preguntó si estaba leyendo algo y lo primero que se asomó por la cabeza de Piglia fue un recuerdo: “Yo había visto, en la vidriera de una librería, La peste, de Camus. Y le dije: ‘Sí. La peste, de Camus’. Y me dijo: ‘Prestameló’. Entonces compré el libro… me da vergüenza contar esto... pero compré el libro, lo leí esa noche, lo arrugué un poco para que pareciera más usado, y se lo llevé al día siguiente. Y ahí empecé a leer”.
Lo que más abundó en la familia de Ricardo Piglia -su padre era peronista, perseguido político y luego fue encarcelado, lo que provocó que se mudara junto con toda su familia de Buenos Aires a Mar del Plata, cuando él tenía 16 años- eran historias. Por eso, el autor argentino desde los inicios de su obra ingresó en ella a través de Emilio Renzi. Piglia tomó su segundo nombre y el apellido materno para crear un personaje que aparece en varios de sus libros de manera secundaria o principal, como en Respiración artificial o Blanco nocturno. Pero también, Emilio Renzi se convirtió en el protagonista de su último proyecto literario, el cual recoge a través de tres volúmenes (aún queda uno por publicar, en Anagrama) los diarios que Ricardo Piglia escribió de 1957 a 2015.
Esa empresa se denominó Los diarios de Emilio Renzi y es una especie de relato personal, recobrado de las anotaciones que hizo por más de medio siglo en 327 cuadernos casi idénticos, de tapas negras de hule, guardados en 40 cajas de cartón, que atesoró con su pasión de historiador.
En el primer tomo de Los diarios de Emilio Renzi, subtitulado ‘Años de formación’, Piglia se pregunta cómo se convierte alguien en escritor, o si es convertido en escritor. Y responde: “No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una decisión tampoco, se parece más bien a una manía, un hábito, una adicción, si uno deja de hacerlo se siente peor, pero tener que hacerlo es ridículo, y al final se convierte en un modo de vivir (como cualquier otro)”.
Piglia falleció en la capital argentina por una esclerosis lateral amiotrófica (ELA) y dejó un legado de obras que ficcionan la historia, que insisten en la traición como excusa narrativa, que coquetean con el periodismo o que abordan la masculinidad desde otras luces, como en Plata quemada. Piglia llegó a decir que “la crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas”. También, junto con sus libros, queda una lista de importantes reconocimientos, que incluyen el Premio Rómulo Gallegos (2011), el Formentor de las Letras (2015) y el Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas (2013).
Lector, crítico, editor, guionista, profesor y narrador, Ricardo Piglia dio clases en la Universidad de Buenos Aires, la Universidad de Princeton y la Universidad de California en Davis. Aunque vivió durante muchos años en Estados Unidos, pasó sus últimos meses en su ciudad natal a causa de su enfermedad, o de lo que él definía como “estar embromado”.
“La verdad tiene la estructura de una ficción donde otro habla”. Con este epígrafe de Ricardo Piglia, que condensa su pensamiento literario, arranca Lacrónica, del periodista argentino Martín Caparrós. De su maestro, de Piglia, él dijo: “Es, sin duda, el escritor argentino vivo más importante. Quizá no el más copiado; por aquellos misterios y confusiones de las plumas y sus espejitos de colores, hay más aspirantes que querrían ser Aira. Pero Piglia ha definido como nadie qué es la literatura argentina contemporánea, cuál es su canon, cuáles sus problemas. Entre ellos, el asunto central del fin de siglo en ese fin del mundo: cómo escribir después de Borges.
Cuando muchos se esforzaban en recuperar o rechazar su retórica, su parque temático de espejos sueños laberintos, Piglia entendió que el material borgiano que servía era su mecanismo, y reformuló el cruce entre ficción y ensayo -el ensayo como ficción y viceversa- y lo volvió su matriz creativa. Así irrumpió, en plena dictadura, y refundó las cosas”. (I)