Narrativas surreales para lecturas contemporáneas
Fue poco lo que se habló, en un sentido masivo, de “Blak Mama” cuando intentó llegar a los cines en 2009, año de su estreno.
Es más lo que se sabe de “Blak Mama” a partir de la producción de “Más allá del mall”, un documental sobre las películas “bajo tierra” que dirigió Miguel Alvear luego del fracaso de exhibición de su filme.
Es que “Blak Mama” está narrada con un lenguaje que requiere del espectador, por decir lo menos, una total atención.
Dirigida por un coreógrafo (Patricio Andrade) y un artista visual (Alvear), la película transita por una especie de inconsciente de la ecuatorianidad, en que los símbolos se sobreponen a un hilo argumental que se diluye entre intertextos.
El escudo nacional vomitador, la celebración de la Mama Negra, la plaza de toros o los guiños a la política coetánea al rodaje (que duró unos 9 años), se mezclan en un experimento que intenta un relato que, con harto humor negro, radiografía al ecuatoriano cotidiano.
Pero en “Blak Mama” la historia es una excusa. El hilo argumental está ahí solo como nexo para dejar paso a la experiencia, a la observación, que es donde realmente está el ¿éxito? de esta cinta: La historia puede ser cualquiera, son los símbolos los que hablan.
Son los propios personajes en sí mismos una recopilación -¿o reciclaje?- de símbolos, que emprenden un viaje onírico, en un tono surreal que marcará el resto de la película, relatada en gran parte por danza contemporánea.
Blak Mama (Patricio Andrade, el codirector), La Bámbola (Amaia Merino, María Belén Moncayo y Ana Páliz) y I Don Dance (al que le da vida Byron Paredes), son tres recicladores de Guápulo.
En su dinámica diaria, La Bámbola parte en dos, machete mediante, libros como la Constitución de la República, en un acto formal en el que Blak lee, solemne, uno de sus párrafos, como cumpliéndole un último deseo de ser leído. Un cóndor con las alas desplegadas reposa sobre el pedestal de un templo por el que pasan los protagonistas, ocupando el lugar que le corresponde a una imagen religiosa.
Este tipo de alusiones está presente todo el tiempo en “Blak Mama”, acaso como argumento de mestizaje en una historia que también se cuenta en la festividad de la Mama Negra, una celebración en Latacunga de origen africano, mediada por la cultura indígena y la cristiana.
Se recoge en la Mama Negra el discurso transcultural por antonomasia. No por nada el título de la película es el que es. Ángel Exterminador y Capiluna, una suerte de espíritus que se convierten en los anfitriones del viaje -¿de contrabando?- de los protagonistas, son tomados de la celebración de la Mama Negra: el Ángel de la Estrella y el Capitán. Mientras, la lujuriosa divinidad andina Virgin Wolf toma el lugar de la Virgen de Las Mercedes.
No son pocos los guiños a la ecuatorianidad, en un discurso que trasciende a lo patriótico. Se habla de culturas y no de orgullo nacional. “Blak Mama” aborda y deconstruye la identidad local, y evidencia el fuerte factor folclórico presente en la adaptación de las costumbres.
Un hombre pintado de Escudo Nacional vomita con un fondo sonoro que corea el “Sí se puede”, popularizado en las eliminatorias mundialistas a Corea-Japón 2002.
“Blak Mama” es un “champús”, como bien ha dicho Lizardo Herrera en kilómetro8ymedio.net.
Dentro de esta mezcla de abordajes casi ilimitados se habla también de géneros. Y cómo lo hace.
La Bámbola, que es interpretada por tres actrices, se mira -inconforme de su existencia- al espejo, que le devuelve un elocuente “Vos mismo eres, Bambolita”.
Desde entonces, La Bámbola decide que no quiere que nada la detenga, cuando ya ha emprendido ese camino, plagado de signos de lo sobrenatural, que les han abierto Capiluna y Ángel Exterminador.
Un punto de quiebre se produce cuando, en una danza travesti, Capiluna y Ángel Exterminador luchan cuerpo a cuerpo en un acto bélico-sexual que llega al sadismo y a lo gore, y que termina con la muerte de Ángel Exterminador.
Y es que la danza juega un papel preponderante en esta narrativa que -ya lo he dicho- superpone la experiencia al hilo argumental. La muerte de Ángel Exterminador y el acto de intimidad, sugerido entre I Don Dance y La Bámbola (esposa de Blak), se producen en medio de coreografía que juega con las sombras y la luz, lo que desafía el pudor.
Para los espectadores del aún joven cine ecuatoriano, que tienden todavía a ver las cintas nacionales con ojos de orgullo por ser producidas en el país, es necesario desprenderse del recato y entregarse sin miramientos a esa recodificación de sentidos sobre lo nacional que hace “Blak Mama”.
La cinta se llena de una estética kitsch de numerosas referencias y símbolos que saturan los cuadros. Es un vómito posmoderno, o como lo han llamado los críticos -los pocos que escribieron sobre esta película-: un relato del neobarroco.
* “Blak Mama” se exhibe desde el 29 de mayo en la Bienal de Arte Contemporáneo de Venecia. Desde entonces, las proyecciones se mantendrán en Venecia hasta el 30 de noviembre.