Medardo Ángel Silva, el poeta ajeno de Guayaquil
Por la puerta tres del Cementerio General de Guayaquil un hombre juega a que se apuntala en la cabeza con un arma que no existe, no es más que su brazo. Para él la puerta está cerrada.
En unas bancas, al pie de la entrada esperan cuatro miembros de la Asociación Cultural Cerro Santa Ana, vestidos de blanco, o en guayabera celeste. En el camino hacia la tumba de Medardo Ángel Silva, a quien han llamado el poeta de Guayaquil, hay una corte de colegiales con banderas de la ciudad y el país.
La Orquesta del Colegio República de Francia hace de un pequeño escalón, entre sarcófagos blancos, el foso de su presentación. A la vuelta de esta columna, en las que ya no habitan las esculturas italianas de la entrada, está la tumba de Medardo, pintada de dorado, con rosas rojas.
Foto: William Orellana / El Telégrafo
Los miembros de la Asociación Cultural han armado este evento para celebrar “100 años de mortalidad”, dice en el micrófono Silvia Vélez de Martinez y pide un minuto de silencio.
En el programa de discursos hay una lista de ausentes. Un grupo de bailarines danza el pasillo El alma en los labios, como si fuera un vals, mientras el tenor Giulian Morales canta.
Cuando termina la danza, le pregunto a uno de los bailarines si sabe quién fue Medardo. “La verdad, no lo recuerdo”, me dice. Le pregunto al resto de los danzantes y contestan que no saben, que aún no les está permitido dar la palabra. Al menos no, mientras se da el discurso de homenaje.
Recorro la corte de colegiales con la misma pregunta. Dicen que fue alguien “muy importante para Guayaquil”, que “se mató por amor a su esposa”, que escribió ese pasillo que canta jotajota, “¿él fue?”, replica un compañero ante esta respuesta. Dicen que les enseñaron los nombres de los cuatro decapitados, que siempre andaban juntos, que él era uno de ellos.
Una adolescente de 17 años intenta recordarlo mientras se golpea con la bandera, sin ningún resultado. Dicen que se mató en frente de su novia, que la quería, pero que igual tenía un hijo y una mujer aparte. Los estudiantes sostienen que se ahorcó y que van a buscar en Wikipedia, “es que de tantos cantautores nos olvidamos”.
Hace 100 años en las páginas de este diario se anunciaba que el poeta Medardo Ángel Silva se había quitado la vida. Habían pasado apenas cuatro meses de que empezara a trabajar en la redacción, a dirigir los Jueves Literarios y de que creara la sección “Al pasar” con el seudónimo Jean d’ Agreve, el mismo con el que ya había firmado algunos poemas también publicados en este diario, años antes de su bienvenida formal.
Su primer artículo en “Al pasar” se llamó “La ciudad delincuente”. Silva transitaba la ciudad de noche, en sus ambientes suburbanos, en sus lógicas marginales. De allí que su poesía guardara un proceso místico, que más tarde se fortalecería con la hipótesis de su suicidio.
Aún 100 años después de su muerte hay varias versiones de esta. Hay quienes dicen que Silva fue asesinado “cómo va a lanzarse un disparo detrás de la oreja, cómo un poeta puede suicidarse sin dejar una carta”, dijo en su momento Abel Romeo Castillo, quien dirigía el periódico durante los años de esta historia.
100 años después, con las dudas sobre su muerte y su obra, aún sin reunirse por completo, un grupo de autores le cantó Con el alma en los labios, al pie de su tumba. La canción con la que Julio Jaramillo lo inmortalizó en la memoria colectiva de una ciudad ingrata, sigue siendo su única bandera de tregua. Es hora de recoger sus pasos.
“La verdad no sé qué signifiquen para Guayaquil los cien años de la muerte de Silva. Hasta donde entiendo, no hay ningún programa institucional grande, colectivo, oficial y sobrio (no manipulado por el poder) que conmemore el próximo 10 de junio ese suceso. En el fondo, creo que para los dirigentes de la ciudad Silva significa poco, pues no hay una sola edición correcta en la que podamos leer la poesía, la prosa y los estudios críticos de Silva”, dijo a inicios de este año Fernando Balseca.
Sostiene que aún hay textos de él que aparecieron en EL TELÉGRAFO y que no han sido recogidos en libros. “El Silva completo y bien editado nos es aún esquivo. Es una pena, porque Silva fue una figura intelectual guayaquileña que, a pesar de su juventud, posibilitó nuevas comprensiones de lo que es vivir en una ciudad con pretensiones de modernidad”.
Este homenaje en sus 100 años es parte de la incomprensión con la que carga. (I)