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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Mario Benedetti, sus primeros 100 años

Mario Benedetti, sus primeros 100 años
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Es una alegría que don Mario Benedetti sea y que esté, que siga estando, aunque hayan pasado ya 100 años de su nacimiento; que llene el espacio con su presencia como un presagio bienaventurado que, de tiempo en tiempo, se renueva con bríos y decidido entusiasmo.

Nace poeta -su actividad literaria favorita según él mismo lo confesara- en Paso de los Toros (Tacuarembó, Uruguay) en 1920, en un tiempo en el que, probablemente, las voces de Juana de Ibarborou y Delmira Agustini se hacían escuchar con sus cadencias románticas, sin que nadie se atreviera aún a torcerle el cuello al cisne de engañoso plumaje.

En medio de dificultades económicas, y lejos aún de imaginar que “las soledades no vienen solas”, desde los 14 años se emplea en una empresa de repuestos automotrices en la que hizo de todo, menos escribir poesía, esa ocupación para la que había sido predestinado por el don de la palabra.

Su llegada a Buenos Aires, en 1939, le significa un deslumbramiento, un hágase la luz, no solo por las posibilidades de crecimiento material, sino porque su pasión de escribir habría de comenzar a propagarse como el fuego en cañaveral seco.

Allá lee emocionado a Baldomero Fernández Moreno -el de “Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor, a sus habitantes. Señor, ¿qué les pasa?”- y encuentra en él lo que andaba buscando con papel y lápiz, con alma y sangre.

Inoculado por vía intravenosa por Fernández, para 1941 está de vuelta en su país y se integra al semanario Marcha por un lapso de casi treinta años en calidad de director de la sección literaria, junto a Eduardo Galeano, Juan Carlos Onetti e Idea Vilariño.

Quizás ya plenamente convencido con aquello de que “la poesía dice honduras que a veces la prosa calla”, en 1945 publica su primer poemario: La víspera indeleble, de fugaz trayectoria y poca resonancia, pero que dejaría entrever la magnitud de un poeta cuya popularidad alcanzaría, en la primera parte del siglo XX, los niveles de Neruda, Huidobro y Vallejo, este último también fuente de inspiración para un hombre que haría del lenguaje coloquial una herramienta formidable de penetración.

Entre 1948 y 1950, instalado “provisionalmente” en su país, su producción literaria se diversifica. Publica su primer ensayo, titulado "Peripecia y novela", y su primer libro de cuentos, "Esta mañana", con el cual gana -no sería la primera vez- el premio de Ministerio de Instrucción Pública.

Poco después, y en una señal inequívoca de que el autor del célebre y desgarrador "Torturador y espejo" tomaría partido contra los desafueros de las dictaduras cobijadas por un cóndor de alas enormes, asesino y despiadado, se adhiere por primera vez y en forma decidida a las protestas por el tratado militar que la nación oriental firma con Estados Unidos.

De esa misma época, en su poemario "Mientras tanto", con el alma sublevada por una realidad que comenzaba a serle hostil, diría, en voz alta: “Mientras tanto hay oraciones, hay pétalos, hay ríos, hay la ternura como un viento húmedo. Solo mientras tanto”…

El año 1960 -la década gloriosa en la que harían eclosión obras fundamentales para la literatura como "Cien años de Soledad", de Gabriel García Márquez; "Rayuela", de Julio Cortázar, y "El Astillero", de su paisano Juan Carlos Onetti- también sería trascendental para Benedetti, pues se publica su novela "La Tregua", la cual, en forma de diario, relata la vida sentimental del oficinista viudo Martín Santomé junto a Laura Avellaneda.

Esta obra, traducida a 19 idiomas y con casi 150 ediciones, significaría la consagración internacional de Benedetti, pues no solo llegó al papel, sino al cine, a la radio y a la televisión, un éxito comparable a su "Poemas de oficina", publicado un año antes.

Pero si 1960 marca el inicio de su consagración, también marca su irrestricto apego a un hecho que un año antes conmovió a buena parte de la región, la revolución cubana, a la cual no dudaría en definir como “Vertiginosa henchida puntualmente/como fósforo que de pronto es antorcha/como brisa sospechosamente vital/como verdad escueta y explosiva/como caos fraterno terrenal entusiasta /como la abolición de soledades varias”.

Su paso por los Estados Unidos, donde estuvo solo cinco meses, fueron suficientes para “atragantarme de tanto materialismo, racismo y desigualdad”. En este contexto escribe su primer libro abiertamente comprometido: "El país de la cola de paja".

A partir de ese momento, el poeta al que se puede leer con la familiaridad de un saludo y la cercanía de un abrazo, desarrolla una intensa creatividad que va desde "Gracias por el fuego", 1965, "El cumpleaños de Juan Ángel", 1971, y "Letras de emergencia", en 1973.

Este último año, Uruguay se suma de forma deshonrosa al grupo de países sometidos al poder de las bayonetas: el general Juan María Bordaberry –quizás el elegido perfecto para encarnar con méritos propios aquello de “te metiste en crueldades de once varas y ahora el odio te sigue como un buitre”- da un golpe de Estado el 27 de junio y asume plenos poderes, lo cual sería causa suficiente para que el escritor no solo renuncie a su cátedra universitaria, sino que abandone el país por doce años.

Su verso explica mejor el tamaño de esta fructífera pero inmerecida ausencia: “Un viento misionero sacude las persianas, no sé qué jueves trae, no sé qué noche lleva, ni siquiera el dialecto que propone”.

Deambula por Argentina, Perú, Cuba y España, países en los que, ya maduro, formaliza una obra que propone una “sintaxis que puede adecuarse al dictado de la lengua coloquial o a la jerga política, a los ímpetus líricos, a los elegíacos o lo dulcemente evocativos”, según la crítica Martha Canfield.

Tras finalizar la dictadura de Bordaberry, en 1983, da inicio a lo que él mismo denomina su “desexilio”, vuelve a su país y sigue escribiendo con ímpetu. Parte de este periodo fecundo son: "Recuerdos olvidados", 1988; "Viento del exilio", 1981; "Primavera con una esquina rota", 1982; "Las soledades de Babel", 1991; "Preguntas al azar", 1986; "El mundo que respiro", 2001; "Insomnios y duermevelas", 2002; "El porvenir de mi pasado", 2003; "Existir todavía", 2004; "Adioses y bienvenidas", 2005; "Testigo de uno mismo", 2008; en narrativa "Geografías", 1984, "La borra del café", 1992 y "Andamios", en 1996.

El fallecimiento de su compañera de toda la vida, Luz López Alegre, en 2006, lo obliga a anclarse de forma definitiva en Montevideo y a donar su biblioteca al Centro de Estudios Iberoamericano de la Universidad de Alicante, en España.

Distanciado de las armaduras métricas y amigo de lo coloquial, necesario en la honradez política, aquel que un día fue cantado a los cuatro vientos por Joan Manuel Serrat ("El sur también existe"), que amaba las cosas simples, que estaba firmemente convencido de que su destino fértil y voluntario sería convertirse “en ojos, bocas y manos para otros ojos, bocas y manos”, muere en Montevideo el 17 de mayo del 2009.

Su cuerpo de 89 años es velado con todos los honores en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso uruguayo y se decretan tres días de duelo nacional.

Ganador del Premio Reina Sofía y del Menéndez y Pelayo, entre otras distinciones, a tono con su íntimo parecer, de don Mario habría que decir, también en voz alta: es tan lindo saber que usted existe y que podamos contar con usted, no hasta dos o hasta diez, sino hasta cien, cien años más. Siempre.  

Voces sobre Mario Benedetti

De Benedetti se ha escrito desde que fue un poeta extraordinariamente sencillo y popular -se lo puede hallar en el cuaderno de borrador de un estudiante de colegio- hasta un escritor que, aunque en menor grado, no desmereció fórmulas complejas apelando a una vasta red de intertextualidades.

Consultado por Diario El Telégrafo, el poeta León Félix Batista (República Dominicana, 1964) opina que “De Mario Benedetti pueden ser dichas muchas cosas, todas distintas y relevantes, unas más celebradas que otras.

El proverbial sostenimiento en el tiempo de un cuerpo de ideas, por ejemplo, pero también la incidencia en su poesía de sus creencias y visiones.

Benedetti se internó con éxito en varios géneros. Fue tan celebrado por sus cuentos como por sus poemas. Y justo ahí -en ese humus que se arma cuando el gran escritor uruguayo funde lírica y narrativa- que para mí se produce el mejor de todos los Benedetti: aquel de la novela (¿o poemario?) escrita en verso, El cumpleaños de Juan Ángel”.

Asimismo, señala que por donde uno lo tome, pocos poetas en el mundo podrían competir con la popularidad que su poesía tuvo, y tiene, entre los lectores.

Más cerca de nosotros, el poeta ecuatoriano Antonio Preciado (Esmeraldas, 1941) sostiene que Mario Benedetti es uno de los grandes escritores latinoamericanos, narrador y poeta de trascendencia mundial, “que supo articular adecuadamente sus convicciones ideológicas y políticas con su escritura, manejar con atinado pulso lo real y lo ficticio en ambas vertientes de su creación”.

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