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El Telégrafo
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Manuel Calisto, una vida entre lo real e imaginado

Manuel Calisto, una vida entre lo real e imaginado
26 de junio de 2011 - 00:00

En el principio, Manuel Calisto fue Faustino, Priscila y Guillermo, al mismo tiempo. Tres de sus primeros personajes propios, los pobladores de sus  historias para radionovela.

Su imaginación lo llevó a dibujar y a pintar desde temprano, sin saber que esa habilidad le serviría  para bocetear las escenas de sus producciones audiovisuales de adolescente, las primeras, pues fue durante los años del colegio cuando la grabadora de mano fue reemplazada por la cámara de video y se sucedieron los experimentos que empezarían a perfilar su vocación.

Más adelante, fue Carlitos, en el cortometraje El Gran Retorno, dirigido por Viviana Cordero, en 1995, en el cual el personaje volvía a su patria luego de varios años de exilio en EE.UU. por necesidad. Esta producción participó en el Festival Demetrio Aguilera Malta y fue la responsable de que decidiera por fin su futuro como actor. El éxito de El gran retorno se reflejó en su permanencia al aire durante 24 capítulos, en formato de serie televisiva.

Fue el médico legista Arturo Fernández en Cuando me toque a mí, película de Víctor Arregui estrenada en el 2008, y ese hito en su carrera lo consagró, su actuación fue doblemente premiada, en Francia y en Ecuador, y la cinta se llevó los mejores comentarios de la crítica local gracias a su destacada actuación.

El dato curioso que suele  comentarse  es que, previamente, Calisto había aceptado la propuesta de Arregui de interpretar a Jorge Fernández, el hermano gay del legista.

Hay quien dice que Manuco, como lo llamaban sus amigos más cercanos, era en la vida real como ese médico: solitario, irónico, con esa mordacidad de quien sabe lo que dice y lo que piensa.

Para Juan Martín Cueva, quien terminó siendo su hermano, Jorge Fernández, y quien lo conoció precisamente durante el rodaje de este filme de Arregui, “su aparente cinismo era en realidad una honestidad muy grande con sus ideas sobre los otros y sobre sí mismo, sobre su ciudad y su mojigatería. No era un moderado, no le interesaba moderar ni moderarse. Creía en lo que creía, quería lo que quería y pensaba lo que pensaba, sin cálculos”.

Fue el secretario de García Moreno, en la producción La verdad sobre el caso del Señor Valdemar, una adaptación hecha por Carlos Andrés Vera de la obra de Edgar Allan Poe. Su imagen desgarbada y volátil fue ahora la de un apuesto y seguro político de detrás del telón.

Después vinieron papeles en obras de teatro como Pequeños crímenes conyugales y El método Grönholm, junto a Cristina Rodas y Pepe Vacas, y comprendió que el valor del actor de teatro estaba en la capacidad de dejarse transportar a un mundo irreal. Calisto creía que cada actuación era distinta porque dependía del público  en la sala. De sus reacciones y de su ánimo dependía su propia interpretación. 

Cristina Rendón, quien también lo conoció como su colega profesional, lo recuerda como “una persona auténtica que le ponía corazón a las cosas que hacía. Un actor muy talentoso y una gran persona, que siempre sabía sacar una sonrisa”.

Esa dualidad del legista que fue, ese humor corrosivo al que se refería el director Víctor Arregui, la aparente frialdad ante los dramas sociales, su facultad de ser camaleónico junto a su carisma y a su sentido de humanidad fueron las características que le atribuyeron sus más cercanos amigos y colaboradores.

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