La novela tiene un vocabulario de más de 30 mil palabras, superior al que manejarían los lectores
Las versiones ilustradas son la primera conexión con el Quijote
La primera relación de un lector con Don Quijote de la Mancha, la obra de Miguel de Cervantes Saavedra, es —en la mayoría de los casos cuando se es un niño— un conjunto de imágenes caricaturescas que moldean la figura del ingenioso Hidalgo en el papel. Un hombre famélico revestido de una armadura que simula el ancho de sus hombros debajo de su delgado rostro va siempre cabalgando un caballo también escuálido. Lo acompaña, regordete y sonriente, Sancho Panza con su rucio. Juntos recorren los campos de La Mancha, una tierra en la que se combinan coloridas casas pequeñas de madera como primer plano de un fondo de colinas verdes y cafés.
Para el director de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) Darío Villanueva, el Quijote es una obra completamente visual. Según el académico, la riqueza de la imagen en la obra parte de lo que ve el Quijote en su fantasía, siempre contrario a la realidad en la que vive el resto de los personajes.
Además de todos los idiomas a los que se ha traducido la obra de Cervantes abundan las versiones en cómic e ilustradas. Estas adaptaciones recortan la obra compleja, con sus más de 30 mil palabras —en un vocabulario vasto—, en imágenes y pequeños diálogos que, de alguna manera, preservan la esencia de los ideales que le otorga el autor a su personaje: la búsqueda de un mundo justo.
Darío Villanueva, Marcos Marto, director de la Academia de la Lengua de Perú, y Juan Carlos Vergara, su homólogo en Colombia, tuvieron como primera versión del Quijote una edición ilustrada. A decir de Villanueva, esta —a pesar de los recortes a la obra de Cervantes— “es una manera legítima para empezar a leer porque la obra completa puede hacerse muy difícil para un muchachito joven de 10 años, que más o menos fue la edad en que yo empecé a leerlo”.
Marto recuerda como su primera lectura del Quijote las ‘fascinantes’ ilustraciones del brasileño Monteiro Lobato. A través de la adaptación de este escritor pudo conocer la argumentación central del legado de Cervantes, y fue un motor para luego buscar y estudiar la obra en su totalidad. El escritor peruano considera que el bagaje literario y el vocabulario que contiene la obra es excesivo para el que cuenta la gente hoy, pues el uso de palabras ahora se reduce a dos mil y la mayoría de las 30 mil palabras que contiene la obra podrían resultar desconocidas.
Durante las Jornadas Cervantinas, celebradas en Loja la semana pasada, se puso en debate la adaptación escolar que hizo en 2014 el escritor Arturo Pérez-Reverte junto a la RAE. Reverte retira las novelas insertas que usó Cervantes en la primera etapa de su obra, justificando que es una forma de quitar a los jóvenes ese “bloqueo” de la línea de narración de la obra.
Algunos académicos presentes en Loja, y miembros de las academias que conforman la RAE, consideraron que se subestima con ese tipo de modificaciones la inteligencia de los jóvenes, “pensando que solo pueden leer documentos lineales y que no son capaces de saltar al excelente encuentro con las novelas insertas”, dijo Juan Carlos Vergara.
Para el académico ecuatoriano Diego Araujo “no hay que cortar, hay que enseñar a leer las novelas insertas. El problema en el caso de la educación es que a veces se empieza mal, no hay suficiente guía del lector para la lectura. A veces dar una obra sin que antes haya horas de vuelo es un error pedagógico. Antes que mutilar hay que enseñar a leer”.
La crítica literaria Cecilia Ansaldo resaltó que se necesita delimitar lo que se entiende como lectores jóvenes, considerando además que en el país “el Quijote ha desaparecido de los programas de secundaria y en la universidad la lectura estética solo tiene puesto en la rama de literatura y en alguna que otra carrera ambiciosa que le plantea al alumno, como decían antes, una cultura general que le permita tener un remanso de gozo espiritual, del lado humano y lingüístico en su formación”. (I)