“Las poseídas”: Sutil trasunto de Argentina luego de la dictadura
La escritora argentina Betina González, ganadora del VIII Premio Internacional Tusquets por “Las poseídas”, recrea el despertar sexual de la adolescencia a partir de un internado católico femenino, convertido en un “trasunto sutil de un país que sale de la dictadura”.
En una entrevista con EFE, González, cuyas tres novelas han sido galardonadas por otros tantos premios, aclara que “Las poseídas” “no es una novela sobre la dictadura, aunque es un pasado que está muy presente”.
En opinión de la también autora de “Arte menor” (Premio Clarín de Novela 2006) y “Juegos de Playa” (una colección de relatos premiada por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina, FNA), “la literatura no está para cerrar historias, sino para abrir” y “Las poseídas”, publicada ahora por Tusquets, “a su modo, también plantea preguntas sobre ese pasado”.
“Las poseídas” está situada en la década del 80, en los primeros años de la democracia, “un momento en el que no existe un relato sobre los desaparecidos, sobre los muertos, que son como fantasmas, y por eso la novela juega con la atmósfera gótica”.
Betina González trata de detectar “cómo se llega a esa naturalización del horror y cómo posteriormente lo desnaturalizas”.
Introducir ese trasfondo político y la atmósfera gótica era una idea preconcebida por la autora para hacer “algo más que una novela de iniciación, pero quería darle a esa idea un matiz más original, diferente”.
El elemento gótico, comenta González, es “la reacción natural al iluminismo y a la razón, esa idea de que con la razón el humano puede abarcar todo, incluso lo más oscuro” y de esa visión surge la idea de “hablar del adolescente como de un ser terrible, en la que te sientes poseída por tus propias emociones”.
Pensó la autora argentina que utilizar ciertos motivos de las novelas góticas era lo mejor, en lugar de recurrir al realismo más local, lo que conectó la historia original con el terrorismo político de Estado.
“El lector no tiene datos concretos de la dictadura como si fuera una crónica, sino que el texto apela al efecto que tiene el régimen en un mundo de adolescentes”, advierte.
“No es autobiográfica”, afirma rotundamente Betina González, si bien confiesa que conoce muy bien ese ambiente descrito en “Las poseídas”, porque vivió en el mundo de una escuela de adolescentes para chicas que describe en la obra.
Dice que no se identifica con ninguna de las protagonistas de “Las poseídas”, ni con la narradora López ni con Felisa Wilmer ni con la atractiva Marisol Arguibel.
Todas habitan en un colegio privado para niñas, en el que conviven en un ambiente enrarecido por el encierro y el contraste entre la predicada moral religiosa y la nueva realidad del entorno.
A ese ambiente se suma una leyenda del pasado, que nada tiene que ver con los desaparecidos recientes, sino con el de otra niña como ellas, Marcelina, que en otro tiempo fue hostigada por las monjas para que confesara haber mentido cuando decía que conversaba con la Virgen María, hasta que acabó lanzándose del campanario.
El propósito de la ganadora del Tusquets es “devolver a la chica adolescente la mirada femenina, porque normalmente es una mirada masculina, desde una hipersexualización, a lo contrario, la lolita, la adolescente angelical”.
El adolescente, añade González, es ese ser que se siente poseído por los espíritus, como decía Cesare Pavese, en el que “todo es terrible, todo parece final, todo es melodramático. Es el último momento de la vida de verdadera fe”.
Betina González, que deslumbró al jurado del VIII Premio Tusquets, presidido por Juan Marsé, confiesa que se presenta a los galardones literarios porque “es una forma de publicar sin necesidad de tratar el mundillo literario”.
Optar al Premio Tusquets era también una especie de reacción a su entorno literario, ya que, según dice, “las editoriales argentinas buscan el mismo tipo de escritor o escritora anclado en lo local, vinculado al realismo” y la generación inmediatamente anterior a la suya “hacía metaliteratura, una literatura que se negaba a narrar, que no tenía verdadera pasión narrativa”.