Las iglesias son saqueadas en Bolivia
La Virgen de la Candelaria de Copacabana, declarada Reina de la Nación en Bolivia, ya no tiene su corona de oro: la joya, como otras reliquias, fue robada del principal santuario católico del país, saqueado como otros templos coloniales actualmente.
Además de la corona, los ladrones que ingresaron meses atrás por los techos de la Basílica de Nuestra Señora de Copacabana, ubicada en esa pequeña ciudad boliviana sobre el lago Titicaca, se llevaron otros adornos de oro, entre ellos la media luna que tenía a sus pies.
Según cálculos de expertos, las piezas, que aún no han sido encontradas, están avaluadas en unos 300.000 dólares.
Joyas, implementos de oro para celebrar misa y tesoros artísticos, como óleos de los siglos XVII y XVIII, fueron también robados de templos coloniales del sur del país, como la Iglesia Guaqui en La Paz, el Templo de Tomave en Potosí, y la Iglesia de Sepulturas en Oruro, ciudades que desde la colonia española viven de la explotación de sus minas de oro, plata y estaño.
“Deben ser ateos”
En las calles de Copacabana, una ciudad de 15.000 habitantes, a 3.800 metros de altitud y cerca de la frontera con Perú, muchos dicen estar tristes por el saqueo al santuario.
“Estamos pasando momentos difíciles”, dice Eduardo Catata, un fiel devoto de esta Virgen venerada desde hace siglos y “considerada una de las más importantes después de la Virgen de Guadalupe de México”.
La imagen de la Virgen de la Candelaria, de tamaño natural y tallada en madera maguey por el aymara Francisco Tito Yupanqui, descendiente del inca Túpac Yupanqui, fue entronizada en 1583 cuando los lugareños buscaron ayuda divina tras desastrosas cosechas.
En más de cuatro siglos, la Virgen morena, como se la llama por su rostro cobrizo con rasgos indígenas, recibió gran cantidad de piezas de oro y plata, donadas por los fieles en agradecimiento por los milagros recibidos o como expresión de fe.
“Hay gente a la que no le interesa, deben ser ateos porque no tienen miedo al castigo de Dios y de la Virgen”, se lamenta Catata.
Los habitantes de Copacabana, en su mayoría descendientes de aymaras y quechuas, viven del turismo asociado al Santuario que -dicen- ha disminuido después de los robos.
En las afueras de la Basílica de estilo renacentista, erigida en 1550 y reconstruida durante 40 años a partir de 1601, trabaja desde hace dos décadas la vendedora de motivos religiosos Rosmery Condori, que pide “que se esclarezcan los robos”.
Sin inventario
La Conferencia Episcopal de Bolivia (CEB), máxima instancia católica en el país, está alarmada por la ola de robos del último año en unos 20 templos históricos, principalmente en La Paz, Oruro y Potosí.
“La ola de robos que se ha presentado a nivel nacional ha crecido y con un ‘modus operandi’ similar en todos los casos. Creemos que hay una banda organizada detrás de esta secuencia de robos”, asegura la asesora legal de la CEB, Susana Inch.
No todos los bienes que las iglesias coloniales de Bolivia acumularon por siglos, están inventariados, lo que dificulta saber qué falta, dice Inch.
Las autoridades eclesiásticas pretenden desarrollar acciones para proteger sus bienes, junto a alcaldías, gobernaciones departamentales y el Poder Ejecutivo, “porque los templos están desguarnecidos”, afirma Inch.
Las soluciones pasan por almacenar en lugares especiales todos los bienes y contar con más protección policial y mejor vigilancia, señala la funcionaria. Mientras tanto -dice-, “los párrocos temen que ocurran más robos e incluso, como en Copacabana, quedar como sospechosos”.
El eslovaco acusado
Juraj Vadkerti, más conocido como Hermano Lorenzo, un laico eslovaco de 36 años que administra los bienes del santuario de Copacabana, es uno de los tres imputados por los robos. El laico debe certificar por escrito ante la Fiscalía tres veces por semana, que no se ha fugado del país.
Al iniciar la investigación, un fiscal local culpó del robo a Lorenzo y a dos religiosos franciscanos bolivianos, pero en 6 meses no hay pruebas contra ellos. Lorenzo, llegado hace 6 años de Eslovaquia, es sospechoso.
Los días en que se descubrió el delito eran el infierno puro. Algunos vecinos quisieron lincharlo y lo acusaban de ser el ladrón, según contaron personas allegadas a la investigación. "¡Te vamos a quemar, gringo!", amenazaron, pero otros devotos apaciguaron los ánimos. La policía, nada.
El guardián del santuario, el franciscano vasco Carmelo Galdoz, se molesta cuando habla del caso. “No está aclarado absolutamente nada”, asegura el religioso, que hace 32 años vive en Bolivia.