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Ecuador, 21 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Las caras de la moneda para demostrar hombría

Realidad o mentira, lógica o paradoja, vida o muerte, dicotomías que por sí solas no representan nada más que polvo de estrellas en el mar de la psique humana. ¡Ah, la mar! Ese cuerpo acuífero que solo pueden conocer de bote a bote, de palmo a palmo y de orilla a orilla los experimentados pescadores -sazonados hombres de mar- y sus muertos, claro está. Quizá ese era el punto de partida al concebir la historia original que el director y guionista Javier Fuentes-León transformó en la aplaudida y multipremiada película peruana Contracorriente.

Lo que hay que saber sí o sí: Miguel (Cristian Mercado) es un joven pescador de Cabo Blanco, un pueblo peruano de pescadores, un lugar de costumbres tradicionales. Está casado con Mariela (Tatiana Astengo) y esperan su primer hijo, pero él mantiene un romance secreto con otro hombre, Santiago (Manolo Cardona), un pintor forastero que procede de una familia adinerada y que no oculta su homosexualidad como sí lo hace Miguel. Cardona con pocas apariciones es quien le otorga el timbre al filme de Fuentes-León, pero Mercado es por sí solo el tono de la historia y Astengo, la sonoridad del argumento y la trama.

Entiéndase a pesar del peso que tiene la relación, embadurnada con un amor ágape imposible de sintetizar en palabras, entre Santiago y Miguel, Contracorriente no es por completo una película de temática LGBTIQ, más incluye ese factor de contenido como una de sus múltiples aristas que la hace atrayente al público. El meollo de la historia es el amor de pareja, sin importar el sexo del ser amado, juntado con la necesidad de conocerse a uno mismo y la necesidad de tener principios que heredar a las futuras generaciones.

Miguel cree que siempre podrá mantener contentos a todos y satisfacerlos al ser un pilar y líder religioso de la comunidad donde vive, un hombre felizmente casado a punto de ser padre por primera vez y un amante cariñoso con Santiago, tanto así que cuando se le aparece en espíritu, Miguel busca la manera de que su “familia” -su esposa, su hijo recién nacido y el fantasmal Santiago- permanezca unida siempre.

Santiago no iba con las tradiciones de Cabo Blanco, sin embargo al darse cuenta de que su cuerpo ha sido arrastrado por la corriente y en su estado etéreo solo Miguel puede verlo, le pide a su amante pescador que lo sepulte en el mar, con los ritos de la comunidad, para que su alma pueda descansar en paz. Miguel siempre tratará de jugar con un cuchillo de filo invertido ya que puede pasar el tiempo hablándole al vientre de su embarazadísima esposa, viendo novelas con ella, en el bar con su primo y los demás amigos pescadores y bebiendo y besándose con pasión con Santiago.

El pescador no encuentra nada de malo en su homosexualidad escondida, siempre y cuando se mantenga así, por lo que -agresiva y repetidamente- ha pedido a su pintor amado que no lo retrate ni le tome fotografías. En el pueblo todos cuchichean sobre el estilo de vida y la sexualidad de Santiago y nadie le tiene ningún aprecio.

Además entiende que él debe ser como es sin que medie ningún acomodo social, moral o culturalMiguel es además del padre, el líder, el esposo responsable que da el poco dinero que gana a su esposa para que se haga la ecosonografía de rigor, que junto con  su cónyuge organiza un desayuno-almuerzo para la comunidad luego de la misa dominical, que juega fútbol o futbolín con la familia y amigos, que ama a su pintor, pero no está dispuesto a abandonar a su familia para viajar junto a él, lejos de Cabo Blanco.

Los roles de los personajes son acartonados y estereotipados, pero son las actuaciones de Cardona, Mercado y Astengo las que les dan una vida redonda, dinámica y un perfil sicológico rico que a cualquier psicoanalista le encantaría denudar sobre el diván.

Hipérboles y poesía barata aparte, la lírica propia de Contracorriente no solo yace en su cuidada fotografía, reacia en su iluminación y confidente en la temperatura del color para lograr una paisajística muy ajena a la que capta el ojo humano por sí solo, sino en cómo se ha usado el discurso y la gramática audiovisual, secuencias cargadas de sentidos y significados con escenas ricas en diseño de producción y dirección de arte, y cortes en seco que no son secos para nada sino fluidos y uniones indispensables a la vez.

La homosexualidad es una excusa, no menor claro está, para que Santiago y Miguel demuestren las dos caras de la moneda de lo que implica ser hombre. Sí mantienen tórridos encuentros sexuales en los que sus cuerpos se topan, pero en un cálido abrazo que lo único que comprueba es que el amor de pareja no solo es liberador sino también nutriente.

El problema de Miguel es su cobardía ante el qué dirán; cree que su hombría se afirma en su faz pública de hombre casado y futuro padre, no más. Por ello, al igual que el bíblico Simón-Pedro no duda en negar a aquel que sabe que él  quiere a Santiago en más de tres ocasiones, por ejemplo, ante su esposa y su primo.

Volviendo al tema de ser hombre y demostrarlo, Santiago vive feliz porque se asume tal y como es, además de que entiende que él debe ser como es sin que medie ningún acomodo social, moral o cultural, siempre manteniendo una ética personal férrea que no admite dudas en cuanto a su carácter individual.

Por otra parte, Miguel disfruta usar múltiples máscaras y se contenta con que los demás aprueben lo bueno que son esas máscaras, socialmente hablando, mientras que individualmente se debate con ligereza entre el amor filial y el amor ágape hombre-mujer.

No hay excusas ni medias tintas, como lo deja bien en claro Santiago, ya fantasma, en una pelea en la arena con Miguel, el pescador no es lo suficientemente hombre para ser varón u hombre. Miguel sabe lo que quiere, pero se pone barreras y obstáculos infranqueables para no correr desenfrenadamente en su búsqueda. Su rostro es parco, su sonrisa bastante forzada y falsa, mas su semblante serio ratifica su talante de hombre íntegro y comprometido con ciertos ideales de vida.

Sin embargo, siempre ofrece, jura, promete y no cumple. Solo cuando al final de los 100 minutos de película encuentra que ya no tiene nada que perder ni ganar, Miguel se atreve a ser fiel a sí mismo y cumplir la promesa hecha a Santiago de enterrarlo en el mar, según los ritos de Cabo Blanco, pidiendo para ello la autorización de la madre y hermana de Santiago que han llegado a reclamar el cuerpo que recién fue encontrado por los amigos de Miguel, luego de que él ya lo había hallado y perdido en el afán de que Santiago se quedase con él para siempre.

Este modo de actuar no es inverosímil en el desarrollo de la historia de Contracorriente gracias a las escenas previas en las que Santiago (fantasma) y Miguel (hombre carnal) han compartido más que una mera noche de tragos, un vínculo de amistad-hermandad-pareja.

El espectador palpa esa soledad, o alegra en otros momentos del filme, gracias sobre todo a la música original de Selma Mutal y el diseño sonoro de Daniel Gato Garcés.

Esta coproducción peruana-colombo-franco-alemana debe ser considerada en los términos de Allan Hunter del Daily Express –“El argumento es pequeño, pero realmente se desarrolla en una conmovedora y tranquila historia de amor”- y  Ernest Hardy del Village Voice dijo en una reseña positiva: “Ambientada en un pequeño y pintoresco pueblo pesquero peruano, menos que una simple historia de salir del armario, es una historia de amor de autodeclaración infundido con realismo mágico”. Para ciertos críticos la obra de Fuentes-León tiene tintes de parábola y una negativa explícita del director-guionista de reducir a cualquiera de sus personajes a los clichés. Estoy  en desacuerdo por lo expuesto en este texto.

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