La Venadita: un homenaje a las sabias andinas
UNO
La Venadita habita lo sencillo, lo genuino, lo vital, por eso trasciende. Sus elementos son la tierra, el aire, el agua, el fuego y una mujer como hilo conductor, una anciana curandera.
La obra fue escrita en 1999 por la actriz y directora argentina Susana Pautasso (quien llegó al país en 1976 huyendo de la dictadura militar argentina), tras leer un relato publicado en Cuenca donde se contaba la historia de María Plácida Rodríguez, una partera que aseguraba haber muerto de joven para luego volver a la vida con el don de curar.
Ese fue el inicio que inspiró la obra. A partir de ello, Pautasso creó su propio personaje con una serie de elementos alrededor de la memoria y la relación del ser humano con la naturaleza y sus raíces, cuestionando el “progreso” de las grandes ciudades y la involución del espíritu.
Pautasso decidió usar el nombre “La Venadita” para su obra, de manera que llamó a Cuenca para solicitar la autorización. Se la dieron; pero además, fue allí que se enteró de que la misteriosa mujer indígena vivía al pie del Ilaló (cerca de la casa de la directora) y no en Cuenca como ella había creído.
Poco después, Pautasso la conoció en persona, quedando sorprendida al encontrar que su personaje era exacto -en muchos aspectos- a María Plácida Rodríguez, pese a no haber conocido de ella, hasta ese entonces, mayores detalles.
DOS
En aquella época, Susana Pautasso se preparaba para llevar la obra a su ciudad natal: Córdoba, a fin de presentarla en un encuentro de teatro que convocaba a algunos integrantes de lo que antaño fue el Libre Teatro Libre, uno de los colectivos argentinos más influyentes en las artes escénicas latinoamericanas en la década del 70, y del que Susana también fue parte como actriz y fundadora.
Al no tener un lugar para ensayar, la actriz ecuatoriana Juana Guarderas puso a su disposición el Patio de Comedias. Susana no solo ensayó en aquel espacio sino que terminó estrenando allí su obra. Ninguna de las dos imaginó que 14 años después, Juana Guarderas sería la encargada de encarnar a La Venadita, heredando el personaje y siendo, además, en ese mismo escenario, dirigida por su creadora.
TRES
Esta historia parece, por momentos, tener un hálito mágico. Todo en ella se ha dado de una forma cíclica, redonda. Hay un tercer elemento clave para que la obra vuelva a las tablas: Sathya Durán. Hace catorce años Sathya estaba entre el público y al ver la obra, quedó fascinada. Su entusiasmo fue tal que desde ese momento tuvo el deseo de producirla algún día.
Sathya viajó a Argentina, estudió Dirección Escénica, regresó. Hace cuatro años se lo propuso a Susana, pero la creadora dijo que no, pues sentía que la obra ya era parte de su historia, incluso alegó que el texto no aparecía. Sin embargo, a inicios de este año, Sathya insistió. Le dijo a Susana que si no quería actuarla que al menos la dirigiera, y así fue.
Susana pensó que era hora de desempolvar el monólogo de una mujer que, precisamente, era un homenaje a la memoria. Supo entonces que era el momento.
“Siempre quise ver La Venadita -dice Susana-, pero nunca pude porque la Venadita era yo. Así que la primera que se me cruzó por la mente fue Juana. Y ahora que veo la obra me encanta, es un regalo para los sentidos. Todo es muy sencillo, sin ninguna pretensión, como son las cosas reales: simples, sencillas y hermosas. Cuando la hice por primera vez fue un homenaje a Ecuador porque me siento orgullosa de esta tierra que tanto me encanta y de la cual me siento parte. Sigue siendo un homenaje, siempre lo será”.
CUATRO
20:30. Las luces se encienden. Una hilera de humo recorre el escenario. El público percibe el sahumerio que, entre carbones y en un cuenco de barro, se va poco a poco quemando. El ambiente es íntimo. Y allí, en el corazón del campo, en el centro de una choza diminuta, se halla una gran mujer, una anciana que entre plantas conversa con su “abuelito fuego” como ella lo llama, con ternura y respeto.
CINCO
“Les voy a contar de cuando yo me morí”, empieza la sabia. Se trata de La Venadita, una curandera que está al final de su vida, pero que no quiere morir hasta encontrarse con su nieta: Isabel, que vive en la ciudad y a quien quiere dejarle el legado de su conocimiento, el mismo que se halla al interior de una cajita. Mientras la espera nos cuenta su vida, moliendo el maíz con una piedra. Basta escucharla un par de frases para ser testigos de su sabiduría.
“Esta piedrita quiere que les cuente una historia, me ha acompañado por años, añaaales; esta sí que es más viejita que yo, es una abuela. Memoria de la vida tiene. Vaya trabaje abuelita, vaya trabaje.”
Entonces sigue moliendo el maíz, como lo ha hecho toda su vida. “Maicito también es espíritu. Está aquí para dar de comer a nosotros. ¡Ay, como me gusta trabajar el maíz! Yo me he de morir trabajando maíz. Me encanta lanzarme a la tierra a sembrar. Ahora ya todo hacen con máquina, encima ponen químicos para rendir más. ¡Así no! Maíz pierde espíritu con químicos. Y eso ya se vuelve cualquier cosa menos maíz”.
Sus reflexiones están cargadas de ternura y humor, pero también de una crítica rotunda a los tiempos modernos y al “progreso”.
“Toda comidita es espíritu. En la ciudad es diferente, hacen comida con máquinas. Yo sé porque me he ido a través de sueños y ahí he visto cómo salen esos panes por miiiles. Ahora ya se come solo para llenar barriga. Así no vale”.
SEIS
“Todo tengo yo, nada me falta. Recuperando memoria todo se gana. Sabiendo uno quién es, qué se ha de enfermar, ¿no? Para mí, rezar es agradecer”.
A pesar de estar sola, La Venadita conversa todo el tiempo con sus plantas, su perro, sus gallinas, sus cuyes, pero sobre todo, con sus recuerdos. Evoca con frecuencia a Pedrito, su marido, fallecido hace muchos años. Sus ojos brillan con la inocencia de una anciana que sigue siendo muchacha, nos da cuenta del amor en su estado más puro, de una compañía que llega a trascender incluso esta vida. “Pedritooo, ya no hay quién haga reír, quién acaricie, quién acompañe. Ayudarás hacer breve el trabajito para que venga la Isabelita e irme breve con vos donde taitico, ¿no? Te extraño”.
SIETE
Irrumpe el mismo ángel que la visitó cuando ella tenía catorce años, la primera vez que murió. Ya solo le queda la madrugada para despedirse de este mundo. Prepara la cajita que heredará a su nieta y la deja junto al fuego. En adelante, la obra se vuelve una vela próxima a extinguirse, la luz es sumamente bella y, en medio de ese juego de sombras, ella se aleja cantando.
OCHO
“Nada en esta obra ha sido casual”. Lo dijo Susana hace catorce años, más tarde fue Sathya y ahora lo confirma Juana Guarderas, convencida incluso que por las circunstancias (la reciente muerte de su padre: Raúl Guarderas, actor y fundador del Patio de Comedias), esta obra es un doble homenaje a la memoria.
“Mi taita fue mi taita de sangre, pero también fue mi taita en el teatro, y en esta obra él está muy presente porque crecí en el campo y tuvimos la oportunidad de recorrer juntos el páramo, entendiendo la relación con la tierra, con el fuego, con toda la cosmovisión andina”.
Juana cree que el ciclo aún no termina y logra dejarme sembrada la idea de ver la obra en el futuro. “Yo asumí La Venadita como una metáfora; así como ella quiere transmitir su legado a su nieta, Susana me heredó su personaje, por eso para mí es importante -en términos de memoria- mantener esta obra viva. Yo también espero, algún día, poder heredarlo a otra actriz”.
DATOS
La Venadita es una anciana indígena que cura de manera tradicional. Está al final de su vida, pero no quiere morir hasta encontrarse con su nieta: Isabel, que vive en la ciudad y a quien quiere dejarle el legado de sus conocimientos.
La obra se presentará hasta el 3 de noviembre y se la proyectará en el Patio de Comedias (18 de septiembre y 9 de octubre). Los horarios son a las 20:30, de jueves a sábado, y a las 18:30, los domingos.
El costo de la entrada es $ 12 general, $ 8 estudiantes y $ 6 tercera edad. Los jueves a mitad de precio.