La noche en que brujas y monstruos caminan en el mundo
Un edificio de dieciséis pisos. Un ascensor. Dos personas, hombre y mujer. Silencio. Un timbre de celular, una melodía histérica e insistente de película de terror. Ambos se miran. El hombre comienza a mover los pies, nervioso, mientras espera que la puerta del elevador se abra. Ella lo mira, sonríe, y le dedica una sonrisa más amplia, aun, cuando él sale, antes de decirle: “A mí me gusta Halloween, es de mis fiestas favoritas”. Al sujeto se le olvida darme el buenos días.
Epa, que no soy gringa ni pro-gringa. Halloween tampoco, de hecho. Es una antiquísima fiesta celta que se transmitió a los primeros colonos de Norteamérica. Así como otras tradiciones del Viejo continente nos fueron inoculadas a los sudamericanos, ni más ni menos (algunas de cuyo nombre no quiero siquiera acordarme).
Saimhain es el nombre del fin de año celta, celebrado el 31 de octubre. Durante el dominio romano, esta fiesta se unificó en el calendario con el Día de todos los Santos. Hay que ser muy obtuso para no ver la relación: se unifican las fiestas, los romanos se hacen cristianos, el Cristianismo se esparce por toda Europa y domina el pensamiento de los colonos, los mismos que llegaron a América, Norte y Sur. Así que sí, Halloween (víspera del Día de Difuntos) es una fiesta extranjera, así como la Navidad y otras, pero esta tiene un significado mágico, cósmico (a veces sueno como una entendida en Metafísica, pero no es así).
En Saimhain era posible, cósmicamente hablando, que los muertos se comunicaran con los vivos, se abría un portal entre el más allá y el más acá, y claro, no solo los difuntos deambulaban sobre la Tierra, sino algunos otros personajes: brujas, monstruos, seres que los humanos no queremos imaginar porque son, precisamente, no humanos. Las brujas, por ejemplo, las verdaderas y las imaginarias, tenían luz verde para echar maleficios sobre la gente en esta fecha, así que los habitantes de las islas Británicas tomaban sus precauciones, sellaban ventanas y obstruían las chimeneas. Mataban, qué cosa horrenda, animales que podían ser disfraces de las brujas: búhos, ratones. Y de cierta forma, dejaban ofrendas, para no ofender a los seres con poderes (1).
En Saimhain era posible que los muertos se comunicaran con los vivos
¿De qué si no se trata aquello de pedir dulces a cambio de no hacer travesuras? Se ofertan dones a los difuntos, para estar con ellos en paz, a los monstruos, a las brujas, para que no nos hagan presa de sus maldades. Linda tradición, los niños se divierten, hay dulces de por medio. Otra manera de pasar este Halloween podría ser precisamente ver esas maravillosas películas que asustan pero gustan. Y le recomiendo, es más, una en particular, o un grupo de ellas, ideal para un fin de semana con pizza y miedo.
En 1978 aparece Halloween, escrita, musicalizada y dirigida por John Carpenter. Sí, me dirán, la típica saga slasher de pelis con un asesino enmascarado, pero no es tan sencilla la historia. Aquí hay involucrados más motivos, algo de incesto huelo por ahí, un poco de tragedia, el hado de una familia, diversidad bajo una máscara blanca de expresión neutra, y bajo presupuesto, me supongo, en un principio. Y la melodía, por favor, clásica, linda para timbre de teléfono.
Michael Myers tiene serios problemas con su familia: quiere matar a sus hermanas. ¿Por qué no a sus padres? No, a ellos nunca se los nombra. El pequeño Myers, de seis años, mata a su hermana luego de que ésta ha estado con su novio. Por supuesto, la cámara subjetiva, detrás de un infantil antifaz, se fija primero en una cama revuelta para luego posarse en la desnuda e indefensa hermana. Cuchillo, sangre, gritos.
Recluyen a Michael y luego regresa, en Halloween, a matar a su otra hermana, aunque ésta ha sido adoptada por otra familia y no recuerda nada de su tragedia familiar. Y así sucesivamente en la parte II, IV, V, VI, 20 años después, la penúltima y la 3D (2).
Nada de nuevo, hasta ahora, nada que diferencie esta saga de las otras. Pero hay cuestiones más interesantes, sí, porque en algún momento, y paulatinamente, los guionistas de las secuelas de la primera Halloween comienzan a ligar a Myers con otros elementos, precisamente con Samhain. Ya en la II parte, Myers escribe la palabra en el pizarrón de su antigua escuela. Loomis, el psiquiatra que ha tratado a Michael y que está obsesionado con él, da su parecer: Samhain no es una época oscura, tampoco un ser maligno, no es sino el subconsciente de cada ser humano que se manifiesta desde su lado más sombrío.
El Dr. Loomis, en su papel, no es más que el cazador que se anticipa al mal, lo conoce, pero nadie le cree sino hasta que es muy tarde: una especie de Casandra, ha visto el horror, pero no podrá transmitirlo hasta que el resto lo perciba en su propia piel. Y así termina precisamente la segunda película, con un incendio donde Myers, por supuesto, no muere, pero que deja con profundas cicatrices a su psiquiatra y a su hermana sobreviviente, Laurie.
En 1978 aparece ”Halloween”, escrita, musicalizada y dirigida por John Carpenter
Esta hermana no volverá a aparecer hasta varias secuelas más adelante, pero su hija, una niña llamada Jamie, es el blanco de la obsesión de Myers, que ya aparece con un símbolo celta, una runa, tatuado en la muñeca derecha: El nombre de la runa es thorn, que no remite a un significado agradable, sino que simboliza la angustia, la espina, algo que no debe ser tocado. Myers parece ser el elegido cósmico para llevar terror a quienes contemplen su máscara. Y ese sino se extiende a su familia.
Sí, sino, hado, fatum, el destino que no puede ser evadido por ningún mortal es el que atenaza a la familia de Myers. Ya en la II parte Laurie está en medio de una charla en el colegio donde se introduce el tema del destino, luego será su hija la que lo lleve adelante, usando el mismo disfraz que su tío Michael utilizó para cobrar su primera víctima (3). Los Myers parecen destinados a la tragedia, a la muerte, tal como los Labdácidas o los Tantálidas, al puro estilo trágico de la antigüedad.
E insisto, la conexión trágica también huele un poco a incesto, un amor-odio entre el asesino y la presa. Y así hasta el final, hasta que no queden más de los miembros de esta casta. Así lo pretende una sociedad secreta que parece haber cuidado a Myers durante sus años de reclusión, que incluso le impartió clases de manejo (qué tal, hasta él conduce y yo no) y que practica rituales en Samhain.
Una saga slasher más entretenida, pues, que las otras, las de otros asesinos con compulsión por usar el cuchillo. No solo me gusta a mí. Rob Zombie hizo adaptaciones de la primera y segunda parte (2007), aunque su interpretación apunta a lo psicológico y no a lo sobrenatural. Y quizá no esté tan errado, pues el mismo doctor de Myers ya había identificado la oscuridad del cosmos en Saimhaim con la oscuridad presente en la psiquis humana.
Bonita sugerencia de películas, ¿no? Así que no se haga problemas, disfrute de Halloween, es una fiesta tan extranjera como otra, aunque más simbólica, y por si acaso, deje frutas en el porche o la puerta, ofrezca algo para los difuntos, colada o guaguas, y a las brujas también, porque quizá no crea en ellas, pero de que volamos, volamos.
Notas
1. Este y otros relatos británicos pueden leerse en: Briggs, Catherine (editora), Cuentos populares británicos, Madrid, Ediciones Siruela, 1996.
2. No menciono la parte III de la saga porque no tiene nada que ver con la historia de Myers. En un primer momento, Carpenter tuvo la idea de hacer una saga que tuviese que ver con la festividad, no solamente centrada en el asesino, pero esta película fue un completo desastre. Si quiere mi consejo, oh lector-espectador, no la vea, por favor, es terrible, las actuaciones son tan malas que provocan risa. A menos, claro, que quiera entretenerse un rato con los gestos de impotencia del pésimo protagonista de una historia que se cae a pedazos por todos lados. Bueno, ya la mencioné, qué tanto.
3. Es muy posible que para ver la saga completa de Halloween necesite un árbol de personajes, casi como en Cien años de soledad, para identificar el paso de generación a generación del terror hacia Myers. Michael mata a su hermana cuando ésta tiene diecisiete años y él seis. Luego, regresa a buscar a su otra hermana, Laurie Strode (apellido de adopción); de esta nace Jamie Lloyd, perseguida en las secuelas IV y V, que luego tiene un hijo (nunca se sabe quién es el padre, lo que me parece sospechoso), que queda en manos de un hombre que presenció cuando niño las atrocidades de Myers. Para marear a cualquiera, lo admito.