Entrevista / Belén Gopegui / escritora española
"La inercia va a favor de la corriente, y la corriente va a favor del patriarcado"
De su paso por la Feria de Libro de Quito el anterio mes, Belén Gopegui (Madrid, 1963) se llevó de regreso a su país natal un ejemplar de Nefando, de Mónica Ojeda. Aunque la autora española quisiera que su acercamiento a la literatura de América Latina sea mayor, reconoce que hay escritores de este territorio que han marcado su carrera. En Fogwill, por ejemplo, encontró un buen adversario literario, de quien aprendió mucho.
La obra de Gopegui está signada por la realidad, en la que habitan personajes mediados por los sistemas políticos, la clase, el género o los afectos. No es reduccionista.
¿Cómo se siente identificada con la literatura realista?
Comparto lo que decía Bertolt Brecht, de que el realismo es lo contrario de lo esquemático, porque la realidad no es esquemática. A veces se suele vincular al realismo con un tipo de literatura muy poco buena, limitada, y yo no lo veo así. Considero que el realismo está lleno de lo que llamamos irrealidad, porque dentro de la realidad también cabe la fantasía, la contradicción, el infierno…
¿El prejuicio pesa más en la literatura realista? ¿Cómo se siente cuando a su obra la llaman ideologizada?
Ese es otro tipo de prejuicio. Hay un ejemplo que pone Alfonso Sastre que me gusta mucho. Él dice que cuando nos dejamos llevar por los tópicos y por los prejuicios, nos parecemos a esos viajeros que van a una diligencia y que esperan que les atraquen unos bandoleros, pero no esperan que el sacerdote que va a esa diligencia saque de su bolso una pistola y sea el atracador. No hay que dejarse llevar por los tópicos porque pierdes recursos imaginativos; tampoco por el tópico que considera que si hablas de política entonces eres panfletario. Más bien considero lo contrario: es extraño que una sociedad que está atravesada por la política la elimine de sus relatos. La consigna estaría precisamente en ese abandono: “Voy a recortar la realidad, voy a esquivar una parte para así no molestar”.
¿Siente que dentro de lo que escribe hay una intención de denuncia?
Las palabras, tanto como la literatura, están todavía en manos de la clase dominante. Hay un tipo de palabras que quedan limitadas al campo semántico que el poder les atribuye y a veces conviene abandonarlas o bien luchar por ampliar su significado. En España durante un tiempo hubo un ministerio llamado de Trabajo y Asuntos Sociales, cuya denominación y tareas daba a entender que el trabajo no era un asunto social, y que lo social estaba restringido a lo marginal, incluso el enfoque de género se trataba a través de lo marginal. Lo social es el único espacio en que puede desarrollarse la especie humana. Ni los asuntos sociales ni la literatura social o de denuncia es aquella en que solo se pueden narrar dramas marginales. Volvamos a Brecht: lo que es natural, que os parezca extraño, eso es denunciar o mirar la realidad con extrañeza, eso es también escribir y es hacerlo de una forma diferente a la de aquellos relatos que se limitan a aceptar lo que hay, a darlo por normal e inevitable.
Cuando habla del poder dominante de la palabra, ¿considera que el lenguaje es patriarcal?
En mi último libro, El comité de la noche, hay un personaje, una chica, que en lugar de hablar de sus padres, habla de sus madres. Esto puede llevar a un equívoco porque se podría pensar que son dos madres homosexuales, lesbianas; sin embargo, cuando se dice “mis padres” nadie teme a ese equívoco, que podrían ser dos padres homosexuales. En este caso ni siquiera se puede alegar problemas de economía del lenguaje, porque cuando decimos “mis padres” o “mis madres” no gastamos más palabras. A menudo, los obstáculos que se quiere poner a un lenguaje más inclusivo son pretextos, porque siempre hay soluciones posibles. Ninguna de las personas que defendemos que el lenguaje sirve para entender la realidad y contribuye a construirla pretende que haya que decir todo el rato “el niño y la niña”, o “el perro y la perra”. No. Lo que decimos es que si el lenguaje no importara, en vez de llamar a un ministro de “usted” se podrían utilizar formas despectivas y no pasaría nada. Pero el lenguaje sí importa, a veces ofende, hay palabras que evocan respeto, y lo mismo ocurre con el género. ¿Qué fórmulas usar? Habrá que ir pensando, a veces basta con una sola vez decir “los y las” para que se recuerde que el masculino no es lo general, o basta con usar genéricos. Hay maneras.
¿Cree que los pretextos para no usar otras formas de nombrar son pereza mental o machismo?
Creo que hay inercia, y la inercia va a favor de la corriente, y la corriente va a favor del patriarcado, de momento.
¿Cómo se siente cuando se habla de literatura de mujeres? ¿Cree necesaria esa distinción?
Desde dónde se escribe forma parte de la literatura: la clase, el género, la nacionalidad, la renta, el entorno cultural, la edad, multitud de factores. Uno es el género, pero no es el único. Sucede que durante mucho tiempo hubo personajes femeninos construidos por hombres y es normal que ahora las mujeres que escriben deseen construir sus propios personajes y quieran interpelar a una tradición en la que los personajes femeninos construidos por hombres se preocupan del amor romántico y poco más.
A América Latina, a ratos, nos llega una suerte de canon muy reducido de autores españoles, como Javier Cercas o Antonio Muñoz Molina, ¿qué opina de estos nombres?
No lo comparto. De hecho, parte del movimiento del 15-M lo ha puesto en cuestión porque estos autores son los que han estado sustentando el relato de la transición como algo que fue modélico, de lo que debemos estar muy satisfechos por haber pasado de lo que ellos llaman una guerra civil -en el sentido de guerra entre hermanos sin que jamás se mencione que se luchaba por la gestión de las plusvalías, por la igualdad y la justicia- y de una dictadura a una democracia sin que hubiera costes. Pero muchas personas piensan que no ha sido así, que claro que hubo costes, que hubo personas que se beneficiaron de la transición y otras muchas que salieron perdiendo. De hecho, Muñoz Molina publicó el libro de ensayo Todo lo que era sólido, en el cual, desde mi punto de vista, venía a decir que él había formado parte de esta especie de alegría corrupta que hubo durante muchos años, pero como un narrador testigo y no como un personaje clave en la construcción de la hegemonía en esos años. Las soluciones que proponía iban en la dirección de la resignación, de que cada uno acepte el papel que le ha tocado en esta organización social y lo desempeñe con honradez, sin cuestionar si las relaciones podrían ser diferentes, menos opresivas, más equitativas. En cuanto a Cercas, sus obras y artículos insisten sobre la idea de que tanto en la Guerra Civil como en otros momentos históricos, la impostura es inevitable y el marco de la democracia capitalista el único deseable. En definitiva, ambos son partidarios de una modalidad del consenso que se caracteriza por negar la violencia que lleva consigo, la violencia implícita en las situaciones de partida desde las que se establecen los supuestos acuerdos. Por otro lado, es llamativo el tiempo que llevan monopolizando las tribunas en los grandes medios de comunicación, hasta el punto que parece que son una propiedad privada, y en efecto, lo son, una propiedad que ocupan en régimen de concesión, sin preguntarse nunca si no habrá llegado el tiempo de cederlas, siquiera para que otras generaciones hablen.
¿Cuál es su postura frente al estado actual de la política española?
Ha sido bueno que algo se moviera. En España había como una alternancia continua entre el Partido Socialista o el PP (Partido Popular); era una alternancia eterna y con diferencias solo de matiz. A partir del 15-M empiezan a aparecer otros sujetos políticos que reclamaban su voz en el Parlamento. Eso es bueno, aunque no suficiente, porque en el ámbito del capitalismo europeo las instituciones no tienen sino una parte muy pequeña del poder y, sin embargo, sí tienen una gran capacidad para absorber lo nuevo y lograr, una vez más, que todo cambie para que todo siga igual.
¿Cree que la sociedad española está consciente de la necesidad de cambio?
Una parte sí, pero no es una parte suficiente. Y esto es difícil porque el capitalismo construye a los sujetos. Kant decía que no es cierto que en el sufragio universal el empresario y el trabajador tengan un voto cada uno, el empresario tiene más porque muchos trabajadores quieren que a ese empresario le vaya bien, pues así sus salarios están asegurados. La democracia plena exigiría la independencia civil de cada persona, que su subsistencia no dependa de la voluntad arbitraria de otra. En España, muchas personas tienen miedo de lo diferente, y eso es normal, es lo que se ha llamado el núcleo duro de lo social, el miedo a caer, a no poder pagar el alquiler, a perder el trabajo, a no tener jubilación, a que los hijos e hijas no logren independizarse. Ese miedo lo crea el poder instituido, y no solo con palabras; en contra de lo que a menudo los intelectuales quieren creer, son los hechos los que suelen ir por delante de las palabras. (I)