La cultura está en declive de acuerdo con Mario Vargas Llosa
Una visión generalizada plantea que el siglo XXI pasó a dar las campanadas que anuncian el fin de la cultura. “La ingenua idea de que, a través de la educación, se puede transmitir la cultura a la totalidad de la sociedad, está destruyendo la alta cultura, pues la única manera de conseguir esa democratización universal de la cultura es empobreciéndola”, sentencia Mario Vargas Llosa en su libro “La civilización del espectáculo”, editado por Alfaguara. Proceso que, él considera, ha entrado de lleno con el nuevo siglo.
El ensayo analiza la situación dominada, según el Nobel, por la banalización de las artes, la pérdida de valores estéticos donde todo se iguala, la frivolidad de la política, el deslizamiento del periodismo hacia el amarillismo y la obsesión por convertir todo en diversión. El libro abre un debate al que se unen personajes de la cultura, entre quienes parece filtrarse, aquello de: ¡La cultura ha muerto, viva la cultura!
“Con una irresponsabilidad tan grande como nuestra irreprimible vocación por el juego y la diversión, hemos hecho de la cultura uno de esos vistosos pero frágiles castillos construidos sobre la arena que se deshacen al primer golpe de viento... La literatura light, como el cine light y el arte light, da la impresión cómoda al lector y al espectador de ser culto y de estar a la vanguardia, con un mínimo esfuerzo intelectual”, prosigue Vargas Llosa.
El mayor retroceso, según José Manuel Blecua, director de la Real Academia de la Lengua, es que se ha identificado la cantidad con la calidad. “El brillo efímero del mercado —y la tiranía de las estadísticas— con el éxito. Hemos perdido valores tan esenciales como el tesón y el sacrificio, necesarios para lograr resultados en cualquier campo del saber”.
También echa de menos el sentido crítico y que se piensa poco mientras somos víctimas de la prisa. Recuerda que en 1975, Álvaro Cunqueiro dice que “el periodismo está enfermo de superabundancia. ¿Qué comentaría ahora? Es fácil de suponer. Disponemos de más información que nunca, pero es dudoso que sepamos más que antes”. Sin mostrarse apocalíptico ni menospreciar los avances y el acceso a los recursos que proporcionan las tecnologías cree conveniente cambiar el modelo: “Devolver el gusto por el estudio sosegado y abandonar la velocidad, sobre todo si desconocemos la dirección, el destino del viaje”.
Entre los cambios hay uno que se impone irreversible, sentencia el cineasta Jaime Rosales: “El valor de lo efímero sobre lo duradero. Es lo más característico de nuestra sociedad: primar el presente y sus contingencias sobre la trascendencia de valores y conocimientos adquiridos a través de los siglos. Una cultura, la nuestra, que no dejará huella”.
“Yo no hablaría de retroceso, sino de cambios en el producto cultural con consecuencias positivas y negativas”, aclara la filósofa Victoria Camps.
El filósofo Manuel Cruz recomienda tomarse la banalidad en serio “o, si se prefiere formular esto mismo de una manera algo más filosófica (y un punto grandilocuente), la posmodernidad no es la causa de nada, sino el efecto de algo. Si no se atiende a los cambios en la estructura del mundo real (en la economía, en la sociedad, en la política, en la entera vida) y se queda uno en el mero reflejo en la esfera de lo imaginario, no hay forma de ir más allá del teatral lamento por el regreso de la barbarie (o por la apología de la ignorancia: la otra cara de la misma moneda).
Lo peor de esta afectada actitud es que parece colocar la solución en un imposible regreso a unos presuntos buenos tiempos perdidos en materia de alta cultura”.