El escritor mexicano Julián Herbert (Acapulco, 1971) comentó su último libro Ahora imagino cosas (Random House, 2019). Se trata de ocho crónicas, aunque el autor se complace en transgredir los géneros literarios, mezclando autoficción, cuentos, relatos breves en que la cultura pop se funde con todo lo crudo del norte mexicano.

Hace tres años, contó el autor de Canción de Tumba (Random House, 2011), la revista Letras Libres le encargó hacer una crónica de su natal Acapulco, ciudad sobre la que ya había escrito. “Yo no hago periodismo puro, las crónicas que escribo son literarias”, les dijo a sus lectores el martes pasado. Quería escribir como turista –ahora vive en Coahuila–, pero también como porteño para ver “cómo la violencia le había pegado al puerto a lo largo de los años”.

Acapulco Timeless es la primera historia, contada en primera persona. Sobre el resto de sus trabajos dijo que requiere tener una conexión con la realidad, un “apache”, informante que pueda permitirle ver al autor lo que está haciendo como un espejo.

“No solo se trata de que te proporcionen información, sino de tener un espacio cognitivo de proyección: proyectar tus ideas, prejuicios en alguien para obtener el sentido de realidad que te da lo que estás investigando”.

Para la escritura de Ahora imagino..., Herbert habló con un periodista acapulqueño que no develó su nombre pero a quien llama Virgilio (“por obvias razones”), para merodear literariamente en el penal de Las Cruces, luego de que hubiera un motín ahí.

Es el lado empobrecido de la Costera, su “lujo pauperizado”. Sylvia, su novia –ahora esposa–, lo acompañó mientras exploraba la lucha entre la vocación periodística y construía su punto de vista.

Entonces el autor marca una distancia –y hace una reflexión– con la crónica a secas, o el llamado periodismo narrativo –es lector de Gay Talese y Tom Wolfe–: “parecería que (este género) está divorciado de la experiencia personal”, a diferencia de las Crónicas de Indias o de la no ficción de tradición europea.

Pero se trata de un territorio vasto, por lo cual parte de otra idea: “el presente está atravesado por la memoria”, se cuenta lo “lateral”, lo que rodea a quien narra, incluida la pasión del cronista y “los agregados narrativos con los que avanza en su tema”.

El antidecálogo en la práctica
“Me interesa hacer lo que te dicen que un cronista no debe hacer. Trabajar con ese sedimento de la prohibición”, dice Julián Herbert.

Sus fuentes son digitales: hizo un seguimiento de lo que encontró en internet sobre uno de los temas que investigó y, cómo en el gonzo, es protagonista de varias de sus historias. Por ejemplo, del relato que da título a su libro, y en el cual trata el Mundial de Fútbol de Alemania, que no vio. Recreó la experiencia personal, de su pareja, frente al fútbol sin descuidar a la selección mexicana de ese torneo.

Ya en Canción de Tumba –narración de la vida de Guadalupe Chávez, su madre– había hecho una declaración de sus propósitos al escribir.

“Leemo nada, y exigimos que esa nada carezca de matices: o vulgar o sublime. Y peor: vulgar sin lugares comunes, sublime sin esdrújulas. Asépticamente literaria. Eficaz hasta la frigidez. En el mejor de los casos, una novela posmo no pasa de costumbrismo travestido de cool jazz y/o pedantes discursos de Kenneth Goldsmith’s style que demoran cien páginas en decir lo que a Baudelaire le tomaba tres vocablos: spleen et ideal”.

El escritor contrapone esto: “todo aquello que adquiere una forma narrativa adquiere elementos de ficción por estar procesado por una conciencia que lo estructuró”. Y si en otras de sus obras ya hay poesía, música y lecturas, ahora el título se debe a una canción de la banda Él Mató a un Policía Motorizado. (I)

Random house

Ahora Imagino Cosas
El diario The New York Times ha descrito los libros de Herbert como mash-ups de recuerdos, investigación y ornamentación.