Jorge Volpi: La tejedora de sombras; Medardo Mora: Un ensayo de Patria
Jorge Volpi, nacido en México DF., en 1968, es un escritor de extraordinaria calidad, en especial como novelista, género que lo colocó entre los mejores autores del continente con El fin de la locura, publicada a los treinta y cinco años de edad (en el 2003) en diecinueve idiomas.
Otras novelas suyas son: A pesar del oscuro silencio, El temperamento melancólico, La paz de los sepulcros y En busca de Klingsor, todas celebradas por la crítica.
Volpi ha incursionado también en la novela corta y en el ensayo; en este cabe destacar La imaginación y el poder (sobre los acontecimientos de 1968 en México) y La guerra y las palabras (sobre el subcomandante Marcos y su levantamiento armado en Chiapas).
Jalado por su querencia, la que lo orilló a hacer una especie de “ensayo novelado” sobre el subcomandante Marcos, Volpi regresa a la novela, esta vez con La tejedora de sombras (Planeta, Bogotá 20l2), texto en el que muestra, como lo hizo ya en El fin de la locura, su suelto y seguro manejo de lo psicológico y lo psicoanalítico.
Aunque sin la agilidad y grata, interesante estructura, de El fin de la locura, La tejedora de sombras es una buena novela.
Con una arquitectura estructural que muestra sus costuras y divide la novela en dos partes desproporcionadas: un larguísimo planteamiento y un corto y telegrafiado desenlace, lo que produce el efecto de una yuxtaposición sin nudo aparente. Este texto de Volpi nos presenta a un grupo de personas con todas sus cargas y descargas, desajustes y ajustes personales, que viajan a Suiza para psicoanalizarse con Jung.
Del resto no es necesario decir nada. El interés y riqueza de las interpretaciones de Jung son ajenas a cualquier duda, y Volpi se encarga de evidenciarlas con maestría.
Un ensayo de patria/Anhelos y realidades nacionales (Mar Abierto, Política, Manta 20l2, segunda edición) de Medardo Mora Solórzano, rector de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí, es la cara opuesta de la moneda, en la que se busca explicar, con lenguaje sencillo, el significado de Patria que, aclara el autor, “es más un sentimiento, una emoción (…) antes que un frío concepto elaborado a la luz de la razón, del artificio de la ley (…)”. En estos términos, el autor nos habla de “la viabilidad de las autonomías en el Ecuador, sus límites y alcances”, subrayando que “un Estado moderno exige una activa participación de la sociedad civil y que esa participación es posible a través de regímenes profundamente descentralizados” y eso “apunta a la instauración de un régimen de autonomías”. Y cita a Miterrand en su afirmación de que “hay que unir a la Francia para hacerla fuerte, pero hay que descentralizarla para que no se desuna”.
Con la misma sencillez y tino analiza la dolarización en el Ecuador y sus efectos, desde el feriado bancario hasta nuestros días, la competitividad dolarizados y la globalización, hasta llegar al corazón del problema en los países del tercer (¿cuarto?) mundo: la pobreza.
Y es entonces cuando se empobrece su capacidad de análisis utilizando argumentos deleznables que van (¿vienen?) desde “sus secuelas de delincuencia, inseguridad, emigración (hay tres millones de ecuatorianos viviendo fuera del país) y terrorismo” hasta la caridad como “opción ante la pobreza”, pasando por el producto interno bruto y el ingreso per cápita como expresiones de bonanza social, así como el estado de bienestar por un reparto equitativo de la riqueza. Cabe señalar aquí que muchas páginas antes citó a Mr. Churchill, quien dijo: “la democracia es el peor de todos los gobiernos, exceptuando todos los demás”.
Las páginas dedicadas a Bolívar son lo mejor del libro.