Incendiamos las yeguas en la madrugada o cómo mirar al norte
Ernesto Carrión ganó el Premio Casa de las Américas de 2017 a mejor novela por su obra Incendiamos las yeguas en la madrugada. El relato, dedicado a los chicos del sur “como un puente sobre aguas temblorosas”, se presentó a inicios de año en la Feria del libro de La Habana.
El autor relata la adolescencia de El topo, La cucaracha, El puma, El buitre y El gusano. Todos comparten como terreno habitable el sur, fundado, en gran parte, sobre mangle, esos árboles que “se apoderan de los cuerpos sin ninguna necesidad de procreación”. Los chicos del sur se convierten en buitres que anidan sobre esta tierra movediza. Tienen conflictos aspiracionales por querer ser como los chicos del norte y salir de la asfixia.
En tres capítulos, Carrión ficciona sobre la historia de unos adolescentes de los 90, que influenciados por la música de una estrella fugaz, como Kurt Cobain, caen en su propia trampa.
¿Cómo afronta usted a Guayaquil, desde el norte o desde el sur?
Crecí en el sur. Allí viví hasta los 19 o 20 años. Luego viví en el norte, luego volví por un tiempo al sur y ahora, por ejemplo, estoy en Madrid, que debe ser el súper norte. Pero crecer en el sur es vivir siempre con la mirada del sur, y esto se aplica también al continente, como fenómeno sociopolítico. En el sur que viví en los 90 había prostitución, billares de mala muerte, drogas en muchas ciudadelas, pandillas, talleres de autos robados, flirteos entre chicos y peluqueros, crimen del tipo menor y también del tipo más grave. Había narcos y capitanes de la Policía viviendo en el mismo barrio; podías ver al hijo del narco y al hijo del capitán jugando pelota el sábado, y esto todos lo sabíamos. Es difícil que alguien que haya vivido en el sur de Guayaquil en los 90, así esté ahora viviendo en Miami, deje de ser del sur, de moverse con habilidad, con cierta voluntad de ganarle a todos. Para mí, el sur, de ser el norte, siempre será una especie de Hell’s kitchen. Lo que no se aplica para quienes vivían en el barrio Centenario.
Su libro aborda distintas agresiones sexuales a hombres adolescentes y hace pensar que esta especie de extorsión sería más común de lo que se dice, ¿tuvo la intención de develar un tema tabú?
Para nada. En la novela hay agresiones sexuales a adolescentes hombres, pero también aparece una violación a una chica del norte. Y en Tríptico de una ciudad ya había topado el tema de las agresiones y asesinatos a los travestis de la calle Primero de Mayo. Se trata de un tipo de violencia que había en los 90 y a la que nadie prestaba atención. Por ejemplo, en esa época en Guayaquil, los hijos de familias adineradas muchas veces andaban armados y protagonizaban batallas campales en Urdesa. La violencia hacia cualquier género es un acto repudiable. De hecho, la violencia es repudiable y solo representa pobreza, frustración y falta de argumentos de quien la esgrime. Este tipo de violencia es una capa más dentro del libro, ya que hay otras agresiones y conflictos que empujan a los cinco chicos a perder su adolescencia en aras de llegar al norte.
Mario Campaña describe nuestra cultura como una sociedad señorial, ¿cómo influye esta cultura aspiracional en los modos de representar la sociedad actual?
Alguna vez, en una tertulia en casa del poeta Fernando Artieda, él hablaba sobre la “estética del pobre”. Según Fernando, el pobre (el pueblo) está siempre imitando los modelos de vida del rico. Desde los muebles hasta los maceteros. Y avanza dentro de esa pujanza, de esa sensación de revancha. Punto y aparte. La aspiración por vivir mejor es algo completamente normal. Porque ¿quién quiere vivir mal? El tema en la novela es que los chicos no viven mal, pero sí “viven mal” en contraste de cómo viven sus compañeros del norte, y ese reflejo los lastima y los ubica en una especie de marginalidad autoimpuesta.
¿De qué narrativas de la ciudad se alimenta su novela? A ratos hay destellos de trabajos como los de Jorge Velasco Mackenzie.
No me alimento de narrativas de la ciudad, menos de autores ecuatorianos. Vale recalcar que Jorge Velasco es, para mí, uno de los mejores narradores de este país.
Mi negativa a influenciarme de narrativa local se da del mismo modo en que no quise influenciarme de la poesía de Carvajal, Naranjo y Ponce hace 20 años, cuando todos decían que ellos eran el canon. Y yo siempre desconfiaré del canon, algo que muchas veces se da entre amigos catedráticos como un tráfico de influencias. Cada poemario, al igual que cada novela escoge su propia forma de venir al mundo. No sé, por ejemplo, por qué esta novela no está escrita como Un hombre futuro o Cursos de francés, me refiero a capítulos largos. Cuando atrapé la historia, me senté a escribirla y nació de este modo, como pequeños pulsos, casi como el gráfico de un electrocardiograma.
¿Cómo cree que el rock y la televisión influyeron en la manera de pensar de esta generación que conoció?
Creo que MTV fue fundamental para ese modo de conquista cultural que iríamos a vivir con mayor fuerza con la llegada de HBO. Y luego de la televisión en cable. Creo que no hubo chico en esa época que no viviera comprando CD de las bandas del momento en las pocas tiendas que había en Urdesa. Muchos adoptaron el estilo grunge para vestirse y otros, la mayoría, todas las marcas norteamericanas de ropa. Mucho se ha hablado de nuestra generación, una generación perdida en la ambición y en la falta de ambición. (I)
Su libro
Premio Casa de las Américas
Este año la obra fue publicada en La Habana con una ilustración de Gustavo Egüez, de Ecuador.