“Hay una tendencia a desvertebrar el lenguaje”
Al conmemorarse en este mes el Día Internacional del Libro, el suplemento cultural cartóNPiedra, que circula todos los domingos junto a El Telégrafo, hace una segunda entrega especial, en la que se abordará la poesía contemporánea ecuatoriana.
Antonio Correa Losada, asesor de asuntos culturales de la Prefectura de Pichincha y destacado poeta colombo-ecuatoriano, estuvo a cargo de la organización y convocatoria del último Concurso de Poesía y Cuento 2013 que impulsó la entidad, la cual recibió 171 propuestas (107 en poesía y 64 en cuento).
A pesar de la amplia respuesta que tuvo el concurso -un 50% más que el primero efectuado en 2010 según Correa-, el jurado compuesto por los poetas César Eduardo Carrión, Javier Ponce y Antonio Correa, declaró desierto el primer lugar en la categoría de poesía.
¿Por qué se produjo este “desierto poético”?
Al terminar las conversaciones con los jurados tuvimos cierta desazón con las propuestas, pues comprobamos que no había ectura dentro de la mayoría de los escritores. Hay que destacar que hubo una presencia de concursantes jóvenes, pero también, de poetas lectores con antecedente y formación, y de otros escritores que obedecían más a una escritura tradicional, llamémosla “bien escrita”, pero que no significaba que fuera trascendente. Y es que la poesía es reto. Es un esfuerzo de buscar ideas y transformar el lenguaje. En última instancia es eso lo que busca la poesía y lo que no encontramos.
¿Qué tipo de poesía, en cuanto a temática, se evidenció?
Había un tono conversacional, una poesía muy personalista desde el estado amoroso: ese estado que produce lecturas rarísimas. El amor, de por sí, es raro, ridículo, maravilloso, pero tiene que trascender, debe tener una riqueza, un universo propio y no encontramos eso.
¿A qué se refiere cuando menciona que hubo una ausencia de lectura?
Encontramos, sobre todo en los jóvenes, que hay una tendencia a desvertebrar el lenguaje, creyendo que si la unidad se disloca, eso es modernidad o un experimento transformador, y no es así siempre. Debe haber un conocimiento de cada palabra para dislocarla, y que tenga un concepto que haga trascender el significado que percibo de esa palabra y del idioma en sí.
Entonces veo que no son lecturas asimiladas, y cuando no se asimila una lectura en ese escritor se produce un borrón, una amalgama que no produce nada, y eso fue muy notorio. Desde mi experiencia como jurado encontré eso, y me preocupa que no haya una lectura que sea procesada. Tenemos que partir de una tradición, de unos antecedentes literarios, pero para eso tenemos que procesarlos en nuestra cabeza y generar un nuevo producto.
Pero las nuevas voces poéticas no necesariamente están inscritas en una tradición...
Toda tradición engendra nuevas voces. Nada sale espontáneamente. Si esa tradición es consecuente, produce voces enriquecedoras y nuevas, que es lo que miramos, por ejemplo, en “Biografía del espejismo”, de Carlos Luis Ortiz. Tratamos de mirar esos nuevos tonos, que vislumbran una lectura mucho más formada, más singular. Hay un lirismo en todos, es cierto. Hay un mundo interior que aparece, que refluye, pero al definirlo no encontramos una voz que nos conmoviera a los tres jurados, por ello se declaró desierto el primer lugar de poesía.
En este sentido, ¿con qué herramientas se enfrenta el jurado a la obra literaria?
El armamento y los instrumentos de un jurado son simples: parten de la subjetividad. La subjetividad de cada quien es un asunto que no tiene que ver más que con la sensibilidad que tiene ese jurado, las lecturas que lo han acompañado y su avidez literaria. Eso le permite estar alerta de lo que pasa en el medio.
Uno de los elementos que se toman en cuenta en la Prefectura para convocar a los jurados, en los que está Javier Ponce, poeta de tradición y con una obra fundamental, es que haya trasegado en el ejercicio de las letras y que tuviese conocimiento del ejercicio del escribir, porque eso permite percibir el proceso creativo. Esos elementos desprenden una decisión, y esa fue la que se produjo.
Pienso que fue una decisión muy honesta, porque quisimos mirar lo que sucede en el proceso poético del país. ¡Ojo! Ecuador es uno de los países más importantes en poesía. Tiene una tradición maravillosa desde Carrera Andrade, César Dávila, Gangotena. Esos elementos fundadores que nos acompañan hasta ahora son realmente muy importantes y posiblemente en otros países de América no se los tenga. Yo, por ejemplo, soy de Colombia, y veo que ahí no tienen el nivel que tiene el Ecuador.
¿En qué sentido?
En la calidad de sus poetas, con visión continental, como la obra de César Dávila Andrade, cuya poesía cautiva a un público más amplio. En Colombia son como de poco vuelo, como cierta cosa muy apretada que no trasciende. Diría eso, aún corriendo el riesgo de que los poetas amigos me caigan a palos, pero yo veo que el Ecuador tiene grandes poetas, como los tiene Perú también. Creo que la poesía colombiana, a excepción del “Nocturno” de Silva, aún no despega.
Entonces, ¿que poesía es la que se escribe en el Ecuador?
Pienso que hay una búsqueda de modernidad. Un lenguaje que pretende tocar desde una perspectiva personal, pero múltiple.
Hay una nueva poética que parte del lenguaje, de la economía del lenguaje, pero con una solidez de contenido muy especial. Hay una sensibilidad que permite comunicarse más fácil con el otro. La palabra en sí, aunque aparezca en un papel, no dice nada si no está atravesada por ideas.
Eso es lo que están buscando ahora los jóvenes: palabras de mayor contenido y que se abran a un mundo mucho más amplio y menos estrecho que el que se tenía antes.