Fernando Insúa recrea la logia guayaquileña
Hay una leyenda que dice que la ciudad se construyó con una lógica masónica. El argumento es que si tiendes una cuerda desde el cerro en el que se fundó la ciudad a manos de los españoles, hasta la columna de la Independencia, construida hace un siglo, y la regresas hacia el Faro, en el cerro Santa Ana, tendrás la forma de un triángulo, un símbolo usado por los masones.
Sin embargo, el primer sitio en el que se fundó la ciudad habría sido cerca de Yaguachi, a las orillas del río Bulubulu, relatan las crónicas de la época.
Para Fernando Insúa, aquella construcción sobre la masonería no tiene lógica, pues su proceso de urbanización transcurre en tiempos distintos: de ciudad vieja a ciudad nueva.
En su muestra Guayaquil Masónico, montada en el lado contrario de la Sala Numismática, del Museo Municipal de Guayaquil, Insúa ahonda en la simbología de ese grupo discreto, cuyos líderes habrían motivado la independencia de la ciudad.
Uno de los grandes protagonistas de esa gesta fue José Joaquín de Olmedo, quien se ha convertido en una figura importante de la representación masónica que se divulga. Sin embargo, Olmedo le habría enviado una carta al Papa negando su adhesión.
Aquella negación está representada en la “Fragua de Vulcano”, el monumento construido por el español Víctor Ochoa, que está en el centro de la Plaza de la Administración y que representa la reunión de patriotas que buscaron la independencia de Guayaquil, que se desarrolló el 1 de octubre de 1820.
La representación de este encuentro, que mandó a construir León Febres-Cordero durante su alcaldía, está dirigida por Miguel de Letamendi, quien lleva un traje de maestro de ceremonia y oculta detrás de su espalda, entre las manos, la llave del arcano mayor, otro símbolo usado por la agrupación.
Entre los próceres del monumento hay abrazos fraternales y en medio de ellos más símbolos masónicos: el ojo que lo ve todo en un triángulo con escuadras, el compás, símbolos de la sabiduría y el equilibrio en la Tierra.
Masón significa, en inglés y en francés, albañil. Los albañiles libres, “free masons”, pulían la piedra. En la Edad Media las diversas profesiones se organizaban en gremios regionales; los masones se organizaban en un gremio suprarregional y juraban guardar el “secreto de los albañiles”, para garantizarse apoyo en colocarse.
De acuerdo a Fullcaneli, en su libro El misterio de las catedrales, los Freemansons medievales, “para asegurar la transmisión de los símbolos y de la doctrina de los herméticos, nuestras grandes catedrales ejercieron, desde su aparición, considerable influencia sobre gran número de muestras más modestas de la arquitectura civil y religiosa”.
Insúa trabaja desde la pintura en la simbología del mundo y las religiones.
Le gusta combinar elementos auténticos, como tierra de Israel, oro laminado, tablas de arcillas y, en esta muestra, el alfabeto de la masonería.
A través de esta simbología escribe sus propios deseos mientras recrea al maestro, al escultor de la gran piedra, las escaleras que recorre un masón en su unión a una logia, el templo de Salomón, los edificios con columnas dóricas, jónicas y dorias, el piso ajedrezado, el árbol sefirótico.
Frente a la entrada de la Sala Numismática del museo representa los lazos de la hermandad masónica, una especie de señal para volver a advertir los pasos del grupo por la cultura guayaquileña: uno de los grandes benefactores de este espacio, Carlos A. Rolando fue masón.
Esta simbología, según Insúa, es una forma de buscar el conocimiento por medio de los símbolos que representan a la humanidad; es una manera de contar la historia.
A pesar de que es consciente de que sus cuadros tienen una estética barroca, sobrecargada, piensa que es su forma de contar lo que le interesa y de enfocar el presente. (I)