Estatuas, ¿decoración urbana o artificio político?
Cristóbal Colón, Winston Churchill, lsabel la Católica, Abraham Lincoln y Williams Carter Wickham han sido algunos de los personajes recientemente ultrajados a través de esas piezas esculpidas y petrificadas que han sido diseñadas en honor a ellos y que se levantan en espacios públicos.
Esta vorágine implacable y actual por destruir, vandalizar y resignificar figuras en los espacios públicos empezó durante las manifestaciones por el asesinato del afroamericano George Floyd, en Minéapolis, pero la destrucción de símbolos que se consideran un oprobio viene de lejos.
Hurgando en la historia salta un hecho relevante en el siglo V antes de Cristo, cuando la estatua de Teágenes (uno de los más grandes atletas de la ciudad de Taso, con 1.400 triunfos a su haber) fue destruida. Y ya en la contemporaneidad, año 2020, ha sido la estatua de Williams Carter Wickham, un general confederado y dueño de una plantación que explotaba a afroamericanos en Richmond (Estados Unidos), la primera pieza caída de una suerte de efecto dominó mundial sobre el cual se posan miradas pletóricas pero también displicentes.
Los monumentos a Guayas y Quil en la ciudad de Guayaquil, la virgen de Legarda en Quito, el Cristo Redentor en Río de Janeiro, la estatua de la Libertad en New York y el buda de Tian Tan, en Honk Kong son símbolos icónicos para sus naciones y ciudades, por lo tanto se conservan apropiadamente y reciben un cuidado especial.
Es un hecho que en todas las ciudades hay estatuas representativas que dicen mucho de la historia de cada una de ellas, y si se entiende la importancia de una representación relevante, no podemos menos que preguntarnos, ¿qué puede llevar a alguien a vandalizar una de ellas? Hay que recordar, entonces, que el vandalismo, en cualquiera de sus variantes reconocidas, tiene algunas motivaciones.
Figuran, por ejemplo, el vandalismo ideológico, que se usa para atraer la atención sobre acciones consideradas nocivas; el vandalismo perverso, con su trasfondo nihilista que rechaza todos los principios; y, el vandalismo vengativo, en el que el bien agredido se convierte en un símbolo que representa la revancha intencionada hacia un grupo de personas, aclara Dodó Proaño, sicoterapeuta quiteña, quien agrega que "estas vertientes son las que debemos tomar en consideración para comprender estas acciones y formarnos un criterio propio al respecto".
"Si bien es cierto que debemos respetar la libre expresión, no se pueden legitimar, como forma de protesta, la violencia y la destrucción", matiza, pero aclara también que es verdad que la presencia de algunas estatuas que encarnan personajes dignos del repudio social hiere susceptibilidades, de ahí que algunos sectores, justificadamente, exijan su retiro al sentir que son un recordatorio de la forma cruel y sanguinaria que se dio el proceso de colonización.
Pero al margen de estas disquisiciones hay que dividir las aguas porque jamás será lo mismo quemar una llanta que derribar una estatua.
Lo primero puede ser un acto legítimo en el marco de una manifestación que apela al rechazo, pero lo segundo tiene un componente adicional al tratarse de bienes patrimoniales y, como tales, estos son consustanciales a la cultura (ominosa o no, cultural al fin).
Estatua de Winston Churchill
Por supuesto hay posiciones encontradas en el ejercicio de vandalizar o resignificar estatuas, así por ejemplo se puede hablar de cierto consenso frente a determinados personajes, como el esclavista Williams Carter Wickham, pero no ante políticos como Winston Churchill, cuyos bustos fueron en Reino Unido, ante la coyuntura de las marchas realizadas recientemente, pintados con lemas antirracistas.
"A veces se piensa que los monumentos son objetos de decoración urbana que sirven para engalanar las ciudades, pero hay que entender que los monumentos son artefactos políticos, elementos que denotan un momento histórico y político de nuestro pasado; es como se proyecta una parte de la historia que se cuenta", remarca el escritor Miguel Cantos.
Y es que cuando se destruye un monumento a un esclavista se está diciendo que nuestra sociedad no puede ni debe honrar a esclavistas. En cuanto a la forma, "el derribo de estatuas se concreta en un acto agresivo, por eso es importante que exista una performance que rodee la "vandalización".
Destruir monumentos no es un hecho nuevo, como se aclaró algunas líneas arribas, pero en estos últimos años esta práctica se ha convertido en una constante, así pues la estatua del dictador Franco fue derribada en España en 2007; las de los confederados en Estados Unidos, en 2017; o las de los comunistas en los países orientales a finales de los 90. Cada vez que sucede parece un escándalo, pero en realidad es un hecho con harto raigambre.
Estatua de Cristóbal Colón
¿Y han sido vandalizados los personajes romanos o griegos? Hay dos razones para que eso no haya sucedido. La primera es que la opresión que se cometió en la época de los egipcios o los romanos no tiene efecto alguno en el presente y no hay nadie que se pueda considerar víctima u ofendido por esos monumentos. Por otro lado, son tiempos históricos muy distintos.
No es a Colón ni a Churchill ni a Isabel la Católica a los que derriban, pero en el ámbito público las decisiones no las toma el más violento, sino la mayoría democrática.
No hay que perder de vista, sin embargo, que el mestizaje trae consigo polémica, no en su definición sino en su raíz. En términos simples: hemos glorificado por siglos nuestra ascendencia europea y minimizado categóricamente nuestra parte indígena, olvidando deliberadamente el precario origen de los primeros y la estirpe real de los segundos.
Empero, ahora se levantan voces que, aun tomando un camino extremo, pretenden devolver la dignidad perdida a quienes lo merecen. Quizás sea entonces el momento de buscar conciliación y encontrar un sitio apropiado para estas obras, que no generen polémica; y desplazar a otros lugares a quienes sean merecedores del recuerdo y el aplauso permanentes.
Estatua de Cristóbal Colón
Miguel Cantos (historiador)
La destrucción de monumentos no responde al vandalismo de la población o de determinados sectores sino más bien al papel simbólico que los monumentos representan en la disputa del espacio público, entendiendo que los monumentos guardan conexiones con el pasado y son parte de la historia, pero hay que analizar también las consideraciones históricas que están detrás de la construcción de determinados monumentos, que representan, muchos de ellos en nuestros países sudamericanos, aquel pasado colonial y racista, tal como se fue desarrollando nuestra región.
A veces se piensa que los monumentos son objetos de decoración urbana, que han sido para engalanar las ciudades, pero hay que entender que los monumentos son artefactos políticos, son elementos que denotan un momento histórico y político de nuestro pasado, es como se proyecta una parte de la historia que se cuenta.
Hay que entender que la acción contra aquellas estatuas responden a un reclamo implícito de los diversos sectores de la población exigiendo la revisión del pasado y también como una forma de poder realizar una nueva interpelación a la memoria pasiva y una memoria legitimada por el poder político del Estado, donde ciertas prácticas están alrededor de dichos monumentos.
¿Qué quiere decir esto? Que la destrucción, llamémosla así porque puede ser llamada también readecuación del espacio público, está vinculada necesariamente a plantearse una nueva representación del pasado que deseche interpretaciones desde la voz del poder político del Estado, es decir plantear una recuperación simbólica de la memoria, plantear una memoria disidente que no es parte de esta visión única de interpretación de la historia que viene contada desde el Estado.
Esta movilización, esta destrucción de los monumentos, es parte de las manifestaciones de la población que está en un momento de disputa del espacio público. Hay que entender que la referencia de la memoria y la historia está también determinada por un entorno espacial.
Son los espacios físicos los que determinan ciertos simbolismos a la representación de la construcción ciudadana y yo pienso que estas acciones más allá de lo que puedan generar, o desde el entorno visible analizado por el poder político de turno, hay que entender como oportunidades para ir repensando el entorno del espacio público de nuestra ciudad.
La carga política e ideológica está detrás de los monumentos y la representación de un pasado que no es bonito, que está cargado de contradicciones, un pasado que queda debiendo mayor humanidad de cómo se ha venido construyendo la historia de nuestro pueblo. Un pasado de carácter colonial, imperialista que está determinado y fijado simbólicamente en esa representación de los monumentos.
En cuanto al monumento a Isabel la Católica, que si bien no logran derribarlo, logran generar una intervención cambiando el significado de reina española a una indígena. Es una reinterpretación, un reclamo a viva voz por nuevamente repensar la identidad, la memoria, y las significaciones históricas que están detrás, dentro del papel violento de colonización que destruyó una cultura a otra. Hay que entender que eso es parte del papel de la ruptura que se puede generar dentro del contexto de la memoria para darle una nueva significación a los conceptos de identidad que influyen en aquel pasado.
Es bueno porque forma parte de esa disputa simbólica histórica por el espacio público para reescribir la historia, repensar el pasado y devolver o analizar nuevamente la identidad.
Estatua de Isabel la Católica
Gabriel Cisneros Abedrabbo (historiador)
"Las luchas simbólicas en los espacios públicos son narrativas en las contradicciones históricas de las sociedades; lo ocurrido el 12 de octubre en la ciudad de Quito, en torno al monumento de Isabel la Católica, para unos un atentado al patrimonio; es para mí la demostración plausible que vivimos en un territorio en disputa donde se ven profundas heridas, que 500 años después no han sanado; y que no tienen respuestas reales en la implementación de políticas públicas para generar mayor equidad y acceso a una mejor calidad de vida del sector indígena al que no le hemos dado una verdadera reparación histórica.
Qué es el patrimonio, sino las memorias en común, donde transmutan las realidades; en una sociedad como la ecuatoriana, la mayoría pelea por mantener la hegemonía iconográfica en el espacio dominante; el discurso debe ir más allá, a deconstruir los mitos y falsedades sobre las que el coloniaje construyó una subestima en las sociedades; a repensarnos siempre desde un ejercicio de profunda alteridad reconociéndonos como hijos de padre y madre; es decir sin negar nuestros orígenes de América y Europa, lo cual no siempre es fácil.
Vivimos una guerra de los símbolos que marcan la configuración de la percepción de la realidad; una guerra que no siempre tiene activaciones desde la racionalidad occidental y en la que se manifiestan lo subjetivo, íntimo y humano". (I)