Escritores del “boom” considerados clásicos por los nuevos autores
Los escritores hispanoamericanos nacidos después de 1960 nunca sintieron que pesara sobre ellos como una losa el listón tan alto que dejaron los novelistas del “boom” latinoamericano.
Al contrario: los consideran sus clásicos. “No sería escritor si no hubiera leído ‘Cien años de soledad’ a los 16 y ‘Rayuela’ a los 19. Y no sería el escritor que soy si no hubiera leído la obra de Vargas Llosa a los 21”, afirma el novelista colombiano Juan Gabriel Vásquez (1973), en un cuestionario de EFE sobre el 50 aniversario del “boom”, respondido también por los peruanos Fernando Iwasaki (51 años) y Fernando Roncagliolo (37) y el mexicano Volpi (44).
Todos viven en España, han ganado premios importantes y son representativos de la nueva literatura latinoamericana, distinta de la del “boom” pero con la que, según Volpi, tratan de “responder a los grandes desafíos” del movimiento fundamental, que, asegura Roncagliolo, autor de “Abril rojo”, “puso a América Latina en el mapa cultural”.
La principal consecuencia del “boom” “son decenas de libros memorables. Una pléyade de obras maestras”, apostilla Volpi, autor de “La tejedora de sombras” (Premio Planeta Iberoamericano).
La genialidad de autores como García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Cortázar, pudo “oprimir” a “ciertos compañeros de generación”, pero “de ninguna manera” a quienes nacieron después de 1960, asegura Iwasaki, Premio Nacional de Narrativa. “Nosotros los leímos sin envidias y sin ánimo de competir, porque los descubrimos como lectores a la edad de quince años o menos”, dice el peruano. “De los clásicos solo se puede aprender. En otras tradiciones, serían los equivalentes de Shakespeare o de Goethe”, subraya Volpi.
Para Vásquez, autor de “El ruido de las cosas al caer” (Premio Alfaguara), nacer después de esa generación le “facilitó mucho las cosas”, y agrega: “nos abrieron el camino: enseñarnos a aprovechar otras tradiciones, mostrarnos los riesgos de mezclarse con la política”.
Supone Roncagliolo que el “boom” marcó un listón “anormalmente alto”. Cuando empezó su carrera, tenía la de que un escritor “debía ser capaz de escribir 700 páginas, ganar un Nobel y ser candidato a presidente”, dice con humor.
¿Alguno de ellos sintió el impulso freudiano de “matar al padre”?
“Nunca”, asegura Vásquez, al referirse a García Márquez: “Me han entrado ganas de discutir mucho y a veces pelear a puñetazo limpio. Y muchas veces ni siquiera es con él, sino con sus imitadores baratos que han convertido la literatura latinoamericana en un parque temático del realismo maravilloso. A ellos sí que les reprocho algo”.
Volpi, que decidió convertirse en escritor tras leer “Terra nostra”, asegura que los escritores de su generación “jamás” quisieron “matar” al padre Fuentes ni a los tíos Vargas Llosa, García Márquez, Onetti, etc., sino aprender de ellos, seguir su impulso”.
La realidad política y social de América Latina es distinta a la que había en los años sesenta y setenta, y también ha cambiado la literatura: “Nuestros países son democracias. Ya no se debate la revolución. Eso significa que los escritores ya no somos personajes políticos. No hace falta”, indica Roncagliolo, convencido de que hoy día “nadie se creería novelas como ‘Cien años de soledad’ o ‘Rayuela’”. “Hace cincuenta años la gente creía en la utopía. Hoy no le creemos ni al periódico. Conozco muchos escritores realistas, pero ni un Cortázar”, añade el autor de “Pudor”.
Iwasaki lo ve así: “Los maestros del ‘boom’ escribieron los grandes relatos nacionales y las primeras novelas totales. Hoy es el tiempo de las épicas íntimas y de los grandes relatos familiares que atraviesan lenguas y continentes distintos”.