El monólogo del cautivo
La noche de este jueves, Carlos Gallegos, actor cuencano, recibió una sucesión de aplausos tras interpretar el monólogo “Barrio Caleidoscopio” -obra de su creación-, con el Teatro de la vuelta. Con esta presentación inició un ciclo de despedida del Ecuador, porque en agosto zarpará rumbo a Francia, por dos motivos: representar la obra “Plush” en el Festival France Latine; y radicarse en ese país definitivamente.
La función se realizará de nuevo el próximo jueves, en la sala de OchoyMedio, de Quito, a las 20:00. También a esa hora ocupará “las tablas” del Patio de comedias, durante los tres primeros miércoles de junio próximo.
“Cacho” Gallegos, explica: “en 2010, al escribir el guión de este trabajo, deposité mis miedos en él, hoy en día me perturban menos”. Su esposa tradujo el guión al francés y él lo escenificó en la Alianza Francesa.
Gallegos recuerda a Buster Keaton, ambos provienen de un derrotero creativo. “Barrio Caleidoscopio” es un monólogo experimental que divierte y consterna. La obra sufrió un ajuste que fortaleció su fuerza estética y esclarece la trama. Cada interpretación difiere; últimamente le dio un enfoque muy astuto al protagonista. Una canción de Joan Manuel Serrat le recordó la inocencia original del personaje, le recobró el tratamiento original. Mientras actúa, suele modificar otros elementos de la obra como: el manejo de los silencios, los ritmos del diálogo, los movimientos, etc.
En la oscuridad, Alfonsito, el protagonista, instalado sobre una silla, despierta sacudiéndose -¿una pesadilla?- Viste harapos color sepia . Quiere salir de allí, no lo hace porque sufre una batalla psicológica. A ratos, su yo quejumbroso le advierte que debe "pensar sobre esto y aquello". El otro yo le anima a dar una zancada e irse de ahí, sin meditar las consecuencias. Un miedo le reprime de levantarse con determinación para expedicionar el mundo exterior. De modo que cambia de tema versátilmente: es una máquina narrativa. Con ironía enuncia factores tristes, insolentes, analíticos y contradictorios de un barrio por donde anhela pasearse. Además, solloza al contar: "mi madre murió, está arriba" -¿en el cielo o en un piso superior?- En este contexto despega la obra. Los detalles iniciales provocan las conjeturas de la audiencia: ¿es esquizofrénico, niño, idealista, disléxico, hijito de mami, “weirdo”?
Sentado casi por una hora, Alfonsito gesticula y varía el tono de su voz para contarnos: lo que anhela y sufre en su mundo interior; o ¿tal vez se refiere al deseo de revivir lo que no puede? La situación genera el misterio y procura el suspenso, ¿caminará hacia el mundo externo? De vez en vez, refracciones de luz se vierten por el escenario, cuando el personaje es reflexivo.
Alfonsito con su agilidad para cambiar de tema hace que cervatillos de risas brinquen de la audiencia. Con gesticulaciones hilvana los temas de su digresión constante. Su lenguaje corporal es impecable y persuasivo. Al punto que narra y mueve las manos para representar que se marcha de ese lúgubre sitio. Luego describe el ambiente externo, pero solo evoca una imagen pasada del barrio que desea revivir -aunque parecería que sí está en la calle-. Aquí surge la ambigüedad que teje el suspenso. Ya cantaba el poeta peruano Eduardo Verástegui: "toda la realidad dada como existente es falsa y verdad solo puede ser la conciencia incondicionada". Al estar, aparentemente recluido y solo, conversa consigo mismo, personificando sus dudas, agallas, deseos. Se ponen en duda los criterios de realidad y de verdad. Su conciencia le invita a refugiarse en la silla, por una causa mórbida, resuelta al final.
Se deleita con chorros de luz que se cuelan por una rendija entre el umbral y la puerta. La luz es su único contacto con el afuera. Pero ella le revela que paredes, pisos, e incluso su rostro están untados de polvo. Detesta el polvo como a un mal que, quizá, simboliza su soledad.
Una escena memorable es aquella en que, enfadado, increpa a la puerta "dentada" que se ríe de él. Encara a la puerta, describe su rol disocial, y la insulta: "puerta hija de la grandísima puerta". La hipérbole de la puerta alude a cierta censura y marginación social, una razón para que Alfonsito viva asustado, inseguro.
Se determina a salir, se yergue, da unos pasos, pero no continúa su marcha. Sorpresivamente, una tambaleante cadena está amordazada a su espalda. Se trata de un cautivo, sea cual sea su condición: presidiario, marginado, exiliado, maniático, idealista, hijo de “mami”, o una persona que añora revivir el pasado. Se acomoda de nuevo en la silla. Prefiere dormir para no frustrarse porque el trote del tiempo cambia apresuradamente la realidad, en la que, Alfonsito desearía vivir.
La obra remonta al caso de la austriaca Elizabeth Fritzl, que vivió encerrada por su padre durante 24 años, y encima, engendró siete hijos de su progenitor-secuestrador. Interpretar un rol sentado en una silla exige una gama de recursos creativos, fortaleza mental, y "un buen sánduche" (Gallegos dixit). Si no, pregúntenle a Marina Abramovic que se preparó tres meses antes de sentarse e inmóvil por 716 horas frente a una mesa en el atrio del MOmA (Museo de Arte Moderno de New York), para compartir un lapso en silencio con espectadores que se ubicaban enfrente.
El monólogo "Barrio Caleidoscopio", aborda el encierro, las contrariedades de la mente del cautivo, el poder que se le otorga a los miedos y las desventajas de tardías decisiones.
Factores responsables del cúmulo de sensaciones que la audiencia experimentó. Entre ellas, la contrariedad y el misterio. En sí, la opresión desde el humor contrariará al espectador.