El final de Latinoamérica, las democracias imaginarias, el norte y el sur, según Volpi
Jorge Volpi en su brillante ensayo El insomnio de Bolívar, en forma amena y un humor demoledor, maneja conceptos que paso a paso, como sin querer queriendo, nos enfrentan al derrumbe de la idea de América Latina y construye, incluso, un nuevo mapa, una geografía política diferente y convincentemente cierta.
A cuentagotas Volpi va colocando sus banderillas, desde las leyendas que sostienen el carácter mágico de América Latina, como aquella que subraya que “al llegar a México –hay versiones con otros países¨ (estas no me las sabía)- “André Breton descubrió el verdadero origen del surrealismo y, según otro chiste local, de haber nacido en América Latina, Kafka habría sido costumbrista”.
Hispanoamérica, Iberoamérica, Indoamérica y, por último, Latinoamérica son los membretes con los que se quiso significar a esa Nuestra América que decía Martí, ni tan nuestra como nos lo hace ver, cito a Volpi; “Las venas abiertas de América Latina (de Eduardo Galeano)”, abigarrado relato de las vejaciones –en su mayor parte ciertas- que América Latina ha sufrido a manos de Estados Unidos.
La historia (espacio y tiempo) se encargó de desdibujar la idea de una América Latina liderada por México, en el norte, y desde allá hasta la Patagonia, formando un conjunto de democracias imaginarias que (Volpi dixit) “solo en teoría”, prescribía “el libre sufragio, la división de poderes y una larga lista de derechos” que, en la realidad, estaban olvidados y atropellados por caudillos, grupos, partidos y otras desgracias.
México, por su parte, nunca se sintió parte de América Latina, y el tratado de libre comercio entre Canadá, México y EE.UU. al que se refiere Volpi en los siguientes términos: “La tortuosa firma del Acuerdo de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México en 1993 (que) debía conducir (…) a un acuerdo de libre comercio continental”, conformó una nueva geografía política en la que aparecen América del Norte (Canadá, México y EE.UU.) y América del Sur (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Chile, Argentina, Uruguay y Brasil), unidas (¿separadas?) por la cinta de territorios de los países de América Central.
Volpi explica a continuación que los países sudamericanos se muestran políticamente animados de propuestas progresistas (izquierdizantes), y se expresan a través de líderes de tesituras tan dispares como Bachelet, en Chile, Hugo Chávez, Evo Morales o Lula. Luego traza rápidos perfiles de estos líderes y se refiere a Rafael Correa con estas palabras: “es un tipo de caudillo democrático (que se define) como humanista cristiano, neoestructuralista y neodesarrollista”.
Nos habla también de la “otra América Latina”, la de los emigrados, que crece con fuerza al interior de países como los EE.UU (la ciudad más populosa de estos emigrados es Los Ángeles, por ejemplo).
Las observaciones de Volpi, que son ciertas e inquietantes, nos invitan a reflexionar, considerando desde luego, esa nueva geopolítica en la que América el Sur parecería enfrentar situaciones nuevas y prometedoras.