Pablo toledo es un autor que ha experimentado la difusión en la web
El claroscuro camino de la autopublicación literaria
Pablo Toledo (Buenos Aires, 1975) es un talentoso escritor que se rebela hoy contra el mundo editorial establecido y es capaz de bucear en alternativas digitales para publicar sus novelas ante las trabas de las grandes casas editoras.
Ganador del Premio Clarín de Novela del año 2000 por su obra Se esconde tras los ojos, este escritor ha sabido luchar contra el muro que suele levantarse sobre quienes buscan hacerse de un camino propio en la literatura. Su segunda novela Tangos Chilangos fue publicada, en partes, en su blog (lopario.blogspot.com.ar/) y su tercera obra, Los Destierrados vio la luz en una pequeña editorial que imprime cada ejemplar en caso de demanda del lector interesado, una novedosa forma de marcar presencia en el mercado.
¿Cómo es la vida de un escritor joven hoy en Argentina?
No es fácil en ninguna parte y a ninguna edad ser escritor, y personalmente creo en no creerse escritor sino en sentarse y escribir. En Argentina, la dificultad específica pasa por la falta de posibilidades para formarse integralmente; la ausencia de un sistema de apoyo a la literatura comparable a los que hay para artes visuales, cine o música; y las típicas políticas de pasillo del ambiente (aunque en los últimos años surgió una camada de cooperación bastante saludable entre los jóvenes, emprendimientos editoriales independientes, grupos de lecturas, una ‘movida’). No hay becas ni residencias, no hay estructuras ni cultura de mentorías, entonces cada uno queda librado a su suerte y sus contactos, además de la variable lógica del talento y la persistencia.
Irrumpiste con el Premio Clarín en el 2000 con la novela ‘Se esconde tras los ojos’. Sin embargo, ese grupo empresario no apuntaló luego tu carrera como escritor como sí hizo con otros ganadores del premio. ¿A qué se debió?
Es una pregunta para ellos... En todo caso, de donde esperaba un apoyo que no encontré fue de la editorial: la sección de cultura del diario ha sido generosa con lo que escribí después, pero la expectativa de ser ‘autor de la casa’ se desvaneció en el primer mail en el que les propuse mi segunda novela. El apoyo que tuvieron otros ganadores del premio tuvo que ver con las posibilidades o el interés en sus libros, en sus temas, en sus ventas y también por cómo esos autores supieron moverse y capitalizar la oportunidad. Yo era muy joven e inexperto y faltó una mano que me guiara: esa es una función que las editoriales dejaron de asumir como propia.
¿En Argentina es más difícil publicar la primera o la segunda novela?
Es más fácil (o más noticiable, que en el ámbito actual viene a ser casi lo mismo) ser novedad que sostener el interés, entonces ser el joven nuevo que trae un primer intento es más digerible para el campo que un tipo que rema y produce las obras que sustentan el desarrollo del proyecto literario.
Después de ‘Se esconde tras los ojos’ y de algunos cuentos publicados en varias antologías, reapareciste con ‘Tangos Chilangos’. ¿Por qué elegiste dar a conocer por internet esa novela?
Presenté Tangos Chilangos en varias editoriales (esas puertas me las abrió el premio y las antologías) y me dieron unas devoluciones, pero siempre había un pero y no se publicaba. A los cuatro años de esto perdí la paciencia, y llegué al punto en el que ya estaba escribiendo otras cosas, tenía a Los Destierrados ya lista y ‘Tangos...’ no tenía lectores. El blog y la serialización fueron las herramientas que tenía a mano para sacar el texto a la calle, y también un momento de autogestión que necesitaba cuando me sentía dejado de lado por el desinterés de las editoriales.
¿La alternativa digital dio el resultado que esperabas?
Publicar en internet puso el texto a disposición y funcionó, conseguir miles de lectores de todo el mundo no sucedió. Difundirse, venderse, ‘marketinear’ una novela son destrezas distintas a la de escribir, y no son mi fuerte. Entonces ese cuento de hadas de romper todo desde un blog no se dio. Pero mi objetivo era conseguir lectores, y un puñado de personas descargó todas las entregas, recibí mails y comentarios que me dieron mucha satisfacción, apoyo de amigos escritores, y en ese sentido fue misión cumplida.
¿Lo volverías a hacer?
Planificaría mejor, buscaría apoyo y colaboración, no lo haría solo, pero lo volvería a hacer.
‘Los Destierrados’ fue su tercera novela. Fue editada por ‘El fin de la noche’, una casa editora casi desconocida por el gran púbico y que imprime cada ejemplar contra demanda. ¿Qué está pasando hoy con las grandes editoriales?
Las editoriales grandes hoy son lugares raros, han renegado casi por completo de descubrir o apoyar talentos, y cuando lo hacen los criterios son difíciles de entender. Necesitan garantizarse ingresos y tantean lo que creen que va a funcionar, con criterios a veces literarios y otras veces no. Responden al público lector que se han creado, a sus inversores, a sus necesidades, y no es más que su naturaleza. En editoriales independientes es donde se ven las apuestas y el apoyo a proyectos distintos, aunque es un campo muy variado y es mentira que el editor independiente sea siempre virtuoso, honesto, desinteresado.
En el caso de El fin de la noche quise apoyar también a la impresión sobre demanda, un modelo de distribución y producción que creo que debería ser una de las claves del futuro del libro en papel. Ese futuro no llegó aún y es probable que no llegue, y eso complicó la llegada a más lectores (comprarlo tiene más ‘trámites’ que ir al mostrador de la librería, los libreros no conocen el sistema o no lo ven beneficioso, hacer cada libro es caro), pero las ventajas potenciales son muchas y creo que va a llegar la hora en que le ganen a lo que hoy son dificultades.
¿Es imposible hoy en Argentina vivir de la literatura?
Siempre trabajé de otra cosa: soy profesor de inglés así que doy clases de lengua y literatura inglesa, trabajé mucho tiempo en el diario Buenos Aires Herald (que se publica en inglés), estudié edición e hice trabajos de ese rubro. Ahora coordino proyectos en el British Council. Por un lado, tengo dos hijos adictos a las cuatro comidas diarias y el techo sobre sus cabezas y no puedo tomar riesgos en la subsistencia. Por otra parte, me gusta que la escritura se abra paso como y cuando pueda, que no sea una obligación o la necesidad de hacer tantas páginas para pagar el alquiler. Cuando me abrí tiempo solo para escribir terminé por hacer cualquier otra cosa, escribo mejor desde mis márgenes. Hoy hay pocas personas en Argentina que puedan vivir de escribir solamente. Hay varios que dan talleres o trabajan para editoriales, que escriben por encargo, que tienen oficios ‘paraescriturales’, pero puramente de escribir literatura son muy pocos. Las tiradas de la mayoría de los lanzamientos literarios son irrisorias, nombres con trayectoria venden cientos de ejemplares, los libros son caros, las editoriales lloran eternas miserias, y más allá de cierta burbuja endogámica a nadie parece importarle, entonces es inevitable que así sea.
Argentina vive hoy un proceso político interesante pero complejo, con una sociedad que debate acaloradamente -y a veces más allá de la tolerancia- el rumbo del país, ¿este panorama se refleja en el ámbito cultural? ¿Hay un debate en la literatura argentina?
Se refleja en lo peor del ámbito cultural: los pasillos, las peleas públicas, las puertas que se abren o cierran a los camaradas o adversarios, las trenzas y palancas, los espacios de acomodo y mínimo poder. El apoyo estatal es muy selectivo, las discusiones entre personas están, hay libros de política y periodismo, grupos de militancia en donde participan intelectuales, pero en la producción literaria no creo que se vea reflejado. Hay escritores que rescatan temas que están en el aire pero desde otro lado, ni siquiera un vocero de Carta Abierta (un espacio creado por intelectuales afines al gobierno de Cristina Kirchner) como Vicente Battista escribe ‘novelas K’ (K, por Kirchner, ndr) pero es invitado a abrir la Feria del Libro y representa al país en ferias del exterior invitado por Cancillería, y reparte y recibe agresiones por su postura. Yo estoy escribiendo una novela ambientada en la militancia montonera de los 70 y el argumento de alguna forma es un comentario sobre temas actuales. Los Destierrados se ambienta en la dictadura, Tangos chilangos surge de lo mismo, pero no creo que la literatura deba o pueda quedarse en un comentario de coyuntura, en el reflejo de la militancia o la posición personal. Se puede leer la Divina Comedia, Las Catilinarias, el Paraíso Perdido, El otoño del patriarca o Conversación en la catedral como si las personas y los lugares que nombran fueran ficticios y serían (creo yo) igual de potentes.
¿El escritor debe comprometerse en los procesos políticos de cambio que viven algunos países de la región como Argentina?
El único compromiso que creo que debe tener un escritor es con su texto, consigo mismo, y eso es lo que sobrevive. ¿Quién recuerda hoy cinco novelas de realismo socialista? Después queda todo en manos de la ética y las convicciones de cada escritor, del sentido de compromiso que cada uno tenga fuera de la página. No sé si el arte tiene mucho lugar para misiones, o si tolera demasiado a los que quieren imponérselas.
¿Cómo definirías a la literatura argentina hoy?
Por suerte, hoy hay más escritores en Argentina que sentido de la ‘literatura argentina’ como algo monolítico. Hay referentes parciales, pero no se ve una corriente que arrastre o un faro que ilumine todo. El resultado es un bonito guiso del que cada uno pica la carne que más le gusta, con algo para cada gusto. Hay una búsqueda poco sana del autobombo (auto-publicidad, ndr), de convertir al autor en noticia o producto (no solo desde el lado comercial/industrial), pero quedan también los que buscan trabajar más en sus textos que en su imagen. Escritores jóvenes como Samanta Schweblin o Luis Mey muestran que el trabajo y la persistencia llegan más lejos que los golpes de efecto.
¿Y la del futuro?
Como decían los Beatles, tomorrow never knows... hay nombres que hoy suenan y que creo que van a seguir estando en 20 años, pero en 1940 Jorge Luis Borges no era el nombre al que todos apostaban y se daba crédito a autores que hoy pocos recuerdan así que le dejo el futuro a los astrólogos.