"Los públicos se sienten difícilmente interpelados"
El Centro de Arte Contemporáneo (CAC) ha abierto sus puertas a una integración con la comunidad, a partir de políticas del uso del espacio público: además de las muestras artísticas, en este lugar se practica iniciativas ciudadanas como las huertas orgánicas de los vecinos del Barrio San Juan, hip hop, yoga, y sirvió como lugar de reunión para el Movimiento Transgénero previo a la Marcha de las Putas.
Esta versatilidad -como la han llamado los críticos- ha generado resistencias que se sostienen, sobre todo, en el nombre del espacio: Hay quienes se preguntan por qué se hace yoga y hip hop en un lugar que se define como espacio de Arte Contemporáneo.
Ana Rodríguez, directora de la Fundación Museos de la Ciudad (FMC) -a la que se adscribe el CAC-, explica que ello se debe a las políticas públicas que rigen... a las instituciones públicas.
El CAC ha generado algo de discusión en la esfera artística por su versatilidad. ¿Cómo se definen sus actividades?
Antes los espacios culturales públicos trabajaban con autonomía, sin rendir cuentas de los recursos públicos. No es que el CAC haya generado una ruptura, sino que en la Constitución se dieron derechos culturales. Los derechos individuales se entendían solo en términos de propiedad privada: Te agredían si te quitaban el celular o la cartera, pero no te agredían si te criminalizaban en el espacio público por tener pantalones anchos, gorra, aretes... La Constitución garantiza la expresión de la diversidad, interculturalidad, en el ejercicio pleno de los derechos culturales.
Históricamente, la cultura se ha entendido solo como alta cultura. ¿Qué implican esos derechos culturales en términos de las operaciones del CAC?
Hemos concebido el trabajo de los cinco espacios de la Fundación bajo cinco líneas estratégicas: Educación no formal, territorio, comunidad, gestión y comunicación. Esos ámbitos tienen que estar en todas las actividades del CAC. Hay que pensar al mismo tiempo el programa educativo, el de mediación, la museografía... No hay procesos aislados de estos lineamientos.
¿Una redistribución de recursos?
Es coherencia con la política pública. Cuando trabajamos el Plan Operativo Anual de 2013, vimos que hasta hoy, la museografía se comió el 70% de nuestros presupuestos. Este año decidimos que el presupuesto sea proporcional en cada lineamiento. Nuestras exposiciones más caras son de $20.000, y entre el curador y el artista llevaban, por ejemplo, $16.000. Los educadores y mediadores cogían lo que sobraba. Y los públicos terminaban siendo la última rueda del coche. Una de las cosas fundamentales es que no podemos hacer exposiciones donde pagamos fees a los artistas internacionales y no a los ecuatorianos. Aquí la práctica era decirles que agradecieran por estar en el museo.
¿Hay lucha de clases del arte?
Eso es evidente, y es durísimo horizontalizar las relaciones. Por ahí salen artistas que se resienten porque no les tratamos como genios que están por encima de la ley. Quizá se asume que los artistas siguen siendo esos artistas que quieren vender sus obras en $100.000. Las nuevas generaciones no son así, y no se les ha dado la palabra lo suficiente. No se ha contrabalanceado cómo ven su vida, la sociedad, o su realidad.
Sobre la democratización del arte y la integración con la comunidad, ¿no es insuficiente solo garantizar el acceso?
Sí. La idea no es solo que la gente entre. Los indicadores siguen siendo sobre cuántas visitas se producen cada año. Los números no prueban si realmente tu programación trabaja en formación de públicos, ni compruebas cómo esos vecinos se relacionan con las actividades.
Aquí hay 117.000 cada año...
Pero no te puedes quedar con esos indicadores. Si pensáramos solo en eso, diríamos que necesitamos ganchos y punto. Y no dudes de que todos lo pensamos, que damos diversidad para que más gente asista, pero no se puede terminar ahí.
¿Y cómo se plantean esa generación de públicos?
La concurrencia a galerías de arte contemporáneo a nivel mundial decrece (a diferencia de lo que pasa aquí), porque los públicos se sienten difícilmente interpelados por las propuestas. Resultan cada vez más crípticas, y los centros se vuelven espacios de reflexión que utilizan muchísimas estrategias para pensar la realidad. No solo como galería, sino que despliega otras estrategias, de comunicación alternativa, educación no formal, experiencias de mediación radical en salas. Las grandes bienales lo han probado.
¿Existe alguna evidencia de eso a nivel local?
La Bienal de Cuenca tuvo 37.000 visitas. Con Diego Carrasco hicimos encuestas para saber qué sale pensando la gente. Cuando preguntamos qué valoraban de la bienal, decían que es importantísima porque montón de gente viene a la ciudad y dinamiza la economía. De la bienal en sí misma, nos respondían “Muy bonita”. Y sobre qué obra les impresionó, decían “No me acuerdo”. Nosotros hacemos estudios de públicos todos los años en los museos de la ciudad, para los 63 espacios miembros del sistema metropolitano, para que sepan qué piensan sus públicos.
¿Y en cuanto al espacio público? ¿Cómo lo entiende el CAC?
Nos dimos cuenta de que sectores cuyas dirigencias estaban peleadas por diferencias políticas, de pronto reconocen que los espacios culturales pueden ser un lugar de encuentro. No un lugar de consenso, sino uno donde el proceso del conflicto puede verse de otra manera, porque hay unos terceros espacios que no son de mi lucha directa, sino de construcción de lo común, donde hay exposiciones, pero también es un lugar de ocio, o para que los niños jueguen... Y eso permite una triangulación de los discursos.
Antes mencionó a los “artistas genios”, y durante el lío por las canoas de Cholango, hablaba en un diario de la capital de la “estructura aureática” de los artistas... Y eso engrosa esa discusión sobre la lucha de clases en el arte
Esto es un debate de otra naturaleza, es un cambio de patrones en la gestión de la cultura. Me molesta que nos quedemos en el debate puntual del tema de Amaru Cholango. Él hace un doble uso instrumental: de su condición de artista (genio, última palabra) y de indígena (esperando por ello una discriminación positiva). Y no voy a ponerme a demostrar que no tengo un argumento racial con Cholango, porque no me interesa ese nivel del debate, sino mostrar que esa dinámica multicultural en que se dice “Porque soy indio me tienen que dar plata” no existe más en este país.
DENTRO DEL CAC SE MANTIENEN ESPACIOS PARA EL USO PÚBLICO
Varios espacios del CAC se destinan al uso público: Mediateca, Diferencial, y proyectos de mediación comunitaria con el barrio San Juan y otros sectores. Samuel Fierro, técnico de Participación y Mediación Comunitaria, dice que se intenta una reflexión sobre el espacio público: “Se ha descubierto que el miedo une a los barrios de Quito”, y aquello genera espacios públicos desocupados, lo que los mantiene como lugares peligrosos.
La Mediateca y el Diferencial (donde se piensa un uso óptimo de tecnologías de información y comunicación), son espacios de libre acceso que acogen desde reuniones de grupos sociales y activistas, como el Movimiento Transgénero, hasta un programa de radio de hip hop online. El lugar funciona con software libre, “en coherencia con una política de libre circulación del conocimiento”, dice Juan Carlos León, investigador del CAC.