“El amor te adora, pero el honor te aborrece”
Hay historias que establecen, desde la escena inicial, dónde está el bien, dónde el mal, y abundan éstas con creces.
No es el caso de “El médico de su honra”, obra de Pedro Calderón de la Barca estrenada en 1635, que escapa al lugar común, al personaje habitual, y procura escenarios más complejos. La historia, a la que se considera un drama de honor, es calificada más bien como una “tragedia de mujeres” por la Compañía de Teatro Corsario, organización que monta el espectáculo en Guayaquil.
Gutierre Alonso Solís (Carlos Pinedo) es un noble que se halla en una encrucijada entre el amor y el honor cuando debe tomar una decisión sobre su esposa, de la que está profundamente enamorado, pero que -según acaba de descubrir- era amante del hermano del rey.
Haciendo honor a su tiempo, los diálogos de la obra se reproducen en verso, con un riguroso dominio verbal que a los actores les ha valido el aplauso de la crítica española. Y es que durante el desarrollo, el espectador se halla con palabras y construcciones que han sido relegadas al más franco desuso: “en descansando” “aquesto”, “infelice”.
Hace falta acostumbrar el oído para alcanzar a entender los diálogos con fluidez: gajes de la aculturación. Más allá del dialecto barroco, la desordenada gramática del verso y el acento español, la obra y su intención son claras.
La escena inicial presenta a unos personajes ataviados de vestimenta barroca. Estos ropajes han venido en maleta, según cuenta Jesús Peña, el director, y son producto de los treinta años de Corsario. Indica Peña además que al salir de España, redujeron el mobiliario al máximo. En consecuencia, son pocas las modificaciones del escenario en cada acto.
La mañana del jueves pasado, el día del pre estreno, salía en la prensa española la noticia de que la industria cultural de ese país ha pedido a Rajoy que reconsidere el alza del IVA del 8% al 21%, preocupada por las pérdidas de afluencia que ello pudiera significar para la industria.
Explica Peña que las preocupaciones de Corsario aún no son ésas, sin embargo, añade que “podrían llegar a serlo”.
Volviendo a la trama, el infante Enrique (Rubén Pérez) es llevado por un acólito real, Don Arias (Borja Semprún) a una casa noble, tras sufrir un accidente a caballo que le ha hecho perder el conocimiento. Ahí lo recibe la señora de la casa: Doña Mencía (Verónica Ronda).
Al despertar, Don Enrique la ve, y le acude un deja vu: con la dama había vivido un affaire -Arias no tarda mucho en recordarle a Mencía que ello es un “infelice encuentro”-, que Enrique decide retomar en ese mismo momento. Pero Doña Mencía no le corresponde: es ahora una mujer con marido. Y tras el rechazo, el infante se levanta y pide un caballo, que Gutierre, ya entrado en escena, y con orgullo de verse convertido en anfitrión del hermano del Rey, le ofrece con prestancia.
Una pierna no le anda bien al infante, pero ‘aquesto’ no trasciende, su honor le es más importante. Y claro que lo es, o los japoneses no hubieran inventado el hara kiri. “Él me ha ganado la dama, y yo le he ganado la yegua”, lanza resignado al marcharse.
Antes de casarse con Gutierre, Doña Mencía ya había “conocido el ayuntamiento de varón” -citando al Deuteronomio-: el infante Enrique, que no atina a nada mejor que volver con porfiada insistencia a sus intentos de llegar nuevamente al lecho de la dama perdida.
Pese a que Mencía jamás comete adulterio, Gutierre la escucha hablarle casi en sueños al infante y se desata la furia. Y un ánimo bipolar se apodera del marido: presa de los celos, cada uno de sus razonamientos le llevan a estar más seguro de que su mujer le engaña.
El desarrollo del personaje del protagonista es simplemente digno de verse. Pese a que esa construcción viene dada ya por Calderón de la Barca, Corsario no la desaprovecha. La sinopsis, se dice que Gutierre trama un plan diabólico. Pero de eso, poco o nada. Al menos según el contexto. “Se podría haber planteado como alguien diabólico, pero me interesaba reconocerle el hecho de que cualquiera puede terminar así. Es una persona normal, y por eso es más peligrosa”, refiere Peña.
Éste es también un aspecto destacado en la obra más conocida del autor: “La vida es sueño” (sobre todo en el Soliloquio de Segismundo). Igual de compleja puede llegar a ser la personalidad de Mencía. Jamás llegó a cometer adulterio. Pese a que ya no tiene amoríos con el infante, se puede entrever que aún siente algo por él. Incluso así, no accede a entregarse nuevamente a sus brazos.
Este tratamiento del personaje femenino no es casualidad, según Jesús Peña, el director, “Calderón de la Barca solía utilizar la figura de la mujer para tratar desde ahí constantemente este tipo de dicotomías”. Peña se refiere a las características ya no tanto físicas, sino sociales de la época, que las revisten de vulnerabilidad absoluta.
Cuestiona Calderón de la Barca desde ahí a la sociedad, casi como preguntando: ¿Está bien que suceda esto? Peña incluso llegó a decir que el tema de la obra roza al machismo. Fuera del tecnicismo anacrónico, es harto apreciable.
Ya lo ha dicho Pérez: “es evidente que los personajes de Gutierre y Mencía son los más complejos, por la carga emocional que llevan”. Llega la obra a desenlace con un Gutierre enfurecido que escribe una carta a su esposa, donde le dice que "el amor te adora, pero la honra te aborrece".
Creada hace 30 años en Castilla, la Compañía de Teatro Corsario presenta por primera vez un clásico desde la muerte de Fernando Urdiales, fundador y líder histórico. Y es que a Corsario lo reconocen por la puesta en escena de numerosos clásicos
Como se ha dicho ya, la dirige Peña, quien no tiene empacho en aclarar que su rol ahora no quiere decir sucesión. Desde 1994, Peña dirige, también en Corsario, las obras de títeres para adultos. En el breve conversatorio que mantuvieron los actores y el director con un grupo de colegios que fueron invitados al pre estreno, Peña ha dicho que, acorde a la convención de los tiempos que corren, el guión ha experimentado una ligera adaptación. Y vaya que lo ha hecho, luego de escuchar la anacronía sobre el machismo.
Agregó además que han pretendido dejar al espectador con más cuestionamientos que certezas. Y lo han logrado. Desde ayer se exhibe “El médico de su honra”, en versión de Corsario, en el horario estelar del Teatro Sánchez Aguilar. Las funciones serán presentadas en la Sala Principal hasta mañana. Los valores de las entradas son de $20, $ 30 y $ 40. Nunca está de más subirse a la Barca de Calderón.