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El Telégrafo
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Dos intelectuales que amaban la naturaleza

En la imagen derecha, horas antes de fallecer, el 20 de febrero de 2017, Hernán Rodríguez Castelo había subido al cerro Ilaló, donde almorzaba entre árboles y viento. →Cuando cumplió 100 años, en 2012, Gustavo Alfredo Jácome contó que conocía todas la lagunas y cerros de Imbabura, donde se regocijaba.
En la imagen derecha, horas antes de fallecer, el 20 de febrero de 2017, Hernán Rodríguez Castelo había subido al cerro Ilaló, donde almorzaba entre árboles y viento. →Cuando cumplió 100 años, en 2012, Gustavo Alfredo Jácome contó que conocía todas la lagunas y cerros de Imbabura, donde se regocijaba.
Foto: Archivo / EL TELÉGRAFO
19 de febrero de 2018 - 00:00 - Redacción Cultura

A los 128 libros que publicó el polígrafo Hernán Rodríguez Castelo (1933-2017) se sumarán otros volúmenes más sobre su pensamiento.

Dos obras se han editado de forma póstuma: García Moreno por sí mismo, lectura hermenéutica de una correspondencia y Miguel Riofrío, el hombre y el escritor. Pero el intelectual quiteño no solo se dedicó al estudio de la historia política del país o a las de su literatura, sino que también fue historiador del arte, crítico literario, musical, cinematográfico, lingüista, autor de letras para infantes, editor y académico de la lengua.

En la década de 1960 creó una página cultural de publicación diaria en el periódico El Tiempo de Quito, recordó el historiador Gonzalo Ortiz Crespo.

Este escritor, quien fue su alumno, cuenta que allí “informaba de la vida cultural de la ciudad, reseñaba libros, hacía crítica de arte, entrevistaba a los personajes de la literatura, las artes plásticas, la música”.

La presencia de Rodríguez Castelo en medios escritos fue constante. Era autor de un editorial semanal sobre educación y mantuvo las columnas ‘Microensayo’ e ‘Idioma y estilo’. Además dejó impresas sus recomendaciones de profesor riguroso en el manual Redacción Periodística, que publicó por Ciespal (Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina) y, para otro tipo de escritores, la Corporación Editora Nacional lanzó Cómo escribir bien.

El oficio de historiador lo sostuvo con el necesario soporte de la crítica, característica por la cual Simón Espinoza Cordero comentó sobre el autor, hace más de una década: “Qué bueno que haya un escritor e investigador y crítico de fuste que ha dedicado su vida a minar en la riqueza de nuestro subsuelo espiritual”.

En 2012, la Universidad Central del Ecuador le concedió un doctorado honoris causa por sus aportes al mundo de las letras. La Fundación FIDAL le otorgó el Premio a la Excelencia Educativa dentro de un quinto concurso, pero el maestro no recibió el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo, otorgado por el Estado ecuatoriano, pese a que siempre fue un firme candidato.

Autor incansable, siempre estuvo activo en el quehacer intelectual. El año de su ausencia física se conmemorará con dos obras suyas. La presentación será a las 18:00 de mañana, en la Academia Ecuatoriana de la Lengua (Cuenca y Chile), entidad a la que perteneció. Intervendrán Susana Cordero de Espinosa, Benjamín Ortiz Brennan, Francisco Proaño Arandi, Galo Guerrero y Christian Rodríguez, su hijo.

Rodríguez Castelo fue uno de los pensadores que más acercó la cultura a los jóvenes desde distintas disciplinas. “Con Hernán Rodríguez Castelo se va la más alta cifra de la crítica y la bibliografía ecuatorianas de su generación. Trabajos suyos como los prólogos de la Colección Ariel (…) son parte de nuestra historia literaria de todos los tiempos”, reflexionaba el escritor Jorge Dávila.

Gustavo Alfredo Jácome
La última obra de Gustavo Alfredo Jácome (1912-2018) fue Estudios estilísticos del poeta Alfredo Gangotena y se publicó hace 11 años.

Poeta, narrador y docente estudioso de la estilística, Jácome escribió gramáticas y análisis poéticos que se estudiaron desde su aparición y formaron a generaciones de escritores. La imagen en la poesía de César Dávila Andrade (1971); Estudios estilísticos (1977); y César Vallejo (1988) son algunos de los títulos que configuran la ensayística del autor.

Los cuentarios Barro dolorido (1972); Siete cuentos (1976), Por qué se fueron las garzas (1979) y Los Pucho Remaches (1984) son el testimonio de su vocación en la prosa, una que tenía las costumbres serranas como telón de fondo.

El matiz de su escritura, frente a otros autores de su época, se da frente al indigenismo tradicional. El poeta Jorge Enrique Adoum (1926-2009), escribió que “Jácome no toma a su personaje con simpatía o simple aproximación, sino con una verdadera identificación que le permite descubrir, en toda su hondura, los elementos constitutivos del alma indígena: la solidaridad, la resignación y, sobre todo, esa ternura sin límite posible que parece ser su propia definición”.

Cuando sobrepasó el siglo de vida, en 2012, el intelectual otavaleño Alfredo Jácome confesó su admiración por las lagunas y cerros imbabureños, que dijo conocer y que sirvieron como fuente  para sus creaciones.

Esa capacidad de sorprenderse en pleno ejercicio de su erudición lo emparenta con el quiteño Hernán Rodríguez Castelo, quien cada lunes subía a la cruz del cerro Ilaló, allí almorzaba y meditaba, consciente de un legado que se preserva en su país. (I) 

Autores      

El escritor otavaleño 

Gustavo Alfredo Jácome nació el 12 de octubre de 1912. Hijo de José Antonio Jácome Carrillo y de Rosa Jácome Terreros, creció en Imbabura, al norte del país. De esa provincia admiró sus paisajes, que fueron escenario de sus cuentos. 

83 años tenía Hernán Rodríguez Castelo el día en que falleció. Dejó 128 libros publicados. 

El polígrafo quiteño

Hernán Rodríguez Castelo nació el 1 de junio de 1933. Sus padres fueron docentes: Humberto Rodríguez y María Esther Castelo. Sobre ella escribió la biografía Madre maestra y maestra madre. 

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