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¿De qué se avergüenza un adicto al porno?

¿De qué se avergüenza un adicto al porno?
04 de julio de 2013 - 00:00

Noches de sexo casual, mujeres que no se resisten a su atractivo y el consumo de prostitutas y pornografía marcan el ritmo de vida de Brandon (Michael Fassbender), un ejecutivo soltero que vive en Nueva York, hasta que la repentina visita de Sissy (Carey Mulligan), su hermana menor, acentúa un desorden que él no se atreve a aceptar.

El cineasta londinense Steve McQueen plantea en el rodaje Shame (Vergüenza) un drama de comunicación de dos hermanos. Sissy tiene una voz prodigiosa y termina su noviazgo para convertirse en cantante, este motivo la lleva a trasladarse desde Los Ángeles hasta La Gran Manzana. Tras la ruptura, ella necesita respaldo y pretende revitalizar su deteriorada relación con Brandon, pero él se niega. Más bien, la presencia de su hermana le provoca un malestar, quizá de antaño. Durante una velada Sissy interpreta una versión melancólica de “New York, New York” que conmueve a Brandon como si él quisiera escapar, ¿de qué? Las existencias de ambos, por diversos factores, han desbocado en la soledad, prefieren no mirar al pasado, ¿cuál es el combustible que impulsa ese  aislamiento?

El treintañero Brandon ha cimentado su vida satisfaciendo deseos sexuales porque tiene a su alcance los medios de comunicación y el entorno  que le explican cómo hacerlo. Empieza a salir con su colega Marianne (Nicole Beharie) y no continúa esa posible relación sentimental porque le resulta complejo establecer vínculos afectivos, ya que no los ha cultivado. Su realidad emocional está construida sobre deseos artificiales, por eso le cuesta forjar e integrar a su cotidianidad los valores simbólicos que surgen en las relaciones interpersonales. Es decir, padece de una incapacidad de amar que lo sume en un trauma ¿será esa la causa de su vergüenza?

Con pericia, el director McQueen revela por medio de gestos sutiles  la adicción a la pornografía de Brandon, este recurso dota a la narración de suspenso y evita lo predecible. Los diálogos y las actuaciones atrapan; en ellos también se evidencia, lentamente, la situación de los protagonistas que en apariencia están bien, pero tienen heridas emocionales que no saben cómo tratar.

La fotografía de Sean Bobbitt emplea las sombras naturales de habitaciones que suscitan un ambiente real a la narración. El escenario lánguido de Nueva York sugiere cierta conexión entre los conflictos de los protagonistas y el contexto deslucido. Las canciones bailables “Genius of Love” de Tom Tom Club, “Rapture” de Blondie; las contemplativas de John Coltrane “My Favorite Things” y de Chet Baker “Let’s Get Lost” mezcladas con trabajos de Bach, forman parte de la acertada banda sonora porque complementan las situaciones psicológicas y simbólicas de esta trágica historia y le dan un tono intrigante. El camino de ambos es un constante declive al precipicio.

El filme que fue estrenado en 2011, durante 99 minutos, no busca escandalizar ni tiene moralejas sino que presenta un subrepticio enfoque a la quebrada que deslinda deseos y afectos. A lo mejor, el rubor que siente Brandon responde a esa endeble fuerza para generar apegos que las circunstancias y sus decisiones lo han conducido.

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