Cuando se deja de enseñar poesía en las escuelas se comete un genocidio mental
Cabe referirse en estos días de Feria de Libro en Guayaquil a la palabra, al poder que tiene, a su importancia. Ivonnne Bordelois, lingüista y académica argentina, sabe de su importancia porque no solamente trabaja con ella sino que se ha convertido en su albacea.
En cada entrevista o ponencia que ofrece pone en valor su existencia apoyándose en sencillos ejemplos. "Los celulares, el carro, la casa, por dar un ejemplo, tienen precio y se devalúan, pero la palabra es gratis. Es el primer regalo que nos entregan nuestras madres", señala.
La palabra además trasciende generaciones, clases sociales, contemporaneidad; está en los compromisos, en los juramentos, en los textos, en las confesiones, en la enseñanza, en la vida cotidiana.
Bordelois plantea que el español tiene alrededor de 93 mil palabras, sin embargo solamente se usan alrededor de 20.000. Cabe la pregunta: ¿Son las palabras un capital intelectual? Y si lo son ¿podemos catalogar a algunas personas, dependiendo de la solvencia en el habla, como avaras y a otras como generosas?
La experta en la lengua entiende que la lengua es la nota distintiva del ser humano, y como tal debe ser cultivada para ampliar su humanidad. Una de sus citas recurrentes se hace eco de la poesía de José Martí: "La lengua es jinete del pensamiento y no su caballo".
Lo que comanda el pensamiento es la lengua, ya que no existiría tal sin la articulación del lenguaje. Podríamos decir entonces que el pensamiento es tributario de la lengua; huelga decir que nuestra configuración mental que aborda la realidad está moldeada por la capacidad lingüística que tengamos.
El cenit de la palabra es la poesía, manifiesta la lingüista argentina, y pone como ejemplo a Borges, quien convierte la expresión "cómo me arruinó esta mujer la vida" en una hermosa metáfora: "me duele una mujer en todo el cuerpo". Y a Neruda, quien convierte un agreste "qué embrollo que tengo" en un "sucede que me canso de ser hombre". Así tenemos que se genera un genocidio mental cuando se deja de enseñar poesía en las escuelas.
Según Bordelois, hay una "conciencia lingüística" y esta puede estar entumecida como nutrida. Sea cual fuere el caso, ella pone el acento en el hecho epocal en el que vivimos, y este brega por una economía tal del lenguaje que deviene en una cosmética. Aquí es donde el ser humano se mira a sí mismo en la miseria. La miseria lingüística responde a la conciencia que se tenga de la lengua materna.
"Desde luego, hay un contrapunto que no debemos soslayar: los estudiantes de medicina aprenden en su primer año de estudio de la carrera 5.000 palabras que generalmente no comprenden porque están formadas por raíces griegas y latinas. Este hecho les pone una coraza que a posteri les impide un verdadero contacto con sus pacientes. Y esto suele tener consecuencias, como la mala praxis, que proviene de la muralla de palabras incomprensibles en la que el médico se ha acorazado. Y lo peor no es que el experto en medicina solo se aparta del paciente sino de sí mismo", dice Bordelois.
Hay que darle a la palabra un toque de queda: el silencio. Alejandra Pizarnik manifestaba que "la luz es solo luz en la memoria de la noche". Y lo mismo sucede con la palabra: "La palabra es solo palabra en el espacio de silencio".
Pero además la palabra exige. "Orgasm" en francés hasta el siglo 18 significaba ataque de cólera, y "familia" viene del latín, cuyo significado es "conjunto de esclavos". Las palabras no cambian el mundo, pero son necesarias para cambiarlo.
Manifiesta Alejando Sly, poeta y dramaturgo argentino quien desde hoy nos deleita con el plectro de su pluma en este diario, que la lengua nos trasciende. "Nacemos y morimos sin decidir cuál es nuestra lengua materna. El español es hablado años antes de nuestro nacimiento, y seguirá hablándose luego de nuestra muerte. Podríamos decir, que somos un accidente de la lengua".
Cuando una pareja empezaba antiguamente un acercamiento se decía "se hablan" y ahora se dice "salen". Y ese hablar es vital en todos los ámbitos porque el amor es una larga conversación, de ahí que cuando fallan las palabras falla la relación.
Retomando el tema de las clases sociales, uno puede merodear algún lugar público, y fácilmente comprobar que los adolescentes pertenecientes a una clase socioeconómica baja y, otros, a una alta, discurren su verborragia con el mismo nivel de pobreza. La riqueza del lenguaje está en asumir la palabra como lo más propio de lo humano porque nuestra consciencia lingüística, diría Bordelois, es nuestra humanidad.
Y hay que tener presente que cuando todos los objetos se nos han perdido (la casa, el carro, el celular) la palabra nos sigue acompañando, gratuita, cercana y poderosamente.