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El Telégrafo
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El autor chileno Recibió el premio cervantes de literatura en 1999

"Cuando pasa el tiempo, todo se puede contar"

El autor dice estar reeditando la publicación de Adiós, Poeta, donde quedarán mal Neruda y él, pues reconoce que mucho de lo escrito fue autocensurado. Foto: José Morán/El Telégrafo
El autor dice estar reeditando la publicación de Adiós, Poeta, donde quedarán mal Neruda y él, pues reconoce que mucho de lo escrito fue autocensurado. Foto: José Morán/El Telégrafo
02 de diciembre de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

Cuando Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) no estaba en algún auditorio escuchando a uno de los tantos poetas, muchos de los cuales hasta ahora no conocía, firmaba libros o huía del afán de los entrevistadores para caminar por la ciudad. Aquella Guayaquil con la que Jorge Luis Borges le da nombre a un cuento para reinventar la mítica reunión entre Simón Bolívar y San Martín. No había estado aquí más que de paso. Por eso el reconocido Premio Cervantes (1999) insistía: “Una cosa a la vez”.

Edwards narra desde la memoria, haciendo ficción para llenar los vacíos. “El país narrado desapareció. Quedó en la memoria, en la ficción, en el lenguaje”. En la ciudad aproximó a una audiencia joven a su largo recorrido por la literatura y la configuración de sus propios recuerdos. Aquella que empieza desde el tabú de lo que era considerarse un artista perteneciendo a una familia de dinero, con banqueros y empresarios. En su familia el tío Joaquín era el inútil y para él un referente, un precursor.

Cuando se encontró escribiendo pensó que sería el inútil y es así como escribe El inútil de la familia (2004), siendo ya un personaje en la esfera pública. Edwards pertenece a una generación que empezó vendiendo libros en las calles con tiradas de cien o doscientos y terminaron recibiendo premios internacionales.

El chileno pasó de la poesía a la prosa. Fue un poeta adolescente, que -dice- se dio cuenta de que sus poemas recogían siempre las voces de otros, se contagiaban. A fin de cuentas, lo que lo terminó introduciendo en la escritura fueron las lecturas de otros. Los versos que de memoria debía aprender en el colegio jesuita en el que estudiaba, los de Quintana o Andrés Bello, o los de Francisco de Quevedo y Juan de la Cruz, y todos aquellos a los que se aproxima con el tiempo, con las clases de estructura poética.

Para Edwards, haber vivido en la vieja ciudad de Santiago, transitar el centro y la experiencia del colegio de los jesuitas fue llenarse de  historias. “Todos las contaban, eran personales o eran historias que les habían contado. Empecé a escribir pequeñas viñetas que contaban una historia y me fascinó ese mundo. Dejé la poesía, pero intento meter la poesía en mi prosa”.

Con el retrato que hizo de Pablo Neruda, con quien tuvo una relación cercana, luego de enviarle por su cuenta su poesía -entonces desconocida- por correo y que sea el mismo Neruda quien pida conocerlo, es consciente de que “cuando uno hace un retrato de una persona uno tiende a callar cosas. Cuando pasa el tiempo, todo se puede contar”. Es así que el Adiós, Poeta está en reedición. “Y esta vez vamos a quedar mal Neruda y yo”.

De alguna forma la prosa de Edwards está vinculada con la forma en la que ven los poetas al mundo, como lo hace La casa de Dostoievsky.

Y si de algo -cree- debe liberarse la literatura es de los nacionalismos. “Es bien difícil liberarse porque los chilenos, los argentinos, los uruguayos y en América Latina se respira un aire fuerte de nacionalismo, pero uno se queda entrampado. Yo quiero ser un hombre del mundo y tratar que la experiencia del mundo sirva de algo para mi propio país. Pero también quiero evitar algo, que es una tendencia latinoamericana: las peleas regionales. Yo quisiera que hubiera acuerdos. No sé cómo, pero me gustaría. Yo siempre he trabajado en temas de integración, de paz”, dice el autor de Persona non grata, la obra que recoge sus memorias en Cuba durante el gobierno de Fidel Castro, cuando Salvador Allende era presidente de Chile, y que trata de forma profunda las relaciones de los escritores e intelectuales con el poder totalitario.

Persona non grata fue una forma de quitarle la ingenuidad, ha dicho. Para Edwards, en la literatura sobre todo, hay que eliminar los nacionalismos porque profundizar en un tema conduce a mirarlo de forma universal. Ese es su ejercicio con la memoria. Por eso, una cosa a la vez. (I)

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