Mi estrecha relación con el documental se remonta a la primera edición de los EDOC. Sin embargo, con el pasar de los años, mi concepción del cine de lo real ha ido cambiando. Ya no es lo mismo lo que espero de un documental, ni mi forma de relacionarme con el cine y de posicionarme frente a él desde lo artístico, lo político y lo íntimo –o quizá debería decir de todo aquello como un conjunto indisoluble–.

Cada vez tengo menos certezas. No obstante, hay algo que nunca he dejado de buscar en una película: una relación de transparencia y buena voluntad entre filmador, filmado y espectador.

Eso nunca falta en el cine de Eduardo Coutinho, la máxima celebración de un encuentro que se produce de manera directa, sin necesidad de artificios ni de grandes despliegues técnicos. Pocos cineastas tienen la capacidad de Coutinho para mirar tan de cerca a la gente; y pocos hay, como él, capaces de escuchar y extraer lo más profundo de las personas a través de la palabra. Es por esto que su cine ha tenido siempre un espacio privilegiado en los EDOC.

Fue así que, en septiembre, propusimos a la Embajada de Brasil que nos apoye en la realización de una retrospectiva de Coutinho y conjuntamente surgió la idea de publicar un volumen que la acompañara.

Nada más pertinente que empezar un proyecto editorial hablando del cineasta de la oralidad. Meses más tarde llegué a vivir a Brasil y tuve la suerte de encontrar a Cláudia Mesquita, investigadora especialista en la obra de Coutinho, y le propuse que editáramos el libro juntas. Ella aceptó con entusiasmo y ahora presentamos el resultado.