Sylvain George: Los Chalecos amarillos han cambiado la idea de un solo pueblo
El grafiti como un pasaje. En la película Bonito Mayo (Sylvain George, 2017), una pintada en el Metro de París da cuenta de que ese día —1 de Mayo de 2016— hubo represión.
En la calle la Policía había dispersado con gases una manifestación pacífica. Y la primera escena muestra una frase tan violenta como aquel suceso: “El que mató menos de cien veces que arroje la primera piedra”.
¿Es el cine de este director francés un heredero de Mayo del 68, de su textos-imágenes? Nacido en ese año, George recuerda que en su familia había quienes se comprometieron políticamente con esa época. No se trata de algo determinante, pero tuvo contacto con movimientos sociales y activismos desde la infancia.
Lo llevaron a manifestaciones en Lyon para apoyar a las víctimas de la dictadura chilena que irrumpió en 1973, llegó a visitar comunas jipis en la década en que el jipismo se diluía y un amigo argelino de su familia se refugió en su casa mientras le curaban una enfermedad que lo hubiera matado en su país.
Así debió ir entrenando la mirada sobre lo extraño, en principio, y lo extranjero, después, aunque no lo admita del todo. En Quito ha empezado a llover y hay quienes se agazapan en las salas de cine para sorprenderse con sus imágenes de protestas cerca de las que pasan migrantes y mensajes que configuran un imaginario asfixiante pero esperanzador, como el que envuelve a quien logra huir de una represión luego de manifestarse.
Para Sylvain George, la diferencia entre el Mayo francés y el movimiento de los chalecos amarillos es que lo de hace medio siglo era una cadena de resistencia que tenía como protagonistas a unos estudiantes de clase privilegiada, burguesa, dice en un francés que traduce la productora del XVIII festival internacional Encuentros del Otro Cine, Estefanía Arregui.
Antes ya hubo una expansión hacia las clases populares que empezaron a cuestionar el gobierno de Charles de Gaulle, pero lo que pasa ahora con los chalecos amarillos es un proceso inédito, “único en el mundo” por el hecho de ser diverso, tener actores en espacios públicos que no han sido visibles en medios de comunicación.
“Prefiero hablar de un grupo heterogéneo a dar una idea de representación del pueblo”, dirá Sylvain frente a un puñado de sus espectadores. Confluyen con chalecos amarillos (gilets jaunes) unos tipos que viven con comodidades y otros a quienes ningún partido o sindicato representa. Otros que tienen muy poco y sienten, cada vez más, que lo que tienen es nada.
“Lo más interesante es que dejaron notar las fracturas que hay en los movimientos franceses, las distancias entre las clases sociales cuya brecha ha tratado de negarse”.
Desde los años ochenta del siglo pasado, la noción de clase social empezó a diluirse en el discurso público francés. Desde la democracia representativa se hablaba de redes, evitando así la invasión de ideas marxistas. Pero esa democracia, ahora, está en duda porque los chalecos han llegado a tener el 70% de apoyo de la sociedad francesa.
A la crisis de los partidos le siguen iniciativas que se construyen de forma horizontal: asambleas en que hay consultas y los ciudadanos participan, opinan sobre las decisiones políticas que les afectan. Esa convivencia es recordada por George, mas no retratada.
En sus filmes aparece la crisis y la mirada apunta a lo que la realizadora británica Raquel Schefer llamó pasaje: Trata de atrapar cosas que se ponen en movimiento, filmarlas mientras tienen un horizonte político al migrar, “seguir líneas de fuga”.
En París es una fiesta: una película en 80 olas (2017), por ejemplo, un forastero es testigo del estado de emergencia desde la calle. Las escenas sobre violencia policial con el Atlántico de fondo se alternan con su canto, a veces, y algunos movimientos de baile, siempre en soledad.
“Son personajes a los que la sociedad trata de fijar, establecer en un lugar mientras se niegan a mantener esa posición hablando en una plaza pública, moviéndose, resistiendo”, explica el realizador.
“Se trata de mirar cómo redefinen su identidad y, a la vez, escapan de lo que se les quiere asignar”. Se trata de personajes en tránsito que cambian su entorno, “pero la idea no es hablar de existencialismo o de que la identidad esté definida por tu lugar de naciemiento; la idea es hablar de identidades nómadas, abiertas frente a lo institucional, lo estático”.
¿Una subversión permanente?
Cuando el Mayo francés iba a cumplir 39 años, Nicolás Sarkozy se hallaba en un mitin electoral (el último de su campaña para la presidencia) y exhortó a sus seguidores a “liquidar la herencia de Mayo del 68”.
Pero el filósofo André Glucksmann, que apoyó a Sarkozy hasta 2015, cuando muere, no se lo tomó en serio. “Los ‘sucesos de Mayo’ han sobrevivido al tiempo, viven”, le respondía a su hijo, el periodista Raphaël Glucksmann, con quien coescribió un libro sobre el tema al que subtitularon Por la subversión permanente.
Transcurren 51 años del Mayo francés y, en Ecuador, Sylvain George mira las ideas de ambos Glucksmann con desprecio. Hay un movimiento intelectual que está en contra del Mayo, uno de “malos filósofos”, suelta en el cine Ochoymedio y nombra a Bernard-Henri Lévy, Alain Finkielkraut o al cineasta Pascal Bonitzer, figuras recurrentes en los medios de comunicación.
“La extrema derecha siempre estuvo en contra de Mayo, pero estos nuevos filósofos le dieron una suerte de validez a sus intenciones”.
El desprecio, en realidad, va en contra de ideas como la de devolverle la autoridad al poder, desplazar al laicismo, políticas conservadoras que abarcan problemas sociales normalizándolos, todo por los valores tradicionales. “La derecha pone un montón de conceptos alrededor del 68, el matrimonio igualitario y otros derechos, para atacarlos”, dice George.
André y Raphaël Glucksmann han sido traducidos al español y reeditados en 2008 y 2018. Pero el primero, ultraliberal, era parte de un comité de asesores de Sarkozy, recuerda Sylvain. Es que hay muchas maneras de ver hacia el pasado.
Hoy Glucksmann-hijo se presenta a elecciones con el partido Plaza Pública, “que pretende ser de izquierda, pero es el ejemplo de oportunismo, como el de Eric Besson, político de izquierda que se volvió ministro (Inmigración e Identidad Nacional) de Sarkozy en el poder”.
Por cierto, Sarkozy-Besson mandaron a destruir la Jungla de Calais, un asentamiento a través del cual cientos de migrantes intentan cruzar el puerto del norte de Francia hacia el Canal de la Mancha para llegar a Inglaterra. Su lucha está documentada en Que descansen en la rebelión: Figuras de la guerra (2010), un retrato de identidades nómadas.
Cuando la reflexión empieza a ser más calma, el cineasta sonríe. Mira el libro de los filósofos a quienes llamó malos, y le hace gracia su sionismo, su antiislamismo, ideas que le parecen —insiste— nauseabundas.
Es como si el pasado colonial de Francia reviviera en barrios de migrantes y tuvieran una respuesta en esos discursos de odio. La mirada del documentalista, con intención política definida, se sitúa sobre esos lugares y situaciones.
“Hay políticas que desplazan fuera de los ciudades a los migrantes, esa es una política colonialista, aunque no se trate precisamente de colonias”, explica George.
“En esos barrios hay una organización excepcional: las autoridades deciden cosas por fuera de la ley y las aplican, como hacían en las colonias”, ironiza el cineasta, para quien la revuelta tiene un sentido profundo, pero no va a relativizarla diciendo que es permanente o cuestionable.
Con François Hollande como presidente (2012-2017), el estado de emergencia empieza a ser una excepción que se expande, acelerada por la amenaza del terrorismo y solo después de dejar el poder admitirá que instauró ese estado para segurar el éxito de la COP21 (Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2015).
Las restricciones evitaron, entonces, que los manifestantes de distintas partes del mundo echaran a perder la cumbre ecológica.
La consecuencia es que, como recurso, el estado de emergencia se banalice, deje de ser una medida excepcional para la seguridad, por ejemplo, y se use para intereses particulares, sostiene George.
“Vemos que siempre hay una emergencia, entonces ¿cómo vamos a salir de ese estado? Emmanuel Macron ya incluyó esa figura en la Constitución, entonces ha dejado de ser excepcional y no saldremos de allí. Es el ultraliberalismo y sus políticas del esfuerzo todopoderoso”.
Un pequeño fuego que se desplaza
Durante la conversación que Sylvain George mantiene con esta revista, recuerda los mensajes que fragilizan a la sociedad francesa: “Te dicen que si no logras subirte al tren del progreso es por pereza, porque te ha faltado esfuerzo. Eso deriva en la aceptación del miedo, el que imponen con sus estados de emergencia”.
Y el engaño puede provenir de derecha o izquierda, siempre terminará siendo neoliberal. Holland —a diferencia de Sarkozy— usó un discurso que gira en cuanto llega al poder: en campaña interpelaba a la juventud, apuntaba al sistema financiero para luego contradecirse en la presidencia.
“La consecuencia fue que Macron ganó con el 27% de votos, logrados para que no gane el Frente Nacional. Pero él es el reflejo del establishment, de una minoría privilegiada que no aparecía como tal en campaña, aunque ahora muestre toda la arrogancia de su clase, el desdén hacia otros estratos, que en Francia son muchos y bien jerarquizados”, explica George.
Lo frágil que puede ser la sociedad frente a un poder tan astuto y perverso está narrado en Un pequeño fuego que se desplaza: Su gesto en mil fragmentos (2017), otra de sus películas sobre las protestas contra la reforma laboral de hace dos años.
“El levantamiento de los chalecos amarillos es la respuesta hacia la arrogancia de clase que caracteriza a Macron”, reitera el cineasta que trabajó sobre el 15-M para hacer Hacia Madrid: The Burning Bright (2014).
¿Los migrantes están representados, incluidos en la protesta social que vive actualmente?, le pregunto. Y responde que, precisamente, y pese a ser un grupo más amplio que el de 1968, “ese es el problema, el no lograr integrarlos del todo, como tampoco han hecho los sindicatos”. En todo caso, él los representa en tránsito, en sus pasajes blanquinegros. (I)