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Ecuador, 28 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Clases que van más allá de la música y lo que se puede ver

Todos los lunes y jueves, a las 10:00, Olga Valdez -bailarina de danza española- asiste a la Escuela Municipal de Audición y Lenguaje, en donde imparte clases de baile  a niños sordomudos y a niños de la Escuela Municipal de No Videntes 4 de Enero.

El reto inició hace diez años cuando una amiga de la bailarina le propuso dar clases a niños con capacidades especiales. “Yo sentía que me faltaba algo, y sin dudarlo acepté” comenta Valdez, quien  afirma que le encantan los retos.

Al inicio la comunicación fue dura, así lo cuenta Belinda Tapia, maestra de la Escuela de Audición y Lenguaje y psicóloga rehabilitadora. “Cuando Olguita llegó a la escuela no sabía cómo comunicarse con los chicos, pero ella se creó sus propias señas y empezó a enseñar”.

Olga no sabe comunicarse por medio del alfabeto de señas, sin embargo utiliza sus manos y ha creado un código de lenguaje único entre ella y sus alumnos. “El primer día estaba desesperada, me toque  la cabeza con las dos manos y me di cuenta que ellos empezaron a prestarme atención y de ahí en adelante me entienden todo lo que les  explico” cuenta emocionada Valdez.

La danza, así como otras actividades artísticas, es esencial para el desarrollo integral de los niños no videntes y sordomudos. El cambio de actitud y aptitudes es notorio, así lo asegura Ruth Saltos, madre de familia, quien hace tres años viaja todos los días desde Playas a la Escuela de Audición y Lenguaje, para que su hija Joselyn, de 11 años, reciba una educación acorde a sus necesidades.

“Desde que Joselyn está en esta escuela todo ha cambiado para bien. Ahora es una niña mucho más activa y feliz”, asegura Saltos.

Las clases de danza las imparten en un aula con piso de madera y sin zapatos, para sentir las vibraciones que produce la música en el suelo; pero, sobre todo, asegura  Olga Valdez, es la atención y la disciplina  lo que logra que los resultados en escena sean excelentes.

El reto más grande que afirma Valdez haber tenido es unir a los niños con deficiencia auditiva y de lenguaje y a los no videntes en una sola coreografía. “Trabajar con dos limitaciones físicas fue complicado, pero lo logré y creo que pudimos demostrar que nada es imposible”. Este evento demostró la solidaridad que existe entre los niños, ya que las parejas de baile estaban conformadas de tal manera que uno cubría la deficiencia del otro. 

El autoestima es una de las cosas en las que mayor incidencia tiene la danza. “La mayoría de los niños cuando llegan a la escuela son tímidos y vergonzosos” cuenta Tapia, sin embargo, después de relacionarse con sus compañeros y de demostrarse a ellos mismos que pueden hacer cosas como bailar, su autoestima se eleva al ciento por ciento y  su concentración es realmente sorprendente.

Olga planea con mucha cautela las coreografías que les enseña a los niños, y sin minimizar sus capacidades. La disciplina y el orden, considera la bailarina,  son fundamentales para poder realizar esta ardua labor.

Los niños no videntes, para bailar, tienen como regla única dejar sus bastones a un lado.

La confianza es el antídoto más grande que, según Valdez, debe existir para poder enseñar sin problemas. “La coordinación es lo más difícil con los niños no videntes, pero no es imposible. Ellos son muy disciplinados y siempre están dispuestos a aprender”.

La directora de la Escuela Municipal de Audición y Lenguaje, Adriana Vinueza, manifiesta que la institución considera necesaria la inclusión del arte como parte inherente del pensum académico de la institución.

Valdez señala que poder tener la oportunidad de mostrar lo que ha aprendido, la hace sentir útil dentro de la sociedad y asevera que el amor que recibe a diario de estos niños es su mayor recompensa.

El amor por los niños, como lo cuenta ella, lo ha tenido siempre. Su maestro español, Vicente Colomer, le dio la oportunidad de enseñar desde muy joven y eso le sirvió al momento de tener que interactuar con los pequeños.

“Yo me identifico mucho con estos niños, porque tienen esa energía y vitalidad que muchos adultos la pierden con los años”.

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