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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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Borges revive sospechas sobre sesgo en el Nobel

“Es una antigua tradición escandinava: me nominan para el premio y se lo dan a otro. Ya todo eso es una especie de rito”, decía Borges, con humor resignado.
“Es una antigua tradición escandinava: me nominan para el premio y se lo dan a otro. Ya todo eso es una especie de rito”, decía Borges, con humor resignado.
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Ha pasado más de medio siglo desde que Jorge Luis Borges (1899-1986) fue el mayor candidato a obtener el Premio Nobel de Literatura. Un tiempo considerable en que el escritor argentino –que se preciaba de sus lecturas más que de sus letras, y que envejeció con la ceguera como compañera–, ha obtenido tantos lectores como los que tienen autores clásicos.

¿Por qué este autor universal no obtuvo el Nobel? Una parte de la respuesta está en archivos. La Academia Sueca desclasificó un informe de 1967, en el cual se revela que, ese año, el presidente del Comité del premio, Anders Osterling, rechazó al escritor argentino con un comentario arriesgado: “Es demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura”, está registrado que dijo el líder del jurado. Así lo confirma el diario sueco Svenska Dagbladet que tuvo acceso a documentos de la Academia.

La salida a la luz de este informe confirma, al menos en el plano formal, que Borges fue excluido del galardón más importante de las letras por razones políticas. Además se confirmaría otra sospecha: le otorgaron el Nobel al guatemalteco Miguel Ángel Asturias en 1967 pese a que también había al menos un reparo en torno a su obra.

Osterling señalaba como “limitado a la temática revolucionaria” al autor centroamericano. Ese juicio se repitió según las reseñas publicadas estos días, pero en otro sentido. En 1966, el académico habría rechazado a Samuel Beckett por su “tendencia nihilista y pesimista sin fondo”, pero en 1969, el dramaturgo irlandés -que, como Borges, usaba el humor y la ironía- obtuvo la presea.

“Es una antigua tradición escandinava: me nominan para el premio y se lo dan a otro. Ya todo eso es una especie de rito”, decía Jorge Luis Borges en una entrevista realizada en 1979. Tres años antes de eso, el escritor viajó a un Chile gobernado por la dictadura militar de Augusto Pinochet, lo cual le granjeó más críticas. María Kodama, viuda del autor, declaró en 2016 que “no fue invitado por Pinochet, sino por la Universidad de Chile”, institución que le otorgó un doctorado honoris causa en manos del dictador, como señalaba el protocolo.

“Todo el mundo sabe que fue una cuestión política” ha dicho la escritora sobre la aparente exclusión hacia Borges. Otro hecho que lo alejó de la lista de candidatos -aunque fue constante su presencia allí- habría sido la crítica que hizo a la obra del poeta sueco Artur Lundkvist, quien después fue designado como secretario permanente de la Academia.

Lundkvist, especialista en literatura latinoamericana y artífice de haber ingresado la obra de Borges en su país, confirmó las sospechas en el marco político: “La sociedad sueca no puede premiar a alguien con esos antecedentes (por la visita a Chile)”.

El sesgo parece estar confirmado y el resto de involucrados, quienes fueron miembros del jurado del Nobel, han guardado silencio aunque, en los últimos años, el premio parece romper sus fronteras al considerar a músicos como Bob Dylan o al exalumno de un máster de escritura, como Kazuo Ishiguro. ¿Hasta dónde llegan las licencias que la Academia se permite en cuanto a su corrección política?

Lo que se ha develado y traducido de las razones de Osterling aún es limitado. Pero el escritor argentino Matías Serra Bradford escribió –en una columna publicada por diario Clarín– que el fragmento de la polémica la aparente crítica es un elogio. “¿Pero quién no desea un escritor exclusivo, es decir uno que gracias a sus artes nos hace sentir que ha escrito para nosotros, que crea en su obra una intimidad cuya existencia ignorábamos pero que reconocemos enseguida?”, sostiene el autor para quien el uso de artificios e ingenio en miniaturas es, obvio, una virtud. “Raro que no lo supieran en Estocolmo: los críticos más ciegos halagan cuando creen estar haciendo lo contrario”, sentenció. (I)  

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