Adolfo Bioy Casares, el relato de lo fantástico
Los finales de Adolfo Bioy Casares suelen regresar al lector al principio, lo hacen mirarse en el espejo cuando todo a su alrededor ha cambiado. El autor construía mitos desde lo urbano, casi siempre, por las calles de Buenos Aires en la primera década del siglo pasado.
Sus personajes buscan lo extraño, lo inadvertido, suelen pasar por ingenuos. En El sueño de los héroes, su protagonista, Emilio Gauna, vive un sueño los tres días de carnaval de 1927.
Tres años después, los sucesos se repiten: gana su suerte por los caballos en el hipódromo e intenta repetir los hechos y recordar aquello que la borrachera no le permitía, pero que en realidad nunca había vivido.
“Lo que Gauna intenta recordar no proviene del pasado sino del futuro. La memoria y la borrachera no le han escamoteado una imagen; esa imagen es una premonición”, dice Marcelo Pichon en una antología de relatos de Bioy.
Parece que las coincidencias con las que construía su obra atañen su existencia. Hoy se cumplen 20 años de su muerte luego de un largo carnaval, en el que el mundo tiene más caras de las que imaginaba.
Dice el escritor que la idea de la novela La invención de Morel, a la que Jorge Luis Borges llamó “la ficción perfecta”, surgió del deslumbramiento que le producía la visión del cuarto de vestir de su madre, “infinitamente repetido en las hondísimas perspectivas de las tres fases de su espejo veneciano”.
El crítico que lo cita dice que la zona de la literatura fantástica por la que transitaba Bioy huía de fantasmas, vampiros y monstruos. Su fantasía está atada a la multiplicidad y diversidad de la vida.
“Aunque todo el trato que tenemos con el más allá se limita a la desolación de la muerte, no perdemos la esperanza de encontrar la llave que, tras media vuelta, depare otros prodigios. Para oponer a la muerte, inaceptable y fantástica, no nos basta la vida, en que nos encontramos tan naturalmente”, decía Adolfo Bioy. (I)