La película, que ganó el Premio Irizar al cine vasco, se estrenó ayer en el quito
Asier ETA biok (Asier y yo), la amistad que nombra (VIDEO)
Quito.-
Decir algo sobre la violencia, sobre los procesos históricos de liberación nacional que han sido marcados por el derramamiento de sangre, por la pérdida de vidas, por la destrucción, implica, la mayoría de veces, asumir una posición. Nos lleva a conmovernos ante el dolor de un grupo humano y poner entre paréntesis las vicisitudes de sus opositores en el enfrentamiento.
Simone Weil, en un breve y poderoso ensayo, La Ilíada o el poema de la fuerza, se aleja de esa postura para entender los efectos de la violencia o la fuerza. La filósofa francesa sostiene que en la epopeya homérica, el logro es que el lector o el escucha, ante la narración de los hechos, se conmueve en igual medida por la muerte de Héctor, el troyano, como por la muerte de Aquiles, el griego, pertenecientes a bandos opuestos en la Guerra de Troya.
No se aplica una lógica según la cual uno es mejor que otro, o una humanidad vale más que otra, sino que el énfasis cae en la fuerza que se impone sobre ambos con la misma vehemencia. Y aunque la muerte de uno y otro puede significar una alegría para sus contrarios, esa es siempre una alegría momentánea.
Dice Weil: “Pero el triunfo más puro del amor, la gracia suprema de las guerras, es la amistad que sube al corazón de los enemigos mortales”. A propósito de esta afirmación, la autora se refiere a varios momentos de la Ilíada en los que algunos personajes son capaces de aprehender la humanidad de su enemigo y tener un gesto asimismo humano hacia ellos. El documental Asier ETA biok (Asier y yo, 2013), de Aitor y Amaia Merino, puede entenderse a la luz de esta reflexión.
Aitor, el narrador del filme, presenta la historia de ETA (Euskadi Ta Akatasuna, que se traduce al español como “País Vasco y Libertad”), la organización separatista vasca. Más concretamente, él busca que sus amigos en Madrid y, en última instancia, el espectador puedan entender a su gran amigo Asier Aranguren como él lo entiende, precisamente desde su humanidad, no ya satanizándolo por ser etarra, ni pensándolo como un monstruo capaz de todos los crímenes en función de alcanzar su cometido.
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Para el espectador, desde un comienzo, resulta muy fácil ver en Asier un hombre como cualquier otro. Es fácil tocar su humanidad, porque a ella se acerca el lente de Aitor con mucha eficacia. En una secuencia que se muestra fragmentariamente a lo largo de la película, se ve que juntos se adentran en un bosque, comen un bocadillo, beben agua. Asier talla sobre una piedra un homenaje a su padre (quien fue una suerte de “falso positivo” que iba a ser juzgado como etarra, pero que antes muere de un infarto). El hombre se emociona, llora conmovido. Hacen bromas, se ríen. Recorren su ciudad, van al colegio donde estudiaron juntos, recuerdan sus andanzas de adolescentes.
Aitor narra la historia desde el espacio privado de su habitación, o desde su escritorio, lo que inmediatamente provoca cierto halo de intimidad con el espectador. Es como si un amigo decidiera contarte una historia y para eso se acercara mucho a la cámara para mostrarte su rostro, como dando la cara, como asumiendo que esa es su versión de los hechos. Merino interrumpe su narración para glosarla. A veces habla bajito, a veces levanta la voz. Es un narrador que se propone ser histriónico, que no escatima recursos para mostrar al espectador cuánto lo ha afectado la historia de su país y cuánto lo afecta Asier.
Merino relata su historia con mucho humor, con mucha ironía, esa que suele encubrir un desencanto, un dolor, una escisión.
Asier y su amigo se conocen desde el colegio. Se percibe la complicidad entre los dos, el amor que se tienen. Han sido muy unidos, a pesar de que en la adultez, Merino dejó el País Vasco para mudarse a Madrid y hacerse una carrera en el cine. Por su parte, Asier se fue involucrando con la militancia separatista y nacionalista hasta incorporarse a las filas de ETA.
Para este alcanzar la madurez ha significado meterse de lleno en la lucha por la formación de un Estado independiente en territorio vasco, para aquel significa la posibilidad de luchar por la consecución de todo ideal, de toda meta, sin comprometer sus principios y alejado de toda violencia. El documental no se propone resolver ese desencuentro vital ni sugiere la desaparición de ETA, sino que va tejiendo, alrededor de esta diferencia, la posibilidad de un encuentro duradero.
Asier y yo se constituye a partir de un archivo visual que remite a una historia cruenta, desgarradora. Si bien el documental se narra en clave personal, ese diálogo cercano con la historia permite, a quien no esté familiarizado con ella, hacerse una buena idea de en qué consiste la lucha separatista.
Surgen muchas preguntas. ¿Qué se requiere para que un movimiento u organización reivindicativa sea aceptada y tolerada por aquellos que no son sus adeptos? ¿Es posible que después de toda la violencia generada por ETA, la opinión pública en España y el mundo vea con buenos ojos sus intenciones? ¿O es posible que ante toda la violencia provocada contra la causa separatista, los militantes vascos reculen en sus posturas? Cuando una causa es percibida como correcta, la violencia que su proceso genera no suele cuestionarse.
Asimismo, cuando aquellos que detentan el poder quieren desviar la atención de la opinión pública con respecto a las causas que se oponen a la preservación de un Estado que no tolera la diferencia, fácilmente lo logra a través de una manipulación de la información, de patéticas campañas mediáticas.
Volviendo al ensayo de Simone Weil, su reflexión central es que la violencia es el verdadero héroe de la Ilíada, pero, como señalaba antes, una violencia que arrasa con todos. Sostiene Weil: “las presiones que pesan sobre los hombres origina la ilusión de que hay entre ellos dos especies distintas que no se pueden comunicar”. Contra esta certeza terrible, Asier y yo nombra una forma de comunidad erigida en la amistad.