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El Telégrafo
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Ana Steinitz aprendió a no olvidar la historia y mantenerla viva

Ana Steinitz (d), directora de la Casa de la Cultura Trude Sojka, y su hija Gabriela Fonseca.
Ana Steinitz (d), directora de la Casa de la Cultura Trude Sojka, y su hija Gabriela Fonseca.
Fotos: Carina Acosta / El Telégrafo
02 de septiembre de 2018 - 00:00 - Carla Maldonado

Están en medio de libros, cuadros y esculturas de cemento. Hay un aparato de radio de los años 40 y alfombras que tienen 70 años. Ana Steinitz, directora de la Casa Cultural Trude Sojka, reconstruye la historia de su familia, con la ayuda de su hija, Gabriela Fonseca. Sus memorias empiezan un poco antes del Holocausto en Europa y terminan en el Quito actual.

¿Por qué fue creada la Casa Cultural Trude Sojka?

Fue fundada en marzo de 2009 como homenaje a la artista, escultora, sobreviviente del Holocausto, y mi madre, Trude Sojka. Ella murió en 2007 y encontramos sus obras, pinturas, objetos y esta casa hermosa, que construyó con su esposo y mi padre, Hans Steinitz. Mi mamá es un ejemplo de resiliencia, estuvo detenida en cuatro campos de concentración. Sufrió discriminación, racismo y xenofobia, pero salió adelante en Ecuador. Trude Sojka utilizó el arte como terapia y nosotros promovemos la vida y obra de ella, así como a los artistas jóvenes. Nuestro objetivo es construir la paz.

¿Por qué construir la paz en este momento y en Ecuador?

Después del horror que vivió y de toda esa locura de la Segunda Guerra Mundial, Trude Sojka encontró en Ecuador paz y esperanza. En este mundo lleno de violencia, genocidio y racismo, necesitábamos crear un lugar para reflexionar sobre esos temas. Invitamos a los estudiantes de colegios a visitar esta casa y sumarse a los talleres para entender la importancia de la paz.

¿Cómo fue la vida de su madre antes del Holocausto?

Trude Sojka nació en Berlín, el 9 de diciembre de 1909, de padres checos. La familia vivía en Praga, la capital de la antigua Checoslovaquia, ahora República Checa. Ella tuvo una vida feliz y cómoda. Estudió en la Academia de Bellas Artes de Berlín. Se casó con Dezider Schwartz, un funcionario público eslovaco, se quedó embarazada y se mudó a Nitra, lo que hoy es Eslovaquia. No sabemos exactamente lo que ocurrió cuando los alemanes invadieron la antigua Checoslovaquia. Mi mamá no quería contar nada porque fue doloroso y sufrió mucho.

¿Cuándo fue capturada por los nazis y llevada a los campos de concentración?

La detuvieron en 1942 y la llevaron a un centro de internación en Sered’ (Eslovaquia), después de unos meses recuperó la libertad. Luego, la detuvieron nuevamente y la dejaron en el campo de concentración de Auschwitz (Cracovia-Polonia). Más tarde, la trasladaron a uno de los centros de Lublin (Polonia). Y, finalmente, la llevaron a dos subcentros de concentración de Gross-Rosen (antes Silesia-Alemania, hoy Polonia): Kudova-Sackisch; y Zittwerke-Kleinschönau. Al final de la guerra el doctor Josef Mengele, médico y oficial de la SS, estuvo allí para hacer experimentos con las mujeres y los recién nacidos.

¿Le hicieron algún experimento a su madre?

No lo sabemos. Pero allí la liberaron los aliados rusos y estadounidenses. En el último subcentro del campo de concentración nació su primera hija, Gabriela Evelyn. La niña murió una semana después de la liberación. Mi madre pidió a los rusos que la llevaran a la antigua Checoslovaquia para buscar a su familia e ir a su casa. Pero no encontró a nadie y la dejaron en la Cruz Roja. En ese lugar vio un mensaje escrito de mi tío, su hermano, Walter Soyka (su apellido fue castellanizado). Él decía que estaba en Ecuador, un país de paz, y que tratara de viajar acá.

¿Pero cómo llegó su tío a Ecuador?

Mi tío era químico y nos contó que fue invitado por el Gobierno ecuatoriano a dar charlas en las universidades, en 1939. Llegó con su esposa y este país les pareció maravilloso. Le ofrecieron una cátedra en la Universidad Central, un poco antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial.

¿Qué hizo su mamá?

Decidió viajar a Ecuador porque su hermano era el único que le quedaba de su familia. Para mi mamá, en esa época, este país era el fin del mundo. Le contaron historias increíbles: que era muy caluroso porque estaba en la Línea Ecuatorial y que eso impedía moverse. Mi madre se demoró un año hasta conseguir el dinero para el pasaje a Ecuador, en barco.

Ella llegó a Guayaquil, ¿Qué impresión tuvo?

Era julio de 1946 y mi tío la recibió. Él tenía los brazos abiertos, a su lado había una cabeza de plátanos. Pero mi mamá primero abrazó los bananos porque le encantaban y eran un lujo en Europa. Después, saludó con su hermano, que estaba acompañado de su amigo, Hans Steinitz, un empresario judío alemán. Él vivía en Guayaquil y había ayudado a mi tío con todos los trámites para que mi madre ingresara a este país.

¿Cuál fue la historia de su padre?

Él nació en Kattowitz (hoy Polonia, pero en esa época Alemania). Su mamá, mi abuela Eva Steinitz, se quedó viuda y se casó nuevamente. El padrastro de mi papá denunció a su esposa e hijastro como judíos. En la famosa noche de los Cristales Rotos, el 9 de noviembre de 1938, mi abuela y padre fueron detenidos y llevados al campo de concentración de Sachsenhausen, cercano a Berlín. Mi abuela murió en Auschwitz. Mi papá consiguió una visa a Ecuador gracias a José Ignacio Burbano, cónsul de Ecuador en Bremen (Alemania). Él sacrificó su carrera y puso en riesgo a su familia para ayudar a las personas judías que huían de Europa.

¿Cuándo se casaron sus padres?

Hans y Trude buscaron durante dos años al primer esposo de mi mamá, pero nunca lo encontraron. En 1948 se casaron, pero ella no quería vivir en Guayaquil porque hacía mucho calor y había insectos. Se mudaron a Quito sin problemas. Mi papá hablaba muchos idiomas y era representante de empresas europeas y estadounidenses. Construyeron esta casa, en 1949, y mi madre tuvo su segunda vida. Rehízo su hogar, tuvo tres hijas, y volvió a su arte. La esposa de mi tío, Liddy Soyka, era artista y se paseó por Ecuador. Descubrió las artesanías, creó modelos y fundó la primera fábrica y almacén de artesanías de Ecuador: Akyos. En esos talleres trabajaron Oswaldo Guayasamín, Alberto Almeida y Eduardo Kigman. Mi mamá se integró a ese trabajo y se enamoró del arte precolombino.

Ella revivió en Ecuador..

Aquí vivió su segunda vida y fue feliz. Ella utilizó cemento, combinado con otros materiales. Mi tío para unir esos materiales inventó una pega: el acrilovinil. Trude Sojka fue la pionera del reciclaje en Ecuador en los años 50. Recibió muchas críticas, pero ella estaba acostumbrada a no desperdiciar nada. Así era
en los campos de concentración. Hizo amistad con muchos artistas, creó más de 1.000 obras y regaló muchas de ellas. En Ecuador tenemos 300, pero también hay en Alemania, Francia, en el Museo del Holocausto en Jerusalén.

¿Se recuperó del Holocausto?

Totalmente. Tenemos el certificado de un médico que dijo: “Su mamá estaba muy mal y no se iba a recuperar nunca”. Pero el arte la ayudó, era nerviosa, tenía terror del fuego y era sobreprotectora con nosotros. En esta casa teníamos un cuarto secreto, que mis padres hicieron por si acaso Quito sufriera algún ataque. Mi madre fue una persona feliz y equilibrada, murió en marzo de 2007, casi al llegar a cumplir 90 años.

¿El judaísmo es una religión o una cultura?
Tengo una cultura y tradición judía. Mi padre nos dijo que cuando no tengamos nada, nos quedarán la educación, los valores y la integridad. Y eso es muy judío. Aprendimos a no olvidar la historia y mantenerla viva. La memoria es importante, si olvidas lo que sucedió vas a repetirlo. (I) 

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