Ana Fernández indaga en la razón y el instinto
Desde 1988, Ana Fernández (Miranda Texidor) vive entre Estados Unidos y Ecuador. Los primeros seis meses del año pasa en San Francisco, California, donde es profesora, y el resto del tiempo se instala en su país natal. De aquellos tránsitos, la artista ha visto y experimentado diversos niveles de violencia, unos más exacerbados que otros.
Hace tres años el hijo de una de sus mejores amigas fue asesinado en la calle, un crimen que se sumaba a una frenética ola de violencia que invadía a Estados Unidos.
La masacre de la secundaria de Columbine, los múltiples asesinatos en San Bernardino, el tiroteo en la discoteca Pulse de Orlando, los crímenes contra los negros en Charlottesville o los recientes sucesos en Las Vegas han definido a ese país del norte –que se autoproyecta como la ‘panacea’ del orden occidental– como uno de los más inestables y paranoicos del mundo.
A partir de esas circunstancias, Fernández empezó a trabajar desde el año anterior en la serie Pistolas y rosas, que ahora se expone en la galería Ileana Viteri. La artista reflexiona –a través de dibujos realizados mayormente a tinta china– sobre ese tipo violencia extrema que revela los claroscuros más profundos del ser humano. El nombre de la muestra es un oxímoron que remarca el sentido con el que fue hecha: en todo acto humano hay contradicción; hay una disputa de racionalidad e instinto.
Esta exposición de dibujos, esencialmente a tinta china, recoge sus últimos trabajos en torno a la dualidad o la contradicción perennes entre la vida y la muerte.
“Aquí, en Ecuador, lo que más me pega es la violencia contra la mujer; el feminicidio es rampante. Donde yo vivo (en la Merced) sé de cosas muy tristes. Hay violencia, alcoholismo, abuso doméstico e infantil. Sin embargo, aquí no ves que alguien entre a un mall y mate a todo el mundo. Eso no se da porque el capitalismo no es tan salvaje como en Estados Unidos, no creo que exista ese nivel de locura. En cambio allá hay mucha depresión, ansiedad, síndrome de estrés postraumático, la gente vive muy sola, y, de repente, el detonante es ese tipo de violencia”, comenta Fernández durante una visita guiada a su exposición.
Los individuos que pueblan los cuadros de Miranda Texidor (nombre artístico de Fernández) llevan máscaras de animales, lo que les permite ser otros y jugar con la noción de la dualidad. La mayor parte de los dibujos son en negro y rojo, y representan algunas de las escenas más violentas que se han vivido en los últimos tiempos, como el asesinato del embajador ruso Andrei Karlov, de nueve disparos en la espalda, por parte de Mevlüt Mert Altıntaş; o el ascenso de Trump a la presidencia de Estados Unidos.
Dos cuadros de la muestra se diferencian del resto por la diversidad de colores vitales que poseen. Un aire kitsch envuelve a estas obras en las que las protagonistas son las rosas. Esa forma de pintura en las culturas sincréticas ha sido, según Fernández, parte de la identidad de América Latina. Así, su obra se alimenta de la cultura popular.
“Hay un montón de artistas afroamericanos que usan la pintura y el dibujo en términos contemporáneos. Eso es inconcebible acá, pues se cree que la pintura y el grabado son manifestaciones tradicionales. Aquí se ha privilegiado mucho lo conceptual y la economía de medios. En mi caso no ha sido así, pues creo que el barroco nos habita, es nuestro sentido de ser. Antes, el barroco vivía lo que nosotros vivimos ahora: una inflación semiótica, un no saber, una constante ansiedad. A mi modo de ver, es una pulsión muy fuerte en nosotros”, dice Fernández, a quien le interesa el arte de calle, como el de los Beautiful Losers, o las pinturas de Beatriz Milhazes. (I)