“A Guayaquil le falta un teatro institucional que proponga”
Cuando acepta codirigir el Teatro Sánchez Aguilar, ¿qué ocurre al conocer la realidad del teatro en Guayaquil, que no es la misma de Quito o Cuenca y que, ciertamente, está marcada por la intermitencia como la regla y no como la excepción?
Sí, la regla ha sido más la intermitencia. Nosotros nos encontramos con un pequeño inconveniente -cuando llegamos aquí empezamos a investigarlo un poco- porque una de las bases para hacer un trabajo de estos es saber qué está ocurriendo y qué ha ocurrido con esta ciudad. Entonces nos encontramos con que, en general, había poca información.
Y algunos centros adonde podíamos dirigirnos para preguntar por esa información eran reacios. En ese momento no dejábamos de ser -y lo entiendo- un español y una francesa (Marion Ecalle) viniendo a preguntar por el teatro. Que qué pasaba con él en Guayaquil.
Afortunadamente, Marion ya era conocida aquí y yo conocía, de mis contactos en otros festivales tanto en Latinoamérica como en España, a gente del festival de Cuenca, del de Manta, del de Guayaquil. Entonces, una sorpresa fue saber que el único teatro que había con unas dimensiones, digamos, similares a lo que iba a ser el Sánchez Aguilar era el Teatro Centro de Arte y tenía un programa un tanto intermitente. Su programación estaba más vinculada con la necesidad de agentes externos al propio teatro.
Fue difícil llegar a saber cuál era la realidad, no tan solo en Guayaquil. El Ministerio de Cultura está haciendo un listado de teatros en el país, que no existía antes, mucho menos de compañías de teatro, de danza, de música, de actores, de dramaturgos.
Ahora la ventaja que tiene esto es que cada día me puedo sorprender y me sigo sorprendiendo. Recuerdo que, hace un año aproximadamente, se comunicó conmigo un señor llamado Antonio Santos, quien me dijo que era español, que llevaba viviendo aquí 42 años, que era actor, que no se qué, y que le gustaría invitarme a la presentación de un libro sobre el teatro de los años 70 en Guayaquil. Y yo acudo. Y descubro en esa presentación que esta ciudad, en los años setenta, era muy viva teatralmente. Aquí se montaban obras de, por ejemplo, Bertolt Brecht, o que interpretaban a Cocteau. Todo eso no lo supimos antes. Imagínate la complicación.
Mucho más complicado era poder saber qué utilización por parte del público tenía el teatro. Además descubrimos que en muchos de los casos y sobre todo cuando viene financiado por las partes públicas, todas las funciones eran gratuitas. Entonces no conoces, como quizá sí en el fútbol, en qué estrato social está el público que lo consume, cuánto dinero se gasta al mes en ello, cuánto se gasta al año, cuánto se gasta en camisetas para sus hijos. Todo eso en el teatro no había.
Es conocido que en los setenta y los treinta Guayaquil fue casi exportador de talentos y vitrina de espectáculos artísticos...
No hay que olvidar que Guayaquil era el puerto más importante de todo el Pacífico, con lo cual para aquellas grandes compañías europeas, rusas, norteamericanas que venían de gira era como una parada obligatoria. Yo he conocido gente que me ha contado que se bajó de un barco para actuar en Guayaquil, por ejemplo, la de la zarzuela.
En ese sentido, ¿no es extraño llegar a una ciudad donde aparentemente no sucede nada?
Era. Fíjate que llego en enero de 2011, pero ya había leído sobre Guayaquil. En aquellos años (setenta) no era solo eso; se decía que en Latinoamérica había dos ciudades que no dormían: Buenos Aires y Guayaquil. No pretendo comparar, pero en mi país ¿qué es más cosmopolita? Sin duda Barcelona porque es un puerto y siempre las ciudades portuarias tienen un flujo y un influjo de gente de otras nacionalidades. Eso genera cosas.
Luego de este año frente al TSA, ¿qué autocrítica se hace?
En el público en general lo que vi fue avidez. A mí, algunas de las cosas bonitas que me han dicho personalmente son: “Para ver algo así hemos tenido que ir a Buenos Aires, Bogotá, Miami o Nueva York. Y ahora casi lo tengo a la puerta de mi casa”. Eso, si hablamos del tema Malkovich, que fue el gran nombre que manejamos el año pasado.
Sin duda alguna había una estrategia clara el año pasado, que era poder entrar en el panorama cultural del país con fuerza. Había gente que con cierta sorna me decía: “Ramón, con lo que nos estáis trayendo me vas a dejar la cuenta corriente tiritando”. O sea, lo que sí me encuentro es avidez. Ganas de que haya algo y de que ocurra algo. Y tanto por la parte del público de consumirlo, como desde las compañías que mostraban un movimiento que ya no era tan emergente, había un movimiento allí. No podemos olvidar que algunos de los festivales que se dan en esta ciudad han cumplido 15 y 10 años. Es decir, algo se mueve desde hace tiempo.
¿Cuál sería el punto negativo? Creo que ofrecimos mucho más de lo que la gente podía receptar; hubo un momento en que la gente se sentía bombardeada. No podemos olvidar una cosa; el año pasado en el Sánchez Aguilar se hicieron 196 representaciones. En eso creo que nos igualamos -y no pretendo comparar- a la Fundación Teatro Nacional Sucre de Quito, que tiene cinco espacios. Nosotros tenemos dos. Pasaron por el teatro 100 compañías, 34 internacionales y 66 nacionales. Eso hace una media en siete meses de más de 14 compañías por mes.
La intermitencia se desploma pues, según usted afirma, hay muchos grupos presentándose...
Creo que hay un movimiento interesante. Un hecho: que nosotros vayamos a tener este año cinco estrenos, como por ejemplo, “De cómo murió y resucitó Lázaro, el lazarillo” (que se estrenó la semana pasada), es bueno. Con Lázaro está pasando algo importante que creo que no se había dado en años pasados y es esta combinación de una productora guayaquileña, como es Daemon (con Jaime Tamariz a la cabeza), con una actriz que ya podemos considerar de esta ciudad, aunque sea mejicana con muchos años aquí, que es Itzel Cuevas, y con el gran dramaturgo considerado ecuatoriano, aunque sea argentino, Arístides Vargas, además de Malayerba, que es una de las compañías internacionalmente más reconocidas.
Luego hicimos nuestra producción teatral con los ganadores de la Maratón del Teatro (este es un programa con actores novatos que tiene la institución), y el año pasado realizamos una puesta en escena de danza, como no podía ser de otra manera, muy ligada a todo lo que ha sido la Fundación Teatro Sánchez Aguilar, que ha tenido que ver siempre con lo social y con lo educativo. En este caso queremos hablar de la violencia de género a través de un texto clásico como es el de Juan Tenorio. Para ello vamos a traer a una directora española (Lucía Rodríguez Miranda) que se ha dado a conocer precisamente porque todos sus trabajos teatrales han estado ligados al mundo de lo social. Lo primero que hizo fue un Fuenteovejuna, en Ciudad Juárez, para hablar de la problemática que hay, de los asesinatos de mujeres que suceden allí. En nuestro caso vamos a hacer todo un trabajo con psicólogos que han estado cerca de mujeres expuestas a violencia de género, con asociaciones que trabajan con ellas. La obra va dirigida al público estudiantil, pues creemos que para erradicar todos los problemas del mundo está la educación.
Su programa también apostará por la música. Tienen entre sus planes traer a Jorge Drexler, pero también incluyen a artistas ecuatorianos del pop nacional como Douglas Bastidas. ¿Cómo conjugaron eso?
Sin duda alguna, con todo esto hemos concluido que la música es más accesible para el público en general; es algo que tienes más cercano. La tienes en la radio y el disco es más fácil de comprar. La danza y el teatro te obligan a ir al sitio; la música es más popular y desde ese hecho el público ha acudido en masa; además hicimos cosas populares que funcionaron muy bien. Traeremos a gente de la música muy popular (rock) o del mundo de la música clásica, que es a lo que también nosotros apostamos fuertemente. Nuestra pretensión es tener una vez al mes o al mes y medio un artista de renombre internacional que pase por el escenario del teatro.
¿La programación del año pasado le dejó alguna lección?
En eso estamos. Este es un proceso que lleva algo más de tiempo. Un año es poco para hacer una valoración. Cuando cumplamos tres y luego cinco, quizá se pueda hacer, porque habrá una perspectiva un poco mayor. Pero sí hay una cosa clara y es que en este año, en la programación de la segunda temporada, apostamos por la presencia, con más fuerza, no en número como he dicho antes, de compañías nacionales. Pero lo más importante es que -y por lo que estoy satisfecho- este año hemos tenido cinco coproducciones –el año pasado tuvimos una coproducción-. Y eso es importante. El otro día contábamos en la rueda de prensa que no solamente Daemon va a estar, también estarán presentes el grupo Cuarta pared, que es una productora que la necesidad de sus integrantes creó. De pronto hay un espacio más donde se hacen otras cosas y eso es bueno.
Los teatros o los escenarios de representación tienen relación estrecha con el turismo. En varios países hay una fusión de todos los campos implicados (hoteles, municipios, gobierno central...), ¿qué ha pasado en Guayaquil?
Creo que hay una labor importante que hacer. Algo hemos intentado. Han habido otros agentes que se nos han acercado, como algunos hoteles de la ciudad con los que tenemos acuerdos. Y creo que sí han movido algo, pero no en la medida necesaria. Antes comentábamos que en ciudades como Londres y Nueva York las cosas son distintas. Si tú estás gestionando un viaje a Nueva York es muy raro que no coincidas con una agencia de viajes que te ofrezca el hotel y además entrar a tal o cual musical que está en cartelera en el periodo de tu viaje. Eso está ahí. Sin embargo, aquí eso no existe. Primero, es más complicado porque somos teatros -antes hablábamos del Sucre- que vamos cambiando constantemente la programación. No es que puedas decir que durante dos meses tienes en cartelera un musical. El año pasado tuvimos a Malkovich e imaginemos que el teatro está con la ópera Casanova dos meses. Eso podría implicar un reclamo.
Podemos tener cuatro o cinco funciones, pero están dentro de una misma semana. Me refiero a que es más difícil coordinar con el tiempo porque no olvidemos una cosa, casi todo es cuestión de hábito. Tú estas acostumbrado a pasar -por ejemplo en Buenos Aires- por una puerta de teatro y ver gente esperando en las colas. A mí aún me sigue sorprendiendo eso. Hace unos días fui a Buenos Aires a un encuentro de artes escénicas, y mientras compraba cigarrillos, entre un estanco, observé a una pareja que preguntó entre el tumulto a un vendedor qué obra teatral le recomendaba, es decir, pidieron que les sugiriera alguna de las que estaban en función en la avenida Corrientes (vía del centro de la capital argentina).
Que lo hagan en un estanco es fascinante. Ves colas inmensas que terminan en la puerta de un teatro. Eso es hábito. Buenos Aires -no podemos olvidar- tiene muchos extranjeros y hay abundante turismo que pasa por ahí y que además va al teatro. Llegas a un hotel de Buenos Aires y tienes información de más de doscientas funciones. No podemos olvidar que el caso es especial porque la ciudad tiene seiscientas salas de teatro. Pero eso no pasa acá.
Eso tiene que ver con una serie de trabajos que van en red. ¿Y los ámbitos de difusión que se promueven desde los gobiernos seccionales o centrales?
Creo que es complicado. Hay que tener en cuenta una cosa: si nos atenemos a la ciudad, Guayaquil, no tiene ningún teatro institucional. Un teatro de este estilo (refiriéndose al Sánchez Aguilar y su programación) -y no me he cansado de repetirlo- lo administran instituciones públicas, no las privadas. Esto es algo absolutamente excepcional. Es una parte de la obligación de los gobiernos: el tema educación y el tema cultural.
Casi todas las salas que existen son privadas. Al no haber algo institucional, no existe el gran motor que tiene, no solo las posibilidades sino, sobre todo, el fondo económico para aguantar eso. Además esto tiene que ser una política pública. Antes, hablando de la ciudad de Buenos Aires, decíamos que al Colón no vas si no compras la entrada con un año de anticipación. Además de que el Colón es institucional, vemos que estos teatros están pensados como negocio. Nosotros aún pensamos que la inversión tiene que venir -y es una obligación- del Estado. No somos anglosajones para que no venga de allí. Entonces, desde dicha obligación, la gran diferencia en estos momentos, entre Quito y Guayaquil, es que la capital tiene una buena estructura cultural basada en lo público. Luego, alrededor de eso, hay teatros privados que subsisten muy bien y que se mantienen con una programación estable; hay movimientos, pero dónde está la base, por decirlo de alguna manera: en la parte pública. Eso hace que se generen muchas más cosas. Y ojalá sea verdad que si en Guayaquil se diera la posibilidad de que desde el Municipio o desde el Estado se crease un teatro público todo el movimiento crecería enormemente.
Pero, ¿y el teatro Centro Cívico?
Sí, es la sede de la Orquesta Sinfónica. Podría ser. Lo que pasa es que tristemente a ese espacio se le ha destrozado mucho. El Centro Cívico es un sitio para 1.500 personas y de alguna manera es un espacio infrautilizado, y está bien que lo sea, porque por lo menos es la sede de la Sinfónica, que tiene un muy alto nivel musical y que da conciertos prácticamente todos los viernes. Pero creo que se podría usar más.
¿Pero en Guayaquil el problema no tiene que ver solo con infraestructura?
Claro, es una infraestructura de gestión, de personal. No se ha dado un cambio al 100%. Pero ya se empieza con la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, que fue una asociación privada y que nació con un impulso privado hace 40 años. Cuando el Ministerio de Cultura la acoge y dice que todas las entidades tienen que ser del Estado -porque lógicamente la mayor parte de los fondos en los últimos años de la orquesta la tenía que poner el Estado-, lo hace porque de otro modo no hay posibilidad de mantenimiento. Y desde ese Estado se fomenta la cultura haciendo que las funciones sean gratuitas, con lo cual yo nunca estaré de acuerdo, porque creo que es contraproducente.
Hay la idea de que el Sánchez Aguilar es un teatro caro...
Solamente pediría una cosa -por no hablar de los teatros de la ciudad-: que se comparen los precios con el Sucre y veremos las diferencias. El Sánchez Aguilar se nutre en un 90% de la taquilla. El Sucre tan solo necesita un 5% de ella. Si lo pensamos desde esos polos tendríamos que elevar los precios 10 veces más.
Hay tantas visiones de la gratuidad: por un lado se dice que fomenta la cultura, por otro, que se enseña al público a ver las expresiones culturales como actos cuyo valor no es visible...
Hay una zona en mi país llamada Galicia que todos conocen y de donde son los gallegos. Ellos siempre te responden a una pregunta con otra. Partiendo de esa pequeña anécdota, haría esta pregunta: ¿Por qué el Centro Cívico que está totalmente subvencionado por el Estado y en donde la entrada es gratuita en una sala de mil quinientas personas ingresan trescientas? ¿Es un problema de gratuidad? ¿Es decir, la gente acude en masa cuando es gratuito o no? El hecho de que sea el propio Estado el que fomente la gratuidad no quiere decir que el consumo sea mayor. Es un tema cultural también. La gente que vive en Buenos Aires necesita del teatro como necesita comprar un libro todos los meses. Ese hábito se ha convertido en una necesidad.
Eso es lo que no existe aquí. ¿Esa necesidad solo la creas con gratuidad? Creo que no. Y eso es algo que lo he sufrido en mis carnes. Cuando en mi país, luego de la dictadura llega el socialismo, lo primero que se hace es decir “cultura gratuita para todos”. Eso no creó más público. El público tiene que saber disfrutarlo, tiene que saber valorarlo. Si das calidad, la gente va a querer más. De alguna manera un teatro es un santuario, tiene toda una liturgia, por ello una de las razones de ser del Teatro Sánchez Aguilar es la educación. El año anterior pasaron por allí 6.500 niños y queremos formar al público del futuro.
Ecuador apunta a la industria cultural, ¿qué opinión tiene de eso?
Eso se ve. El cine ecuatoriano ahora vive un auge, tiene reconocimiento internacional y eso ha hecho generar más cine. Hay veces en que un buen artista surge, aunque sea de un desierto, pero la mayoría de las veces sucede porque hay cosas a su alrededor, porque tiene mayor preparación, más información de fuera y de dentro debido a la influencia, y todo esto responde a que el Gobierno ha creado un departamento exclusivo para el cine (CNCine).
En Buenos Aires, hace poco, hubo un mercado de industrias culturales y Ecuador estaba allí mostrando su cine, y aunque fue solo eso, se expuso al mundo. De pronto hay las condiciones y creo que se está construyendo una industria.