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Crítica de La hacedora de milagros

La lástima, un obstáculo del progreso según obra teatral

Kate Keller (Shany Nadan) con Helen (Arianne Tavernier), quien sufre caídas durante la obra. Foto: Eduardo Escobar | El Telégrafo
Kate Keller (Shany Nadan) con Helen (Arianne Tavernier), quien sufre caídas durante la obra. Foto: Eduardo Escobar | El Telégrafo
23 de mayo de 2014 - 00:00 - Redacción Cultura

Siempre que el Teatro Sánchez Aguilar (TSA) exhibe una obra de producción propia aborda temas de grupos vulnerables. Ya se había visto en Las burladas por Don Juan (violencia contra la mujer) y ahora, con La hacedora de milagros inicia su tercera temporada hablando de discapacidades.

Escrita por William Gibson en 1959, la obra se basa en la autobiografía de Helen Keller (1880-1968), mujer ciega y sordomuda que llegó a convertirse en escritora y oradora.

La obra narra la relación que Helen (Arianne Tavernier) mantuvo con su parcialmente ciega institutriz Anne Sullivan (Luciana Grassi), quien le enseña a comunicarse con la palabra.

Helen es una niña que, incomunicada por completo, desconoce las convenciones sociales: es una fierecilla que come con las manos del plato de los demás y su familia, inundada de lástima, no logra que se comporte de ningún modo.

Esa imagen sugiere una enorme tensión: Toda una familia muere de lástima por la pequeña ciega sordomuda, en el angustiante intento de saber qué es lo que quiere decir.

Pero algo rompe el artificio en el montaje que dirige el cubano Mario Ernesto Sánchez: para tener la condición que tiene, su familia parece entender demasiado bien a Helen; es decir, la obra empieza sin el ambiente necesario, sin un contexto propicio para conmover.

Eso, hasta el final del primer acto, cuando el reaccionario capitán Keller (Jaime Tamariz) y Anne Sullivan (Luciana Grassi) protagonizan un agitado enfrentamiento -entre la lástima y la rígida disciplina- sobre cómo debe ser educada Helen.

Ahí, la obra deja de ser una narración de eventos y llega a otros niveles de sentidos, gracias a la lograda relación de amor/odio entre Anne (que aquí olvida su innecesaria risilla molesta) y Helen, que siente por primera vez la angustia de los límites. Entre una serie de rabietas y el uso paulatino de un rapidísimo lenguaje táctil, como si las manos de una imprimiese sobre las de la otra.

Tavernier debuta en teatro con un papel memorable, junto a Grassi, y protagoniza un final tan emotivo como turbador, que alcanza a recuperar una obra que necesita superar su arranque.

La hacedora de milagros se presenta hoy, mañana (20:30) y el domingo (19:30) en el TSA, ubicado en el km 1,5 vía a Samborondón.

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