Mario Campaña, autor guayaquileño
“Guayaquil es una ciudad patéticamente señorial”
Mario Campaña (Guayaquil, 1959) vive en las afueras de Cataluña porque no hay otra manera en la cual pueda dedicarse a escribir. En medio de un proceso en el que dicho estado español busca independizarse, el autor dice que, de concretarse, él migrará.
El escritor considera que el movimiento que busca la independencia no tiene nada de popular. “Es una pelea de la nobleza castellana contra la alta burguesía catalana. Ellos tuvieron una doctrina desarrollada sobre la superioridad racial catalana y hay cientos de libros sobre ello”, dijo el escritor guayaquileño durante un conversatorio en la Universidad de las Artes, en su ciudad natal.
En este lugar, rodeado de estudiantes que lo cuestionaban sobre su trabajo poético, Campaña presentó Una sociedad de señores. En este sostiene desde el ensayo que la sociedad se enfrenta a una moral señorial que perjudica a la cultura de la democracia.
Campaña nació muy lejos del centro del sistema, en un barrio marginal de Guayaquil, y creció entre campesinos, obreros, borrachos, putas y ladrones. El autor cree que su visión es excéntrica y le permite aportar, a través de su obra, seis estrategias para salir de la cultura señorial, en la que los hombres juegan a ser amos y esclavos al mismo tiempo, con la aspiración de ser solo amos. “Esta es la cultura del éxito. Un político ecuatoriano decía: ‘Hay que saber mandar, carajo’”, apunta Campaña, quien apuesta, entre otras cosas, por la ética de lo pequeño.
¿Pensar en una sociedad señorial no es, de alguna manera, desentrañar lo que le ha fascinado de la historia y la literatura clásica?
A mí la literatura, sobre todo la novela, me ha servido en mi etapa de lector maduro para ir aprehendiendo un modo de funcionamiento, de comportamientos sociales. Ese desentrañamiento de los comportamientos está de modo privilegiado en la novela y en los antecedentes de la novela que es la epopeya, por eso menciono a la novela clásica, La Odisea y la novela del siglo XIX.
La democracia siempre necesita una vía de ejecución. En esa relación que usted establece entre democracia y cultura señorial, ¿a quién le corresponde intervenir en ello? Si es el Estado, la sociedad civil vuelve a estar en desventaja…
A todos, este es un problema de todos. Más que de Estados o de sociedad civil hay que hablar de comunidad. Los ecuatorianos, los latinoamericanos somos una comunidad, a pesar de que tal vez no lo seamos, pero tenemos que pensar en esos términos. Los problemas que planteo son de todos, no solo del Estado y de la sociedad civil. Quienes dirigen la sociedad deberían actuar más; quien dirige una sociedad, a veces, ni siquiera es el Estado.
Su libro alude a un nuevo modelo de humanidad, ¿cómo plantea a ese humano?
Mi libro propone un nuevo concepto de humanidad. Hay que pensar primero en qué es lo que entendemos como hombres o mujeres. Lo que percibo es que en la sociedad opera un concepto de humanidad doble, el de vida plena, y un concepto de subhumanidad, como si dividiéramos a los humanos y a los subhumanos. No es humano verdadero el indigente, en el sentido pleno como se considera a la reina de Guayaquil, o a un hombre de clase alta. Ahí pensamos “ese es un verdadero representante de la humanidad”.
En cierta medida hay poblaciones y grupos sociales que enfrentaron categorías de distinción, como los negros o las mujeres, respecto a la posibilidad de su concepción humana y de sus derechos, pero esas ideas se han desbaratado…
Se desbaratan a nivel legal. Yo no estoy hablando de la legalidad. Las diferencias se han eliminado, pero son solo legales. Yo no hablo de diferencias legales en mi libro. Hablo de una diferencia moral.
¿Y esa moral sigue allí?
Sigue. La diferencia moral es la diferencia de valor, de dignidad que se le atribuye a las personas. No le atribuimos el mismo valor, ni dignidad a todos. Esa es la esencia de la sociedad señorial, dividir al hombre, al homo sapiens en humanidad y subhumanidad.
Nuestra moral también está disfrazada por un discurso...
Está disfrazada de muchas maneras. Efectivamente, de modo principal, por un discurso que está muy oculto. En el libro empiezo diciendo que las crisis ayudan a desocultar: de repente, algo se rasga y te deja ver lo que está velado. Lo que pasa, ahora, es que tenemos que desvelar de muchas otras maneras. No esperar una crisis para darnos cuenta de eso.
Decía que había escrito este libro como un deber. Si es así tiene un propósito, ¿cuál es?
Contribuir a hacer consciente lo que es inconsciente. Porque todo esto es muy inconsciente en las sociedades, actuamos de una manera señorial sin darnos cuenta.
Hay una franja social que es muy consciente, pero hay otra que no. Reproducimos, repetimos modelos muy inconscientes, pero si lo notamos lo podemos expulsar.
Ahora que ha regresado a Guayaquil a presentar este libro, ¿qué tanto ha cambiado nuestra conciencia sobre los modos señoriales en los que vivimos?
No somos nada conscientes. Nuestra sociedad es colonial. Califico mi ciudad, Guayaquil, como neocolonial culturalmente.
¿Por qué?
Porque es portadora de los valores neocoloniales, de esas estructuras de jerarquías, superioridades, de dominio social, político, de clientelismo, de los ricos que tienen a los pobres bajo sus estructuras. Eso se ve. En mi libro hay un capítulo dedicado a la vida neocolonial y creo que seguimos bastante así.
¿De qué manera se pone en evidencia aquello?
Las señas de distinción social que se ven son neocoloniales. Desde la entonación de la voz de las clases altas: la voz engreída, los peinados y cómo tratan a los demás. La diferencia social entre los empleados domésticos que le dicen a la empleadora, ‘señora’, ‘señor’, ‘niña’. No solo hay desigualdad material, sino moral.
Recientemente el Municipio de Guayaquil colocó una serie de esculturas en la Plaza de la Administración con las cuales señalan las virtudes y los valores guayaquileños…
Es parte del entramado social neocolonial. El señor que dirige la parte cultural de Guayaquil, Melvin Hoyos, hace desfiles de vestidos de novia coloniales. Eso es absolutamente de señorío, se implanta en el señorío, mantiene la estructura moral de superior a inferior. Guayaquil es una ciudad patéticamente señorial, mucho más que Quito. Hay objetos como la rueda moscovita o las esculturas que son solo para que la cultura no se modifique, para que la sociedad obedezca a los señores. Eso está claro. (O)