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Poesía que nace de la perplejidad

Poesía que nace de la perplejidad
20 de marzo de 2011 - 00:00

Acaba de aparecer en Italia su último poemario: En el próximo mundo,  y Mario Campaña -poeta ecuatoriano de probada trayectoria, radicado en Barcelona desde hace años y autor, además, de una importante obra crítica- conversa sobre su actualidad creativa, su visión de la poesía latinoamericana y el debate cultural en Ecuador.

En el próximo mundo ha sido publicado en Italia, en edición bilingüe. Me parece que, por tramos, los versos y su puesta en página poseen rasgos cercanos a la tradición de la gran poesía italiana moderna; por ejemplo, la llamada “escuela hermética”, que incluyó a Montale tanto como a Ungaretti e, incluso, a Quasimodo. ¿Ha reparado en estos puntos de contacto estilístico?

Estilísticamente no me siento cerca del hermetismo italiano, si bien tengo a Ungaretti, Quasimodo y Montale como poetas mayores del siglo XX. Ellos son grandes maestros, grandes poetas epifánicos, abstractos y bien posicionados en una tradición que da a la palabra pura capacidad para las revelaciones. Yo también creo que la lengua poética puede y debe revelar, descubrir, conocer, permitir una comprensión que de otro modo es improbable, pero en el fondo quizá esté más cerca de ellos por otro lado, por el de la búsqueda de nuevos ritmos y de métricas diferentes, así como en el empeñó moral y civil. En general mi libro recurre a un abanico muy amplio de registros, que incluye la narración, lo dilógico, la canción y cierta anti-poesía, que va de lo épico a lo lírico y de lo sentimental a lo irónico. Junto a poemas más bien densos hay parábolas y hasta cierto tipo de profecía poética, como la que da título al libro.

En el libro es recurrente el motivo de la nostalgia por haber dejado un mundo, una realidad, con toda la nostalgia que eso desencadena, en función de emprender viaje hacia otra latitud (que, incluso, a veces parece ser la muerte). Desde hace varios años dejó Guayaquil y se radicó en Barcelona; ¿cómo cree que, a estas alturas de su madurez creativa y personal, esa tensión nostálgica entre la matriz que dejó y lo que vino después nutre su discurso poético?

Tampoco en este caso me siento reconocido en tu lectura, por el momento. No digo que no tengas razón, sino que yo no lo sé ver por ahora. En mi libro anterior, Aires de Ellicott City, sí fue un elemento de tensión muy grande. Pero ese libro fue un  punto de inflexión en mi trabajo. Ahora en general en mi vida no hay nostalgias. Este libro, como mis otras tentativas, intenta adentrarse en y nombrar  ‘otro mundo’, uno que no es evocación del pasado ni mero deseo del porvenir, sino que nace de la perplejidad: es el ‘otro mundo’ (un mundo atemporal) que descubrimos en éste, en los instantes en que escapamos a las estructuras de visibilidad construidas por la existencia en sus versiones menguadas, cosificadas. Ese es el mundo que me interesa ahora: en él puede aún consistir nuestra esperanza.

En Barcelona diriges Guaraguao, revista de cultura latinoamericana que te ha permitido una visión privilegiada y actualizada de lo que viene pasando en la poesía del continente en los últimos años, ¿podrías intentar un diagnóstico crítico?

Me costaría mucho hacer un diagnóstico de la poesía latinoamericana. Creo conocerla un poco; he hecho cinco antologías, algunas cuantiosas, como la centroamericana, que tiene mil páginas; la argentina tiene trescientas... También hay una mexicana... Sin embargo, sospecho que la variedad y riqueza de la poesía latinoamericana es tal que impide tener una idea cabal. ¿Quién ha oído hablar de Juan Manuel Inchauspe, por ejemplo? Muy pocos. Y sin embargo, es, me parece, uno de los mejores poetas argentinos de los últimos cincuenta años. La poesía siempre tiene algo de secreto, y no se puede juzgar solo por el ruido que hacen sus “activistas”, especialistas en relaciones públicas, ahora más numerosos y ambiciosos que nunca en todos nuestros países. A veces me parece que Latinoamérica vive desde los años 40 del siglo XX su época de oro en poesía. Felizmente no se trata de un solo movimiento, como dicen algunos, pensando en el neobarroco o en la antipoesía, dos tendencias que cuentan con  muchos activistas. Los grandes poetas hispanoamericanos no tienen escuelas ni movimientos, son los Rojas, Belli, Gianuzzi, Juarroz, Leónidas Lamborghini, Orozco, Martínez Rivas, David Huerta… Si tuviera que buscar uno nota común la reconocería en un verso de Martínez Rivas que habla de él mismo como de alguien que está “en pro del contra”.

Hace algún tiempo, envió una carta abierta al Presidente Rafael Correa planteando la necesidad de un debate acerca del trabajo del incipiente Ministerio de Cultura, alegando que debía remitirse a una concepción más amplia de cultura. El texto fue respondido por el entonces ministro Alfredo Noriega, y se abrió una rica discusión en la que participaron intelectuales como Iván Carvajal o David Barreto, que luego se pasmó. ¿Qué ocurrió? ¿Cuáles son las condiciones para que un debate cultural de largo aliento tenga lugar en el Ecuador?

Yo he enviado dos cartas a Rafael Correa. En las dos, mi preocupación era la ausencia de indicios de una ‘revolución’ en el campo de la cultura. Sigo sin verlos. El Gobierno no ha querido debatir, y en este país en que los intelectuales deben sobrevivir con tres o cuatro trabajos simultáneos, no habrá debate si este Gobierno, que se dice revolucionario, no lo impulsa en serio, de veras, más allá de las apariencias. Y no lo hace. La causa, según me parece, es que, por una parte, existe una idea de revolución más bien economicista, de mejora de niveles de vida, cosa excelente y obviamente necesaria, pero reversible, y por tanto insuficiente; y por otra, que no hay con qué debatir: en el campo de la cultura no hay con qué gobernar de manera auténticamente transformadora –porque en términos no revolucionarios sí se tiene que reconocer algún mérito, especialmente en el fomento al cine-. Lo que se lee y escucha son meros  eslóganes, de los que estaba lleno el anterior Ministro de Cultura, y con eso no se hace ninguna revolución.  Con respecto a la política cultural en el exterior, debo decir que es simplemente inexistente. Parece que, en el propio terreno desarrollista que se prefiere, no alcanzan a ver la relación entre economía y cultura, con pocas excepciones. En Italia me consta el esfuerzo de nuestra embajada, así como de la Senami, especialmente con la cónsul en Génova, Esther Cuesta, cuya inteligencia, sensibilidad y entrega son admirables.

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